Wilson Morales Gutiérrez
COLPRENSA | LA PATRIA | CARTAGENA
Es común caminar por las calles del Centro Histórico de Cartagena y encontrarse a más de un venezolano pidiendo limosna o diciéndole a los transeúntes que le den lo que consideren por el dulce que están ofreciendo.
Esta escena también se repite en sectores turísticos como Bocagrande, Marbella y Getsemaní, así como en las zonas populares de la ciudad, donde los ciudadanos del vecino país tratan de sobrevivir en una tierra ajena, pues tuvieron que huir de la suya por la crisis social que afrontan.
Y aunque la problemática es apremiante, por todas las necesidades que afrontan estas personas para poder sobrevivir y mandar algo de dinero a los parientes que se quedaron en su terruño, no hay un registro sobre los venezolanos que están en la ciudad en condiciones de mendicidad.
El último censo realizado por el Registro Administrativo de Migrantes Venezolanos en Colombia (RAMV), deja ver que el 4,2 % de los venezolanos, de los 935.593 que han llegado al país, se encuentran distribuidos en los diferentes municipios de Bolívar.
Pero la mendicidad no es el único problema que enfrentan los venezolanos en Cartagena, pues, aunque no hay un estudio detallado, es de conocimiento público que a los bares nocturnos y burdeles de la ciudad han llegado muchas venezolanas a prostituirse.
La evidente situación quedó a flor de piel cuando hace varias semanas la Fiscalía General realizó la conocida operación Vesta, capturando a 18 presuntos proxenetas, entre ellas ‘La Madame’ y el excapitán de la Armada que aceptó que accedía sexualmente a niñas.
El fiscal delegado para esa operación, Mario Gómez, señaló que se identificaron a 250 víctimas, entre ellas niñas, adolescentes y jóvenes, donde muchas eran venezolanas.
Así mismo, hace pocas semanas la Fiscalía prosiguió con otra fase de esa operación y realizó allanamientos en tres prostíbulos en el sector de ‘El Amparo’, donde rescató a 49 mujeres, de las cuales 23 eran venezolanas.
La Fiscalía indicó que las mujeres eran sometidas a malos tratos y que eran obligadas a tener sexo con muchos clientes. Los representantes legales de los negocios niegan eso y aseveran que las mujeres que allí trabajan lo hacen libremente y que tienen condiciones dignas. La investigación está en proceso.
Y una indagación realizada por este medio, dejó al descubierto una difícil situación que se vive en las inmediaciones de la Terminal de Transporte, en un sector conocido como ‘El Terminalito’, a orillas de la vía La Cordialidad. Allí, trabajadoras sexuales, entre ellas venezolanas, se apostan junto a la carretera y ofrecen sus cuerpos hasta por 15.000 pesos.
El Universal presenta la siguiente crónica sobre esa situación que se vive en la ciudad:
Sexo bajo las estrellas
Las agujas del reloj apenas van saboreando las 10:00 de la noche y en las aceras de la vía La Cordialidad ya se dejan ver las caras del sexo, las drogas y la necesidad.
Entre los claroscuros se detallan las curvas pronunciadas, frente al barrio Villa Estrella. Las mujeres reparan a los conductores que pasan, y una que otra deja ver un gesto lascivo. Sus vestidos cortos e insinuantes atraen a los clientes.
El conductor de la moto baja la velocidad y me voy adentrando en la estación de servicio que está frente al barrio Villa Estrella. Apenas nos detenemos cuando una de las mujeres se acerca.
“Hola, a dónde me van a llevar”, me dice una joven con acento de venezolana, de pelo negro y tez blanca. Tiene un vestido negro ceñido al cuerpo, con escotes en el pecho y la espalda.
Tiene un rostro y una voz angelical, pero sus gestos y destreza para encararme delatan la madurez que le ha dado la calle.
“Cuánto me vas a cobrar mami”, le dice el conductor de la moto en la que voy de parrillero. “Para ti... te lo puedo dejar en 35.000 pesos, con todo”, responde la joven.
“Firme, déjame y termino una carrera y regreso”, dice el motociclista, quien sigue en marcha lenta. Retomamos el recorrido por la vía La Cordialidad y en los corredores nos seguimos encontrando con mujeres en los andenes, que afanosas buscan clientes.
Antes de llegar a la calle que conecta con la Terminal de Transportes, tres mujeres muy jóvenes se apostan junto a la vía. Son rubias, blancas y de pronunciadas curvas.
“Uy, cómo”, dice el motociclista con el que voy, mientras que se acerca al grupo de jóvenes, que tendrían escasos 21 años.
Pero el entusiasmo primitivo se rompe abruptamente. “Uf”, exclama el conductor, mientras que decide alejarse y cambia de rumbo. “Compa, a esas mejor no les preguntemos. Ese olor a marihuana me patea”. Pasamos junto a la estación de gasolina que está frente a la Terminal de Transportes y vemos más trabajadoras sexuales en busca de clientes. Al menos diez hemos visto hasta ahora.
El motocilcista baja más la velocidad y empieza otro eslabón del corredor sexual. “A la orden”, dice una voz masculina.
Es uno de los tres travestis que están junto a un poste de alumbrado. Se ríen entre ellos y saludan con la mano. Solo unos ocho metros después en ese sector comercial que está a orillas de La Cordialidad, casi entre tinieblas, otro grupo de hombres con vestidos cortos saluda.
Cerca de las mujeres que ofrecen sus cuerpos, de la mayoría, está un hombre. Por las señas y los gestos, se puede inferir que serían sus cuidadores o proxenetas.
Recorro las inmediaciones de la Terminal de Transportes. Hay poca o ninguna iluminación en los alrededores. Algunos habitantes de calle consumen bóxer en las esquinas, pero recuerdo claro el relato del mototaxista que me condujo hasta este punto de Cartagena.
“Si quiere viejas buenas, bacanas y baratas, llégate ahí junto a la Terminal de Transportes. Ahí, por ahí en eso que llaman el Terminalito. Hace como dos meses llegaron unas venezolanas. Una me cobró por el polvo 15 mil pesos. Pero yo estaba era limpio, llevaba apurado lo de la tarifa. Pero era una pelá bien bacana mi hermano. Yo le dije ‘qué hacemos mi amor’, no tengo para la residencia’. Me dijo ‘no te preocupes’. Subió y me llevó a un parqueadero que está cerca de la Terminal. Me pidió 2000 pesos y se los dio al vigilante. El vale nos dejó entrar al parqueadero y nos sentamos en un sillón viejo. Ahí lo hicimos, bajo las estrellas (sonríe). Yo al principio tenía era como miedo porque eso estaba oscuro y al aire libre, pero después me dio risa cuando vi que cerca estaban otros manes tirando con otras putas. Estábamos todos ahí, cerca, todo el mundo se podía ver”.
Le dije al conductor de la moto que diera la vuelta para pasar nuevamente por el mismo corredor.
Ahora había más movimiento de mujeres. El moticlista se detuvo un momento y se acercó a donde uno de los hombres que acompañaba a las mujeres. Algo osado me pareció el movimiento ante el olor a marihuana y la zona lúgubre.
“Vale, cómo vas. Estamos buscando a unas chamas bacanas, para venir con amigos”, le dijo el motociclista al hombre de tez morena.
“Se las tengo. Bien bonitas y limpias. Te puede salir en 40.000 la jugada”, dijo.
“Pero estamos ‘tirados’. A mí me dijeron que cobraban mucho más barato. Además, que uno se las podía llevar en la moto a un parqueadero que está aquí cerca”, contestó el motociclista.
“Claro, te puedes ir al parqueadero que está aquí cerca de la Terminal. Te cobran 2000 barras para entrar, pero papi lo barato puede salir caro. Por aquí por todos lados hay residencias y bien baratas. Yo te consigo unas venezolanas bien bacanas, pero, eso sí, me tiras la liguita”, explicó el sujeto, mientras agarraba uno de los cachos de la moto.
La conversación terminó y poco a poco nos fuimos alejando del lugar, mientras las minifaldas seguían contoneándose de un lado a otro en las aceras.
ONU analiza prostitución en Cartagena
Tras ser consultada, la alcaldesa (e) Yolanda Wong indicó que tanto la Policía como Migración Colombia siguen haciendo tareas de control en los establecimientos y sitios donde se ejerce la prostitución, sobre todo donde están las venezolanas.
También reveló que hace varios días llegó a la ciudad una delegación para mujeres de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Estos funcionarios hicieron una caracterización de los trabajos sexuales que realizan mujeres en la ciudad, entre ellas las venezolanas, “con miras de ofrecerles alternativas de empleabilidad”.
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