Impuestos sí, corrupción no
Señor director:
Después de las ceremonias protocolarias con mucha alegría, jolgorio, esperanzas y colorido de pueblo, empiezan las anheladas propuestas de cambios, que definitivamente se requieren para airear y refrescar la política colombiana.
La democracia es abierta, pluralista, controversial y de oportunidades. Si profesamos una democracia, cualquier cosa puede suceder. No es extraño que una izquierda con vocación de hacer las cosas mejor, planteen propuestas que traten de reivindicar los derechos de quienes también hacen parte de una sociedad como lo es la familia colombiana. Son muchos los desniveles y tratar de aplanar la curva de injusticias, desigualdades e inequidades, es una actitud que apenas toca con los principios elementales de la ética social con quienes carecen de todo.
Quienes tienen recursos económicos, deberán contribuir para que quienes carecen de ellos, también accedan a un mínimo bienestar y puedan sentirse mejor en un país que sin discusiones es de todos sin excepciones ni exclusiones.
Esperamos que los impuestos que se pretenden recaudar, se inviertan sin ambages en quienes más lo necesitan, dándole paso a un Estado solidario, en una sociedad solidaria impregnada de altruismo y filantropía como debe comportarse la raza humana. Que ojalá aparezca una nueva dirigencia sin apetitos voraces y caníbales que no sigan el camino de la corrupción vergonzosa que ha destruido los valores más elementales de nuestra dignidad colombiana. Una dirigencia, que se comporte como tal y que sepa que los impuestos son sagrados y que son el fruto de los colombianos y que en tal sentido se debe practicar el quinto mandamiento: “No robar”.
No se trata de entablar una guerra entre pobres y ricos, que agudice una incruenta lucha de clases, ni mucho menos quitarle a los que tienen para darles a quienes por unas u otras razones carecen de lo necesario. Tampoco es fomentar o estimular la pobreza ni el zanganismo con dádivas inmerecidas, ni mucho menos ofender la dignidad humana con limosnas que en vez de ayudar a crecer, lo que hace es envilecer la dignidad humana. Se trata de fomentar la justicia distributiva que evite los excesos de pobreza denigrantes, mientras que otros seres humanos nadan en la abundancia de sus riquezas. Definitivamente, la educación tiene un papel protagónico y deberá marchar a la vanguardia de los cambios fundamentales que se requieren a partir de la familia y que cada persona asuma con responsabilidad su formación de transformarse en un ciudadano que le aporte al país y que sean conscientes que debemos sembrar para cosechar y no esperar que otros cosechen para que compartan, porque la responsabilidad es individual y colectiva.
Elceario de J. Arias Aristizàbal
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