No conozco gente con discursos a favor de la corrupción. Nadie se declara defensor de mañas o chanchullos y, al contrario, la corrupción suele aparecer como uno de los problemas más graves del país. Pero llega un día electoral como el de hoy y los resultados parecen un meme:
—¿Qué queremos?
—¡Acabar la corrupción!
—¿Cuándo lo haremos?
—Otro día.
Los primeros que no ayudan son los abstencionistas. La mitad del país no vota. Son millones de indolentes, indiferentes o furiosos ante un Estado ausente, que se suman a gente con retahíla de culebrero para justificar por qué no vale la pena votar, con explicaciones que van desde teorías conspirativas de fraude hasta generalizaciones como “todos son bandidos”. El abstencionista claudica: se abstiene de intentar una salida. Qué útil sería gastar esa energía en identificar candidatos que representan esa visión antisistema, porque los hay en abundancia. La irreverencia que se expresa en redes sociales, dando clics desde el sofá, tiene el mismo impacto de Guaidó como Presidente de Venezuela: solo existe en Twitter. Por eso es urgente que los que marcharon en las protestas sociales del año pasado se expresen hoy en las urnas y ayuden a elegir la bancada alternativa más grande en la historia de Colombia.
A los abstencionistas se suman los que venden su voto: los que sufragan a cambio de $50.000, tejas, tamal, o la promesa de contrato o puesto, y los que votan bajo la amenaza de perder alguna gabela si su jefe político se quema. Unos lo hacen con ilusión pasajera y otros con miedo, pero el resultado es idéntico: corrupto y nefasto.
En el caso del senador liberal Mario Castaño, quien hoy será vergonzosamente reelegido, la Fiscalía dice tener registro de 3.535 llamadas, lo cual significa que apenas estamos empezando a enterarnos de nombres e implicados en el enésimo Robo a Caldas. El lenguaje vulgar que usa el senador le quitará dos o tres apoyos de protectores de las buenas maneras, pero en cambio el audio en el que se oye su confesión de parte “hay que ser primero empresario y después político” no le restará ni medio voto. Que su curul sea un concierto para delinquir, según lo viene revelando la Fiscalía (con oportunas filtraciones a la Revista Semana, en donde el fiscal tiene columna de opinión) indigna pero no sorprende. Me llaman la atención, eso sí, las maromas retóricas de quienes dicen luchar contra la corrupción, y que después de oír las exigencias de dinero y sexo a cambio de contratos siguen invitando a votar por las listas liberales argumentando que sobre el amo, señor y dueño de su partido en Caldas aún no hay condena. Esos ciegos que no quieren ver exhiben el mismo cinismo de Álvaro Uribe en 2006, cuando le dijo a los “buenos muchachos” de lo que hoy es el Centro Democrático: “Les voy a pedir a todos los congresistas que mientras no estén en la cárcel, voten”.
Acá la corrupción es un circo con más de tres pistas. La campaña que hoy termina estuvo inundada de denuncias de presiones y amenazas de secretarios y funcionarios de la Alcaldía de Manizales para votar por Santiago Osorio, el inefable candidato-primo del alcalde Carlos Mario Marín. Numerosos chats y testimonios evidenciaron intimidación a contratistas y empleados, y además mostraron cómo parte del gabinete municipal funciona como una bodeguita. En esa orilla política también hay ciegos por voluntad.
O está la lista de Mauricio Lizcano, encabezada por Wilder Escobar, quien antes de irse de Empocaldas le dio un contrato de asesoría jurídica por $99 millones a Catalina Mesa Ramírez, la pareja de Lizcano, aunque la entidad tenga abogados y ella no viva acá. Ahí también figura el exarquero Juan Carlos Henao, cuyo único mérito como estadista consiste en prestarle su nombre a Lizcano para esquilmarle votos de la hinchada del Once Caldas al candidato Juan Sebastián Gómez.
Podría seguir pero se acabó el espacio. Dan ganas de ir a los puestos de votación y alertar como lo hacen en las redes sociales: amiga, date cuenta: ¡es la corrupción!
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Nota al pie: Paradójico que los 10 años de Manizales Más, que promueve el ecosistema de emprendimiento regional, se celebren en Cartagena.
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