Lorenzo Calderón
LA PATRIA | Manizales*
Sin duda el virus que produce la enfermedad denominada covid-19 se ha instalado. Ha llegado, se queda, y sólo una vacuna efectiva podría contener su contagio y sus efectos devastadores.
Todas las acciones emprendidas por los Gobiernos a nivel mundial, tendientes a reducir los efectos de esta desconocida y desconcertante infección, se han caracterizado por la adopción de medidas de aislamiento, algunas moderadas y otras mas radicales. Hasta hoy el Estado, ha actuado con miras a la protección de la vida y la salud de sus asociados.
Sin embargo, llega el momento en que cualquier medida Estatal de carácter asistencialista, para asegurar que las personas nos quedemos en las casas, sin trabajar, sin atender nuestra cotidianidad, se están quedando cortas; definitivamente tienen sus límites.
El caso colombiano, ha tenido desde el principio un manejo razonable; tanto cuanto, se ha orientado a utilizar el aislamiento preventivo obligatorio como un instrumento que permita impedir picos de contagio a corto plazo, mientras se fortalece la capacidad de reacción del sistema de Salud y se puede asegurar una cobertura mas amplia en caso de un brote masivo.
Creo que se ha actuado bien. Pero a la vez se han exacerbado todo tipo de medidas, determinadas por criterios subjetivos y por la gran facultad de discrecionalidad que nuestros mandatarios locales han desplegado en todo el País.
Acaso -me pregunto- ¿los ciudadanos, somos tan incapaces de valernos de nuestro libre albedrío para discernir lo más razonable y acertado en favor de nuestra propia sobrevivencia? Creo que no.
Esta etapa que se abre hoy en día nos convoca a un cambio de modelo, pues se hace necesario volver a la calle, recomponer la vida social y el quehacer diario.
Entonces, sigue el mas grande de los retos: Demostrar que como sociedad tenemos un nivel de civilización e inteligencia suficientes como para ser autónomos, determinar responsablemente nuestra propia vida y construir el porvenir desde allí.
Por ello el valor que hay que esgrimir, resaltar, promover y honrar es el de la solidaridad, entendida como “La identificación personal con una causa o con alguien, ya por compartir sus aspiraciones, ya por lamentar como propia la adversidad ajena o colectiva”. Así la recopila Manuel Ossorio en su diccionario de ciencias jurídicas, políticas y sociales.
Si la fuerza de las circunstancias nos obliga a salir nuevamente a enfrentar nuestra condición natural de seres sociales, debemos reinventarnos y asumir que nuestro comportamiento debe cambiar: es sentir con los otros, obrar de manera que impidamos nuestro propio contagio o para no contagiar a los demás.
Todo esto es cuestión de vida o muerte, así de sencillo: obtener el pan de cada día y disminuir los riesgos de contagio, son dos acciones que deben imponer una sola conducta determinada por una verdadera ola cultural, que reivindique valores básicos, que como sociedad ya tenemos, pero que quizás, por el profundo individualismo en que hemos andado en los últimos años, permanecen dormidos.
La cultura ciudadana que promueve los valores y una nueva forma de usar el presupuesto público como un instrumento de intermediación del Estado, es el siguiente papel de la Función Pública, no hay que dar pescado, sino enseñar a pescar; y nosotros al Salir de pesca, debemos ir muy bien preparados.
Esta etapa que se abre hoy en día nos convoca a un cambio de modelo, pues se hace necesario volver a la calle, recomponer la vida social y el quehacer diario.
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