Hace días conocí todo eso que tantas veces había oído sobre el casco histórico de Honda: calles empedradas, arquitectura colonial, balcones de madera, fachadas de colores, más de 20 puentes y otras bellezas que no alcanzan a verse cuando uno cruza de paso hacia Bogotá.
De las muchas cosas que vale la pena visitar en Honda recomiendo una en particular: el Museo del Río Magdalena, cerca del Puente Navarro, la primera estructura metálica construida sobre el río, hace más de 120 años. El museo es un espacio dedicado a contar la historia del río, sus leyendas y su importancia como arteria del transporte de pasajeros y mercancías entre Barranquilla y el centro del país hace más de un siglo.
El viaje en barco por el Río Grande de la Magdalena protagoniza dos novelas de Gabriel García Márquez: «El general en su laberinto» y «El amor en los tiempos del cólera». En la primera, sobre el ocaso de Simón Bolívar de camino hacia Mompox, Santa Marta y la muerte, el nobel escribió: “En algunos recodos de la selva se notaban ya los primeros destrozos hechos por las tripulaciones de los buques de vapor para alimentar las calderas. «Los peces tendrán que aprender a caminar sobre la tierra porque las aguas se acabarán»”.
Las aguas no se acabaron pero sí cambió la vida que había a su alrededor. En el viaje de «El amor en los tiempos del cólera» García Márquez regresa a la misma preocupación: “El capitán Samaritano les explicó cómo la deforestación irracional había acabado con el río en cincuenta años: las calderas de los buques habían devorado la selva enmarañada de árboles colosales que Florentino Ariza sintió como una opresión en su primer viaje. Fermina Daza no vería los animales de sus sueños”.
Esos animales podían ser bagres rayados, caimanes, dantas o manatíes, todos ellos con población decreciente como consecuencia de la intervención humana. El manatí, por ejemplo, es un mamífero grande que vive tanto en agua dulce como salada y que durante siglos habitó en el Yuma, como los indígenas llamaban al Magdalena. Hoy es un animal casi desaparecido de su cauce.
De hecho hoy ya no existe casi nada de lo que se exhibe en fotografías y figuras a escala en el Museo del Río Magdalena. El buque “David Arango”, en el que García Márquez viajó en 1943, se quemó en 1961. Ya no hay transporte fluvial de pasajeros, ni tráfico de mercancías para importación y exportación. Hoy son literalmente piezas de museo las hojas de tabaco, frutos de tagua, pacas de algodón y sacos de café que hace 120 años se acopiaban en Honda para trasladar por vía fluvial hasta Barranquilla y desde allí a los mercados internacionales.
El viaje temporal que propone el Museo es también un recorrido por una geografía golpeada en lo económico y lo social por la extinción de los buques fluviales y el conflicto armado. Habría que estudiar la relación entre el fin del transporte y el ensañamiento del conflicto en los municipios ribereños y, en consecuencia, el impacto que tendría el Puerto Multimodal de La Dorada en lo ambiental y lo social. En el Magdalena ya no hay manatíes ni bogas ni sacos de café, pero siguen bajando cuerpos de NN, víctimas del conflicto armado, porque tanto este cauce como el del Río Cauca han sido depósito de cadáveres de todos los grupos armados. Esa huella de violencia está presente cuando se menciona Barrancabermeja, Yondó, Puerto Nare, Puerto Wilches, Puerto Boyacá, Simití, San Pablo, Cantagallo, Yondó, Puerto Berrío, Puerto Triunfo, Puerto Salgar o La Dorada, en donde la Comisión de la Verdad ha documentado distintas formas de violencia asociadas al río.
En el viaje a Honda también conocí el nuevo puente atirantado sobre el Magdalena, que terminaron hace 15 meses. Una construcción alta que invita a mirar hacia arriba, mientras el río corre por debajo. Quizás por eso me gustó el museo; porque obliga a observar con detalle lo que tantas veces vemos sin detenernos a apreciar: la enorme fuente de vida que representa un caudal que cruza 125 municipios de 11 departamentos y que viaja con sus aguas densas color café, por la contaminación, la alta sedimentación y porque es el alcantarillado de buena parte del país. Un río herido que cruza Colombia de sur a norte. Toda una metáfora.
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