El abuso sexual infantil es un monstruo subterráneo que arrasa niños y niñas, familias y hasta instituciones enteras. Brota renovada como una hidra venenosa, no porque hoy sea más frecuente sino quizá porque solo hasta ahora la estamos reconociendo. Por una razón muy simple: los niños y niñas son más fáciles de asustar, y muchos jamás se atreverán a contar sobre los vejámenes de los que fueron objeto. El miedo, la vergüenza y el silencio resultante son los principales cómplices de este crimen.
¿Cómo puede luchar nuestra sociedad contra esta fuente de terror, dolor y frustración?
Es moda hoy en Colombia pedir penas extremas como la prisión perpetua e incluso la pena de muerte para violadores y asesinos de niños y niñas. El dolor y la indignación que generan estos casos hacen que exijamos la mayor severidad por parte de la justicia. Sin embargo, cabe preguntarse: en caso de aprobarse una de ellas (o las dos) ¿sería suficiente para poner control sobre este fenómeno criminal?
Pienso que no. La sociedad no puede creer que, con enviar a todos los abusadores de niños por el resto de sus días a la cárcel, va a controlar el abuso. Ni siquiera deberíamos considerar la radicalización de las penas como el esfuerzo principal en este tema. Creo que el tema de las penas es solo una medida complementaria.
Los esfuerzos de la sociedad deberían concentrarse en la dignidad de los niños y las niñas. Que les permita sentir que su cuerpo es sagrado, que no es objeto de placer de nadie, y que hay una familia y una sociedad que están dispuestas a protegerlos. Puede sonar romántico, pero permítanme defender esta propuesta. Carlos Valdés, director de Medicina Legal, afirma que el 90% de los abusadores de niños y niñas son personas allegadas al entorno familiar, muchos de estos son el padre, padrastro, tíos, primos, hermanos. Si alguna madre aterrorizada no deja salir a sus pequeños hijos para protegerlos del abuso, debe pensar que posiblemente el monstruo lo tiene en casa. Esto nos lleva a deducir que el principal foco de atención en este tema debe ser la familia.
Hay que concentrar esfuerzos en promover familias basadas en el respeto, el amor, el cuidado, y sobre todo centradas en promover la dignidad de sus niños y niñas. En esto la confianza de los niños para contar lo que les puede estar ocurriendo es fundamental. El silencio es cómplice del abuso. Pero los niños y niñas pueden temer contar lo que les pasa porque piensan que pueden ser severamente castigados por esto.
Por lo tanto, hay que construir lazos de confianza entre toda la familia para que el silencio sea proscrito del ámbito familiar en estos temas. Y hay que promover una educación sexual temprana, tanto en la familia como en la escuela. Debemos abandonar la paranoia absurda de creer que la educación sexual conducirá a los hijos a la promiscuidad o la prostitución. En realidad, ocurre al contrario. Niños y niñas formados en un ambiente de tabú frente al sexo, ignorantes de sus propios cambios corporales, terminan muy frecuentemente con embarazos adolescenciales o como objeto sexual de los adultos o grupos de compañeros.
Asimismo, en los programas de fortalecimiento de las familias debe incluirse sin falta a los adultos, hombres o mujeres, que conforman el entorno del niño. Debe incorporarse una información que permita entender que el abuso ocurre, puede estar presente y que tanto niños y niñas como adultos pueden prevenirlo si lo conocen, lo anticipan, lo pueden reconocer y controlar.
Así como una persona con tendencia a la adicción al juego debe reconocer las situaciones que pueden conducirlo a una crisis para poder manejarlas, prevenirlas y evitarlas, así los adultos con propensión al abuso sexual, hombres o mujeres, deberían reconocer las situaciones que los colocan en riesgo (a ellos y a los niños) para evitarlas y saberlas manejar. En este esfuerzo, las penas impuestas por la justicia deberían jugar un papel complementario como factor de disuasión. El mundo de los niños y las niñas debe ser un mundo de juego, de fantasía, de amor. El mundo futuro depende de que esto sea así hoy.
Aquí he colocado algunas ideas, más intuitivas que académicas o científicas, para aportar al debate de un tema que parece corroernos como sociedad, como es el abuso sexual contra los niños y las niñas.
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Javier Moncayo Plata
Director Ejecutivo PDPMC
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