KLAREM VALOYES GUTIÉRREZ
ISLA DE SAN ANDRÉS
La desolación consume a buena parte de los habitantes de la encantadora isla colombiana de San Andrés a quienes el huracán Iota sorprendió el lunes mientras dormían, llevándose por delante los techos de numerosas casas y dejándolos a la intemperie.
En medio de la angustia y la incertidumbre permanecen los isleños que viven en la zona costera de San Andrés, de los sectores más azotados por la furia de Iota, el primer huracán de categoría 5 que golpeó el país.
"Cuando nos dimos cuenta estábamos llenos de agua salada. El mar se pasaba como seis metros para acá, corrimos a alcanzar la ropita para que no se mojara, pero qué va, era muy tarde. La brisa y la fuerza del mar era muy brava", dice Daridel Polo Robles.
El fuerte oleaje irrumpió en su vivienda, ubicada en una humilde zona de la isla en la que la fuerza de Iota levantó los andenes de concreto y destruyó la calzada de una carretera al lado del mar.
De los frondosos árboles que separaban su casa de la playa hoy solo quedan ramas secas y troncos que fueron arrastrados varios metros por la fuerza de los vientos.
"Era fortísimo, pensábamos que se iba a inundar todo esto. (Estamos esperando) que nos ayuden en alguna cosa, no pide uno mucho", reclama Polo Robles.
Recuperarse de los daños
San Andrés convalece a los estragos que causó el huracán en su avance hacia Centroamérica y recobra el aliento poco a poco con la mirada puesta en el turismo, motor de su economía, mientras las vecinas islas de Providencia y Santa Catalina tendrán que ser reconstruidas casi en su totalidad.
En esas poblaciones, en las que a diferencia de lo que ocurrió en San Andrés, la mayoría de las casas sucumbieron ante la vehemencia de Iota, los lugareños hacen frente a la crisis con las ayudas humanitarias que llegan desde el lado continental del país.
Al aeropuerto Internacional Gustavo Rojas Pinilla, de San Andrés, llegan diariamente decenas de personas que viajaron desde otras regiones del país para buscar noticias sobre sus familiares en Providencia y Santa Catalina, incomunicados desde el lunes.
Nada más fuerte que Iota
Mientras se prepara para recibir la visita de algunos funcionarios públicos que documentan casa por casa las pérdidas y afectaciones, Daridel Polo Robles recuerda que en los 56 años que lleva viviendo en San Andrés no había vivido nada similar.
"Esto fue más bravo que Joan (el huracán que en 1988 se cobró la vida de más de 300 personas en varios países del Caribe). Anteriormente vivía cerca del centro y ahora vivo por acá cerca del mar y es más fuerte", relata.
Con él concuerda Samuel Manuel, un isleño que por la crisis derivada de la pandemia del coronavirus se dedicó a vender pescados en su casa, pero el huracán destruyó la nevera con la que trabajaba y lo dejó sin nada para rebuscarse en el día a día.
"Hace treinta y pico de años llegó el Joan, pero este (Iota) fue más fuerte. El agua entró, tumbó la nevera, tumbó todo", narra Manuel al recordar que esta vez la brisa y el agua que golpeó su vivienda no les dio tiempo de recoger ni a él ni a sus vecinos sus pocos bienes.
Samuel agradece que sus nietos, que siempre duermen con él, no estaban en casa esa madrugada en la que Iota destruyó además su dormitorio, el patio de la casa y mató a varias gallinas de su galpón.
"Ahora sí me quedé sin nada, ninguno de los hijos míos está trabajando. Son profesionales y están buscando trabajo en almacenes y cosas así para ayudarme. Anoche vino la cúpula del Gobierno y trajo unos kits de comida para iniciar, detalles son detalles, pero (...) no puedo depender de todo del Gobierno", reconoce.
Crisis
Iota fue el combustible para que la crisis económica desatada por la pandemia del coronavirus terminara de estallar en esta región del país, ya de por sí azotada por la informalidad laboral y la parálisis del turismo, vital para este territorio insular.
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