Otra biblioteca trágica
Señor Director:
En la época de los pueblos bárbaros, un gobernante afamado por su barbarie, acostumbraba quemar vivas a sus víctimas, las que mantenía en sótanos húmedos, llenos de ratas, cucarachas y demás alimañas roñosas, para amilanarlas y hacerlas sufrir. Un vasallo le sugirió que la horca era menos cruel, pero él decidió mejor, que esos que eran seres vivos, ya muy enfermos, por el abandono en las celdas al que su indiferencia y descuido los redujo, que juzgó inservibles, fueran acuchillados, trozados, determinando que el destino final de esos guiñapos de cuerpos, fuera material de relleno. Mas ocurrió que una de las vasallas de su corte, queriendo honrar la que pensó frustrada vocación pirómana del furioso Orlando, se le adelantó, quemándolos sin su autorización.
En mi admirado Pensilvania, ni más ni menos, fue esa la explicación de su alcalde, la que leímos horrorizados sobre lo que le ocurrió a la biblioteca, fruto de la ignorancia llevada al paroxismo, a la que donaron casi toda la del doctor Rodrigo Ramírez Cardona, quien a mediados del siglo pasado fundó en Bogotá la Revista Nacional de Filosofía, y por muchos años, el más leído columnista de
La Patria, en Confesión de media noche y Laberinto, como denominó sus columnas. Y doy por supuesto, que estaba la del doctor Gustavo Ramírez Escobar, otro pensilvaneño, pariente de aquel, que recién llegado de su especialización en París, comenzó a escribir la orientadora columna internacional cada semana, y es probable que algunos otros han hecho lo mismo.
Si por todos los motivos me duele esta acción inconcebible, está el particular de que, a la biblioteca de Pensilvania, era la que había escogido como depositaria de una muy buena porción de la mía, que es bastante grande. Y esa dilección es porque he amado esa población, por sus paisajes y sus gentes, y le estoy agradecido por ser la única de todo Caldas, que alguna vez se acordó de mis tareas intelectuales.
Debían estar en ella, quién sabe si entre los incinerados, los valiosos e inconseguibles textos de estudio de zoología, ciencias naturales, geografía, geometría, etc, de hermanos vinculados a la comunidad y al colegio, editados en la Colección Lasalle, igual que los de G. M. Bruño, y estudiados por anteriores generaciones. Hoy unas joyas bibliográficas, del hermano Daniel, del hermano Florencio Rafael, del hermano Gonzalo Carlos, etc, que debieron pasar por sus aulas y enseñar con ellas. Preciso, en estos días repasaba el sobre Literatura Universal (1958), del hermano Rodulfo Eloy, que es el nombre en Cúcuta, del colegio de la comunidad.
No hay que ir al exterior. Ni a la historia antigua, ni citar las últimas referencias. En Manizales, ha sido trágica la historia de las bibliotecas públicas, y la de muchas de las privadas. A nadie le ha interesado que la cuente. ¿Vergüenza? Ojalá. Y hace siete años, reuní en mi casa bien atendidos, a rectores de universidad y directores de bibliotecas, para que me respondieran: “¿Qué hago con la biblioteca?”. No respondieron. Y recreando la Anábasis, les hablé de casi todos los diez mil. En persona, se las ofrecí al director de la del Banco de la República, al de la Universidad de Caldas, al actual Alcalde de Manizales para la Municipal. Ningún interés. Me entristecí. Entonces, que me entierren con los libros.
Cordial saludo,
Hernando Salazar Patiño
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015