Arbor symbolvm poetae
Señor director:
Durante el año lectivo de 1964 los estudiantes del sexto grado de bachillerato en el Colegio San Luis Gonzaga, de Manizales, tuvimos como profesor de Literatura Colombiana al queridísimo padre Augusto Gutiérrez Jaramillo, S.J. (o S.I.), a quien varios de mis condiscípulos llamaban Buñuelo. Y el texto o manual de la asignatura era el libro Literatura Colombiana, obra del padre José A. Núñez Segura, jesuita que no conocimos los estudiantes. Es un volumen de excelente contenido y mediocre presentación material; todavía sigue en mi poder y en la penúltima página -son más de 680- reza así: “Acabose de imprimir este libro en la Editorial Bedout, de Medellín (Colombia), el 3 de Diciembre de 1962, Fiesta de San Francisco Javier, patrono principal de las Misiones Católicas.”.
En el capítulo dedicado a los humanistas el padre Núñez Segura destaca a Don Miguel Antonio Caro. En las quince páginas que le dedica habla de sus cualidades como poeta y prosista, traductor, periodista, gramático, crítico literario y orador, pedagogo, historiador y filósofo. Menciona brevemente sus condiciones de político, gobernante y hombre de familia, amén de cristiano y católico de “machamartillo”. Y lo califica de polígrafo, el Menéndez y Pelayo de la patria, gloriosísimo genio de la raza latina y de la lengua castellana, hombre del Renacimiento, americano enorme, personalidad universal, el cerebro de Colombia. Creo estar de acuerdo con semejantes ditirambos.
Ese estudio sobre el señor Caro se detiene un momento para presentar un poemita escrito en el idioma del Lacio, el de Virgilio, una mera estrofa salida del pensamiento y de la pluma de don Miguel Antonio. El padre Núñez no ofrece la traducción de la estrofa, el padre Augusto no tuvo la iniciativa de hacerlo, los alumnos no nos interesamos en preguntarle o averiguar para saber qué dicen esos cuatro versos, que a continuación transcribo (el título de la poesía es el mismo de este articulito).
Arbor, dum crescit, similis miranda poetae,
nam pedibus terram, sed capita alta petit:
alis, quas simulat foliis, et murmure leni
humanas mentes semper ad alta vocat.
Intentemos traducir. Digo “intentemos”, en plural, porque seguramente cometeré errores y tendré que invocar: Domine Efraim (Osorio López), in adiutorium meum intende, ad adiuvandum me festina; Don Efra, ven en mi auxilio, date prisa en socorrerme (así se expresan los monjes al comenzar el canto de las Horas Canónicas). Advierto que en el bachillerato no me enseñaron latín, y que en el seminario tuvimos clase de esa materia dos años escasos. La versión que ofrezco no es poética, no tiene métrica ni rima, no suena muy musical que digamos, pero aquí va:
El árbol, símbolo del poeta
El árbol, mientras crece, es un portentoso símil del poeta
pues con las raíces no busca la tierra sino cosas más altas; con las alas, que asemeja a las hojas, y un suave murmullo,
llama siempre a las mentes humanas a lo alto.
Nota 1- Es posible que haya errores, pero en el libro, no en los originales de don Miguel Antonio Caro, ya que desde adolescente hablaba la lengua latina con los de su casa y después, adulto hecho y derecho, rezaba el Oficio Divino en latín con los canónigos de la catedral de Bogotá.
Nota 2- Efectivamente, tuve que revisar dos veces la versión original del presente escrito y acudir a las luces de Don Efraim, a quien agradezco.
Jaime Pinzón Medina, presbítero
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