Jorge Enrique Pava


Los resultados de las últimas encuestas sobre la preferencia e intención de voto de los ciudadanos por los candidatos a la Presidencia de la República, dejan un sinsabor por lo incoherentes y alejados de la realidad.
Que Iván Duque aparezca siempre encabezando las encuestas no es producto del azar. Duque ha sido el candidato más expuesto, atacado, vituperado y rebatido, por lo que su campaña se ha visto fortalecida gracias a la exposición que de él hacen sus contrincantes y enemigos. Porque aún en su ausencia, Duque ha sido el foco de los debates, el “trompo puchador”, la mira de descalificaciones, el centro de atención y el eje sobre el cual se mueve la opinión pública. Se le critica su juventud, sus vínculos con Uribe, su inexperiencia política, y hasta el color de su pelo; se trata de opacar con ataques mentirosos que hacen carrera en las redes sociales. Pero aun así, es el candidato que “más suena” y por lo tanto es una obligación política hacer referencia a él.
Igual pasa con Gustavo Petro: por su arrogancia, prepotencia, incoherencia y ese espíritu “revolucionario”, que no es más que la exposición populista de la realidad colombiana, mueve masas impulsadas desde aulas escolares, círculos populares, claustros universitarios y grupos doctrinarios y adoctrinantes quienes, por su forma de actuar, su ciega disciplina y su radicalismo, resultan haciendo más bulla que los demás. Y gracias a sus métodos alevosos, donde las cosas se hacen aún pasando sobre la ley, su exposición también es impactante, y resulta un candidato imprescindible a la hora de los debates, de la contradicción y de la crítica. Entonces sigue “sonando” y los ojos de la prensa se posan indefectiblemente en él.
De Sergio Fajardo no hay mucho qué decir. Su tibieza, su indecisión y su falta de carácter y de discurso lo hacen un candidato soso, aburrido, sin argumentos e invisible. En mi concepto, sus posibilidades de éxito quedaron arruinadas cuando decidió darle gusto a todo el mundo sin asumir posiciones propias.
Lo mismo pasa con De la Calle, quien arrastra el pesado lastre de la defensa a ultranza de un proceso de paz, que día a día se va destapando como la mayor farsa y el mayor fraude cometido en la historia de Colombia. Es un hombre inteligente, ilustrado, culto y demuestra conocimiento del país; ¡pero está muy mal casado! Su matrimonio con las Farc y su apuesta a entregarle la institucionalidad al terrorismo, nunca le permitirán llegar más allá de ser un simple candidato ex-negociador. De Vivian Morales no tengo ninguna opinión.
Y llega Vargas Lleras. No sube en las encuestas; no se ve reflejado en la intención mayoritaria; por lo tanto, se supone, no representa un peligro para los demás contendores. ¿Seguros? Esta es la incoherencia que marcan las encuestas. Vargas Lleras puede no figurar como el preferido en la intención de los colombianos, ni con las posibilidades de pasar a una segunda vuelta. Puede no ser el foco de los medios porque no es el centro de los ataques como Duque; ni el platillo de los corrillos porque sus métodos no son aberrantes como los de Petro. ¡Pero tiene los votos! Y las elecciones se ganan es con votos, no con encuestas. Vargas Lleras cuenta con el apoyo de Cambio Radical, Partido de la U, parte del Conservatismo, parte del Liberalismo y otros que se han adherido en el camino. Esto le pone una fuerza parlamentaria mínima de 81 representantes a la Cámara y 44 Senadores que moverán sus electores en todo el territorio nacional. ¿Tiene los votos? ¡Claro! Y es posible que la realidad supere a las encuestas que, en últimas, solo parecen reflejar la intención del voto en contra.
¡Nos esperan grandes sorpresas! Mientras tanto, sigámonos despedazando en las redes sociales defendiendo las canas de Duque o el límpido pasado de Petro.
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