Adriana Villegas Botero


Imagine esta escena: en un centro comercial un hombre golpea a una mujer con una correa. Ella grita y él le sigue pegando, o viceversa, porque también podría ocurrir lo contrario. ¿Cómo reaccionaría usted?
Por fortuna cada vez se entiende mejor que nadie tiene derecho a maltratar a su pareja. Lo que antes se veía como “problemas personales que se tratan en privado” hoy son tipos penales. Ante una agresión física en un espacio público la gente suele gritar “no le pegue”, chiflar, llamar a la policía o grabar el hecho en el celular. Hay una sanción social.
Ahora imagine esta escena, que viví la semana pasada: en un centro comercial un hombre golpea a un niño con una correa. El niño grita, llora, y él le sigue pegando. ¿Cómo reaccionaría usted?
Nuestra Constitución dice que los derechos de los niños prevalecen sobre los demás y que nadie puede sufrir trato cruel o degradante. Los pedagogos y psicólogos advierten desde hace años sobre las nefastas consecuencias emocionales que genera el castigo físico. Sin embargo, miramos para el otro lado cuando un papá golpea a un niño, como si el hijo fuera su propiedad privada.
Somos una sociedad que cada vez reacciona con mayor vehemencia ante el maltrato animal y que ha logrado hacer visible la violencia de género. No entiendo entonces por qué usamos un rasero tan distinto para cuidar a los niños, más indefensos y temerosos, y usamos palabras como “corrección”, “disciplina” o “educación” para enmascarar el maltrato violento.
A quienes defienden que “la letra con sangre entra” y “porque te quiero te aporrio” los invito a preguntarse por la relación entre esa violencia y las demás. Si la paz empieza por casa ahí tenemos un enorme reto cultural.
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