El 4 de febrero de 1987 capturaron y extraditaron a Carlos Ledher Rivas, del Cartel de Medellín. El gobierno de Virgilio Barco dijo que era un golpe definitivo al narcotráfico y muchos confiaron en que la rauda extradición llenaría de pánico a otros mafiosos.
Nos llenamos fue de bombas y sicarios. En agosto de 1989 asesinaron al candidato presidencial Luis Carlos Galán y en 1990 a Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro Leongómez. En medio de esa matazón, en diciembre de 1989 hubo un cinematográfico operativo en Tolú, con helicópteros, mensajes por altoparlante de “entréguese a la justicia” y muchas balas, que acabaron con Gonzalo Rodríguez Gacha, “El Mexicano”. Igual que con Ledher, también se habló del “fin de una era” y “golpe mortal”, pero el fin del capo generó apenas reacomodos. Antes y ahora los únicos que celebran esas bajas son quienes conocen los secretos que el descabezado ya no podrá revelar.
Recuerdo el 2 de diciembre de 1993, cuando supe de la muerte de Pablo Escobar. Estaba en vacaciones de la universidad y por el equipo de sonido oí los detalles del hecho que por fin nos iba a poner a vivir sabroso, que como dice Francia Márquez, no consiste en vivir con plata sino en vivir sin miedo.
Los que hoy lucen camisetas y calcomanías de Escobar quizás olvidan que él, sicarios como Popeye, y las bombas del Cartel de Medellín mataron a más de 4.000 personas entre los 80 y 90. Por eso la muerte de Escobar llegó como el fin de una época de horror. El tiempo mostraría que mientras el primer mundo pague por droga los grupos armados de narcotraficantes serán como la energía: ni se crean ni se destruyen, únicamente se transforman.
En 1995 capturaron a Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, las cabezas del Cartel de Cali. El relato oficial indicó que el Cartel de Medellín había muerto acribillado en un tejado paisa y el de Cali acabaría extraditado. En consecuencia, ahora sí, llegaría el fin del fin del narcotráfico. Dicen “el fin del fin” y pienso en los archivos de la tesis en el computador: “final”, “final corregido” “final este sí”, “final mayo”, “final último”, y así.
El fin del fin consistió en que el siglo XXI llegó con una mezcla de narco-paramilitarismo que se regó por todo el país. Cuando en el gobierno Uribe el ternurólogo Luis Carlos Restrepo empezó a desmovilizar frentes con botas sin estrenar se alertó que los narcos estaban comprando franquicias paracas para lograr una salida política a su problema penal. La súbita extradición en 2008 de 13 jefes paramilitares, como Mancuso, Cuco Vanoy, Macaco y Jorge 40 también tuvo más razones políticas que judiciales: acá estaban hablando demasiado.
Desde entonces cada vez que matan o capturan a cualquier número uno anuncian otra vez la liquidación del paramilitarismo y el golpe mortal a las organizaciones narcotraficantes. En octubre de 2021 el Presidente Duque vaticinó el fin del fin del Clan del Golfo, con imágenes de Dairo Antonio Úsuga, alias “Otoniel”, sonriente y esposado. Así como Pablo Escobar se entregó para irse a la cárcel de La Catedral que él mismo construyó, muchos dicen que Otoniel no fue capturado sino que se entregó. Lo extraditaron porque varios poderosos se pusieron muy nerviosos con su lengua suelta ante la Comisión de la Verdad. Por esa extradición, y porque quiere, puede y no le da miedo, el Clan del Golfo anuncia paros armados. Este fin de semana encerró durante 4 días a 100 municipios de 11 departamentos, incluyendo capitales como Sincelejo y Montería. Pese a los 10 muertos, los 180 carros quemados o vandalizados y la afectación en más de 50 carreteras, no hubo Esmad en los bloqueos ni mensajes de los gremios lamentando las pérdidas. La conexión del Clan del Golfo en el Eje Cafetero es La Cordillera, el grupo planeó asesinar a Petro y por eso en esta campaña “democrática” el candidato favorito del 40% no puede venir a este supuesto remanso de paz. El ministro del Interior dijo que el paro lo hicieron reductos del Clan del Golfo. Reductos: justo lo que iba a quedarnos del narcotráfico después de la extradición de Ledher en 1987.
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