Antonio Colmenares Martínez
Un malestar generalizado, caras largas, suspiros profundos, miradas esquivas, pocas palabras o explosiones emotivas de un discurso que se veía venir: “El gobierno de Colombia no nos ha defendido nunca, le entregamos un cuerpo caribe entero y nos están devolviendo un cadáver cercenado”, han dicho algunos de los historiadores raizales, mascullando la amargura porque saben que el desastre real comenzó en marzo de 1928 cuando el ministro plenipotenciario Esguerra suscribió el tratado con su similar de Nicaragua Bárcenas, entregando toda la costa de Mosquitos a Nicaragua y trazando una línea referencial denominada Meridiano 82, que Esguerra no exigió que fuera frontera y hoy, al ser trazado el límite, se perdió una gran parte de mar, precisamente sobre una zona en la que está ubicada la riqueza ictiológica y grandes yacimientos de petróleo. Lo que le quedó a Colombia son ‘desiertos de aguas profundas’.
Colombia, en respeto por la declaración de la Unesco de Reserva de la Biosfera, renunció a la explotación de los hidrocarburos, pero ahora, a Nicaragua que no tiene ningún compromiso ambiental, le queda el camino expedito para esa explotación de petróleo, además de la pesca blanca, las mejores especies de langosta, entre otras riquezas que hasta las 10 de la mañana de hoy era colombiana.
De nada sirvió la ratificación de propiedad de la totalidad de los cayos, eso se sabía desde hace muchos años, lo nuevo y actual es que se perdió parte de territorio nacional. A partir de las 10 de la mañana del 19 de noviembre Colombia es más pequeña, mucho más pequeña, aunque el común de los colombianos no entienden que ese mar que se perdió, no es solo eso; mar, agua, sino parte de la dignidad nacional y mucho más que cortes geográficos, se perdió la despensa de los pescadores artesanales.
Hay tristeza general y solo se espera que el Gobierno Nacional explique porqué se falló en la defensa de los territorios de ultramar, que por lejanos no dejaban de tener un valor enorme que hoy empezamos a lamentar y extrañar.
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