Es extraño volver a los sitios de la infancia, como el colegio o la primera casa, porque la realidad contrasta con la memoria: las cosas son más pequeñas que el recuerdo que uno tiene de ellas.
Algo similar me pasa con los políticos. En una época supe el nombre de ministros y secretarios y me parecía que si llegaban a esos cargos eran personajes importantes: gente inteligente, culta, con gran bagaje y experiencia.
Quizás estaba desinformada; quizás los años ayudan a ver debilidades que antes no identificaba, o quizás se ha rebajado tanto el rasero de lo que esperamos de nuestros gobernantes que ahora elegimos (eligieron ustedes) a inanes como Iván Duque o Carlos Mario Marín, así como los gringos votaron por Trump y Brasil por Bolsonaro. La mediocridad es hoy el sello electoral para conquistar electores que no sueñan con los mejores sino con los que se ven simpáticos, bonitos o similares al promedio, y el promedio es bajitico.
Con buena parte de los aspirantes me daría pereza tomar café o compartir una tertulia. Si antes los veía como gente revestida de cierta dignidad, hoy me generan desconfianza. En muchos casos ganar implica transar, traicionar, pactar bajo la mesa, bailar en Tik Tok, hacer vídeos desde una peluquería y decir bobadas con cara de “yo no fui”: es decir, moverse en un universo degradado en el que la profundidad de las ideas tiene nulo espacio porque no hay con quién debatir. Cambiaron el ideario político por el negocio burocrático, y a falta de propuestas exhiben falsa simpatía.
Ante la ausencia de visión holística del Estado pululan candidatos de nicho, que se especializan en una única cantaleta, aunque el cargo que pretenden ocupar exija competencias interdisciplinarias. El candidato animalista, el ecologista, el de la comunidad trans, el de la bici, el de los taxistas, la de la bandera anti-bullying. Hay múltiples aspirantes con una única agenda porque no tienen perfil de estadistas, aunque ocupar una curul implique discutir leyes de todo tipo, desde el presupuesto general de la nación y las reformas tributarias hasta la ratificación de tratados internacionales. Temas densos para los que se necesita preparación y conocimiento.
Por allá en el siglo VI a.C. los griegos inventaron la palabra democracia para denominar esa forma de gobierno que tenía al ágora como centro de operaciones. Los ciudadanos se reunían en la plaza pública para debatir, escuchar y decidir. La democracia exigía la posibilidad de explicar y argumentar públicamente asuntos colectivos, y luego votar.
Estamos lejos de ese escenario. La campaña para Congreso es una pesadilla de pendones en postes, volantes en los semáforos y carros llenos de rostros sonrientes que enmudecen ante las preguntas incómodas de los pocos periodistas que indagan sobre presiones indebidas, dobles militancias y el origen de la plata para tanta valla.
La Patria publicó hace una semana un completo informe con denuncias que incluyen varios tipos penales. Según la investigación, hay múltiples presiones desde la Alcaldía de Manizales para obligar a empleados y contratistas a conseguirle votos al primo del alcalde, Santiago Osorio. Como si el nepotismo no fuera suficiente afrenta, el candidato y el alcalde además se niegan a responder. A los periodistas les dijeron que estaban muy ocupados para contestar, y una vez publicada la denuncia buscaron horarios de alto tráfico en redes sociales para victimizarse ante sus seguidores, diciendo que todo fue a sus espaldas. Igualitos al Clan Char de Barranquilla, que según la periodista Laura Ardila tiene una estrategia de comunicaciones que consiste “más que en difundir mensajes, en controlar el mensaje para que sea positivo y evitar situaciones que incomoden mucho. En ese sentido suelen escoger qué entrevistas conceden y a qué debates van”.
Dicen que una sociedad tiene los candidatos que se merece pero yo creo que merecemos mejor calidad del debate público: candidatos con discurso y visión de país, que traten a los ciudadanos con respeto, creatividad e inteligencia y que valoren los principios del sistema democrático que posibilita su participación. Candidatos maduros, con calidad moral y capacidad intelectual para dar la cara cuando toca, y no solo cuando les conviene. Yo ya elegí por quién votar, pero la verdad es que hay poco de dónde escoger.
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