Alguien me dijo que le gustan mis columnas porque menciono libros. El piropo me halagó pero después pensé que el libro que más he citado está fuera del ámbito literario: es la Constitución Política de Colombia de 1991.
Estudié derecho en la época de la primera generación de magistrados de la Corte Constitucional, que hizo historia con sentencias que trajeron a Colombia la oleada de cambios que atravesaba el planeta, desde la caída de la URSS y el Muro de Berlín hasta las dictaduras del Cono Sur. Dosis personal, eutanasia, libre desarrollo de la personalidad, divorcio, Estado laico y libertad de expresión fueron algunos de los asuntos que, a través de revisión de tutelas, sentaron los precedentes jurídicos para un país más incluyente.
Entre esos primeros magistrados fue trascendental Carlos Gaviria Díaz. En «El hereje», el libro de Ana Cristina Restrepo, se explica que Gaviria “lamentaba que el buen comportamiento esté vinculado a preceptos religiosos y no a la observancia de las normas de mayor trascendencia” y denunciaba que “desde el poder se han criminalizado las formas de pensamiento que no encajan en el espectro ideológico de la derecha”. Esas dos obsesiones, la ética ciudadana y la apertura democrática, inspiraron sus posiciones en la Corte Constitucional, creada hoy hace exactamente 30 años. Esa Corte y la tutela son dos de las instituciones jurídicas que más han transformado a Colombia en estas tres décadas.
El país del 91 era el de Yamid Amat en Caracol y Juan Gossaín en RCN. Por ahí debe reposar la grabación de Gossaín leyendo al aire uno por uno los 380 artículos de la nueva carta, el último de los cuales decía (dice): “Queda derogada la Constitución hasta ahora vigente con todas sus reformas”. Es decir: derogaba la muy conservadora Constitución de Rafael Núñez de 1886, que a pesar de sus ajustes seguía siendo reflejo de un país centralista, patriarcal y religioso. Los que vivimos ese 4 de julio del 91 habíamos conocido únicamente esa otra vetusta constitución.
El nuevo ordenamiento fue el resultado de la desmovilización del M-19, el exterminio de la UP, la Séptima Papeleta y el hastío por la guerra narcosicarial, los carros bomba y la violencia de los 80. La imagen icónica de su promulgación muestra a Antonio Navarro, Álvaro Gómez y Horacio Serpa, como representantes de distintas corrientes políticas, y al fondo el presidente César Gaviria, que 15 días antes había sacado pecho con la reclusión de Pablo Escobar en La Catedral. Luego se sabría todo lo horrendo que allí pasó.
Luego se sabría también que la Corte Constitucional se debe a la estatura ética de sus integrantes y escándalos como el “Cartel de la toga” o cobros de $500 millones para seleccionar una tutela para revisión minaron la confianza que inspiraba. A eso se sumó el torpedo que significó la reelección presidencial para el sistema de pesos y contrapesos.
Pero quizás lo más difícil ha sido la dificultad de aterrizar en la vida cotidiana la esperanza del mandato constitucional. “Los derechos de los niños prevalecen sobre los derechos de los demás” advierte el artículo 44, pero este jueves se denunció que 14 niños fueron abusados en un jardín infantil de Medellín o hace un año una niña embera fue violada por siete militares. El artículo 67 dice que “La educación será gratuita en las instituciones del Estado”, pero el Congreso hundió la Matrícula Cero en educación superior. El artículo 22 señala que “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”, pero el domingo mataron a Norelia Trompeta Hachacue y con ella van 277 exmiembros de las Farc asesinados después de la firma del Acuerdo de Paz.
En el Paro Nacional hubo voces que pidieron Asamblea Constituyente. Me asusta esa idea porque la votaría el mismo país que dijo “No” al referendo por la paz. La Constitución no es perfecta pero las más fuertes propuestas apuntan a empeorarla: restringir la tutela, prohibir el aborto, Congreso unicameral y, en general, devolvernos hacia un Estado más conservadurista. Las protestas en Chile sirvieron para convocar una constituyente. Acá lo que falta es exigir que se cumpla la que ya tenemos.
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