Adriana Villegas Botero


Anoto las cosas, porque si no se me olvidan. Escribir es mi forma de luchar contra la desmemoria. Acostumbro apuntar tareas pendientes e ideas para textos que escribiré un día de estos, cuando saque tiempo.
En una lista acumulo temas para estas columnas. Breves esbozos que van madurando hasta que a algunos les llega la hora de convertirse en letra impresa. Tenía 26 ideas escritas antes de que empezara “El Gran Confinamiento”, como lo llama el Fondo Monetario Internacional, pero esta cuarentena avinagró toda esa lista de temas e intereses anteriores al encierro.
Una noticia me hizo regresar a esa lista envejecida. Quizás me estoy adaptando al aislamiento y empiezo a recuperar rutinas. Leí el miércoles en El Espectador: “Resguardo indígena de San Lorenzo (Caldas): el nuevo lugar donde la JEP busca desaparecidos”. Amplié la información el jueves en La Patria en una página que explica que la Justicia Especial para la Paz “estableció un listado de 50 personas desaparecidas pertenecientes al pueblo indígena emberá-chamí que habita el resguardo de San Lorenzo, ubicado en los municipios de Riosucio y Supía”. En la zona estuvieron las Farc, el ELN y el Bloque Cacique Pipintá de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
En mi lista de ideas para columnas no leí San Lorenzo, Riosucio, Salamina, Aguadas, Samaná, ni Pensilvania, pero pensé en esos lugares cuando encontré la tarea de escribir sobre cuándo vamos a empezar a dejar de negar el conflicto armado en el Eje Cafetero para poder comenzar a hacer el duelo. Acá ha imperado una narrativa de “remanso de paz”, de “buen vividero”, como si fuéramos de un abolengo distinto. Ese relato, impuesto desde las capitales de departamento, minimiza la tragedia de muertes, desapariciones, desplazamientos, falsos positivos, secuestros, extorsiones y tomas que azotaron a buena parte de las zonas rurales y las cabeceras de muchos municipios de esta región, entre los años 90 y comienzos de este siglo. Se trata, a mi modo de ver, del mismo discurso que niega que tengamos cultivos de coca y se hace el de la vista gorda con los narcos con cadenas de oro que van en camionetas de vidrios polarizados, con gafas ídem.
Muchos recuerdan la cruenta toma de Arboleda como un caso aislado, pero las cifras son elocuentes: según el Registro Único de Víctimas el conflicto armado dejó en Caldas (¿o será mejor decir “ha dejado hasta ahora”?) 149.426 víctimas. Algunas de ellas sufrieron distintos hechos victimizantes. El registro de Caldas suma 127.430 desplazados, 22.437 homicidios, 3.535 desapariciones forzadas y 1.673 despojos de tierras, entre otros dramas.
Las números son enormes pero no tienen rostro y entonces se olvidan. Mis recuerdos de San Lorenzo son las personas con las que hablé como corresponsal, hace más de 20 años. Mi primera visita fue poco después del 8 de mayo de 1998, cuando las Farc se tomaron el corregimiento y mataron al agente de policía Nicolás Acosta, dejaron herido al policía Alberto Tamy Hernández y asesinaron también a un habitante del pueblo “porque se puso a fisgonear el ataque por debajo de la puerta de su casa hasta que una bala lo mató”, según anoté en ese momento.
El 9 de mayo de 2000 regresé y escribí: “María Orlanda Gañán de Tapasco estaba en la tarde de este lunes cuidando a 15 menores de 7 años cuando dos hombres llegaron a su casa y le ordenaron salir. En la puerta le dispararon en dos ocasiones. Los niños aterrorizados fueron los primeros que vieron el cuerpo sin vida de su madre comunitaria. El hecho ocurrió en la vereda Veneros del resguardo indígena de San
Lorenzo”.
En diciembre de ese año registré otra tragedia en San Lorenzo: en la vereda San Jerónimo, asesinaron a Daniel Ángel Alarcón Betancur, Luz Dary Gutiérrez Batero y Baldira Andica Betancur.
En el Registro Único de Víctimas figuran 3.535 desaparecidos en Caldas. Lo escribí hace tres párrafos pero quizás ya se olvidó. Los nombres también se olvidan. Celebro que la JEP venga a San Lorenzo a buscar fosas comunes. Cada víctima que encuentren será una persona desenterrada del olvido y una familia que avanzará en su duelo.
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