El año pasado escribí una columna sobre los cantos de los soldados del Batallón Ayacucho: “Cuando se muera mi suegra que la entierren boca abajo, por si se quiere salir, que se vaya más abajo. Con los huesos de mi suegra voy a hacer una escalera, para bajar a su tumba y patear su calavera”.
Esta canción hace parte de la larga tradición de burlarse de las suegras. El inefable (e inaudible) Ricardo Arjona canta una en la que repite los estereotipos de la suegra entrometida y al final, como buen macho explicador, lanza una instrucción para la hija: “moraleja: no le haga caso a su mamá”. Arjona critica la forma de ser de la suegra, pero también son comunes las referencias al aspecto físico: en “La suegra” Rodolfo Aicardi canta para que le ayuden a encontrar a la suya, que está perdida: “Han visto el cuerpo de una ballena, la boquita de un hipopótamo, y las orejas de un marrano… pues ni más ni menos”.
Busco en Google la palabra “suegro” y aparecen más de 10 millones de resultados. Las fotos muestran familias con hombres canosos, sonrientes y abrazadores y las primeras entradas ofrecen artículos sobre qué hacer cuando uno va a conocer al suegro o cómo él puede ayudar en la relación de pareja. Cambio la “o” por la “a” y los resultados arrojan 27 millones de enlaces sobre “suegras”, con imágenes de mujeres feas, grandotas, arrugadas, malencaradas y llenas de verrugas, que pelean o se dan la espalda. Los titulares son: “¿Qué hacer cuando tu suegra es tóxica?”, “¿Qué debo hacer para soportar a mi suegra?” y “¿Por qué las suegras odian a sus nueras?”.
Son comunes las canciones, caricaturas y chistes contra las suegras. Me dirán que las hay cansonas, interesadas o conflictivas y pienso que sí, de la misma manera en que también puede haber suegros posesivos, imprudentes o aburridores. No creo que las malas experiencias sean la regla general, pero nuestra cultura patriarcal normaliza el trato denigrante hacia las mujeres y eso se refleja en el estereotipo de la suegra, comparable solo con el de la madrastra: la bruja de los cuentos infantiles.
Dice el refrán “dichoso Adán que no tuvo suegra” y bajo esa misma concepción se crean las mamás de novios y esposos que salen en las series de televisión, telenovelas y películas: personajes cuyo rol suele coincidir con el cliché. Si el énfasis está en el papel de suegra, aparece una mujer amargada y odiosa, pero si el eje es la abuelita, el prototipo es la anciana venerable que prepara ricos postres… dos personas antagónicas en un cuerpo verdadero.
Hay en esa construcción cultural un prejuicio frente a la relación entre mujeres, que el sexismo supone como conflictiva y competitiva: la suegra y la nuera deben disputarse el amor del hijo, el centro del universo. Pero además la estigmatización hacia la suegra se fortalece por tratarse de una mujer mayor, y la vejez es una condición que nuestra sociedad castiga como si fuera una minusvalía. Basta oír el lenguaje que infantiliza a los ancianos.
Es común culpar a la suegra de las cosas que no nos gustan de la pareja: “lo malcriaron”, “no le enseñaron desde chiquito”, o “la mamá lo crio así”. En contraste, las cosas que nos enamoran suelen verse como un mérito propio y no como una cualidad aprendida. Achacarle a la suegra los defectos, negar su influencia en las virtudes, y sacar al suegro de esta ecuación es otra huella de la cultura patriarcal.
Tuve la dicha de tener una suegra cariñosa, respetuosa y prudente que, como tantas mujeres de su generación, nació y vivió en entornos de fuerte machismo. Murió hace una semana y la tristeza me hizo pensar en todos estos estereotipos injustos que se disfrazan de humor y que ya es hora de empezar a derribar.
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