Darío Fernando Patiño
LA PATRIA | Armenia
Cuando tenía unos 10 años vivió lo que ella llama una crisis existencial y decidió armar su almohada con libros. Su padre José Jota Bustamante, un educador de colegio rural y reconocido por su elegancia, decía: "Esta niña piensa que durmiendo sobre libros va a aprender más".
Martha Cecilia Bustamante no solo pensaba que necesitaba poner libros bajo su cabeza. La vida le parecía “insoportable” si no hacía algo con la cabeza. No tendría sentido vivir.
Por eso nunca ha parado de estudiar. Lo hizo en el colegio femenino Instituto Calarcá en el Quindío y de allí salió para Medellín a cursar tres años de tecnología textil en Eafit. Aguantó, pero se convenció de que no era por ahí la cosa y pasó a Bogotá a estudiar física en la Pedagógica. Se matriculó al mismo tiempo en la Nacional, porque le interesaba más la física para la investigación que para la enseñanza.
En la Pedagógica obtuvo la licenciatura y la maestría en física y conoció a Mauricio Hoyos. Operó entre ellos, literalmente, una atracción… por la física. Allí ambos entraron en contacto con un profesor visitante de Francia, que les habló de la educación en su país. Como muchas parejas jóvenes con ganas de saber más y más, partieron.
"Nos vinimos a lucharla juntos, cada uno en su proyecto y en un proyecto común de vida. Mauricio es físico y trabaja en un laboratorio y tú sabes la complicidad que puede haber entre dos personas que tienen intereses muy análogos".
La barrera idiomática
Intentó de una vez con un doctorado, pero vino la primera gran barrera: cuando llegaron a París no hablaban nada de francés. Mientras lo aprendía, hizo su una Maestría en Astrofísica, luego otra Maestría en Epistemología e Historia de las Ciencias. Así retomó el Doctorado en Epistemología e Historia de las Ciencias. Todo en la Universidad de París 7. Avanzó hacia su Post Doctorado en Laboratorio de Aceleradores Lineales, en el Instituto de Física Nuclear y de Partículas de Orsay.
Contado así, parece sencillo, pero para ella fue un recorrido duro, pues además del idioma, estaba el desconocimiento del país. Sabía de los autores clásicos, pero entendió que en Colombia “nos habían enseñado muchas cosas, pero no a trabajar”. Y con eso se refiere a la preparación en métodos de investigación y de lectura y en la capacidad de disertación.
"Sabía muchas cosas, pero al llegar sentí el vacío. Tenía que aprender a pensar, a resolver problemas, a cuestionar, por eso, antes de intentar la tesis del doctorado, quise ponerme a nivel en física y matemática y meterme de lleno en este mundo de la investigación".
Entre París y el Quindío
Recorrer su hoja de vida por el camino de la terminología científica, de los nombres, de los eventos, de sus artículos, investigaciones y conferencias, es un laberinto en el que cualquiera que no esté familiarizado, puede perderse. Quizás por eso se tenían pocas noticias de ella en su propio país, salvo por un grupo de amigas del colegio que siguen cada uno de sus pasos. Llama la atención que en su largo historial de seminarios a los que ha asistido, solo aparece uno en Colombia. Y también que sus textos solo estén escritos en francés y en inglés. Pero escucharla es distinto.
"Sigo teniendo el mismo acento de Calarcá". Martha Cecilia ha pasado buena parte de su vida en bibliotecas. Más horas de lo normal. Ser entradora y amable le ha servido para que la dejen quedarse leyendo, aún después de los cierres. Y que le permitan ingresar a zonas restringidas, como la “Sala de los tesoros” en el Instituto Henri Poncaré, fundado por el matemático Emile Borel y dedicado a la física cuántica y a la física teórica. Allí, entre libros de los siglos 18 y 19 que no le dejaban ver a nadie, se produjo el hallazgo que le cambió su vida, le dio un premio en 2001 y la llevó el 23 de noviembre al estrado de honor en la Academia de Ciencias de Francia, como la primera colombiana en recibir una distinción en esa prestigiosa institución.
Razones de peso
En una de esas largas jornadas, en ese salón exclusivo, comiendo poco y durmiendo menos, Martha Cecilia vio unas cajas de manuscritos listos para ir a la basura pues ya no habían clasificado para los archivos de la Academia de Ciencias. Con olfato e intuición se fue sobre ellos, porque hace rato andaba tras una pista. Aquí la historia se vuelve un poco compleja pero también apasionante:
Martha Cecilia había estudiado desde tiempo atrás, a los inicios en Alemania de la física cuántica relativista (la unión de la física cuántica con la teoría de la relatividad, bases de la física moderna).
Faltaba por encontrar el eslabón que conectara el paso de esa teoría de Alemania a Francia. Martha Cecilia comenzó a seguir los pasos del científico, Paul Langevin, quien la había introducido a Francia en unas clases dictadas en el Colegio de Francia, para un cerrado grupo de sabios. El problema era que Langevin desconfiaba de la palabra escrita y no publicaba sus clases. Bastaba con lo que los alumnos tomaran de apuntes. Y no había apuntes.
Bueno, hasta que Martha Cecilia encontró los de uno de los asistentes a esas clases, Emile Borel.
Y llegó otro desafío: eran miles y miles de ecuaciones escritas a mano por un matemático. Así que la descubridora tendría que descifrar la caligrafía y resolver e interpretar una por una las fórmulas.
"Cuando los ví, comprendí de qué se trataba. Lo que no imaginé es que me iban a ocupar los siguientes 15 años de mi vida. Ese manuscrito me llevó a descubrir un mundo teórico inmenso".
Lo más importante, y así lo vio la Academia, es que en esas clases Langevin habló de teorías que ya nunca se iban a conocer si Martha Cecilia no hubiera impedido que los manuscritos siguieran la ruta de la basura. Era nada más ni nada menos, que la única traza que quedó de las lecciones.
Martha Cecilia presentó su proyecto al Centro Nacional del Libro y recibió el respaldo para dedicarse a su misión. Fue después a la editorial de la Academia Internacional de la Historia Europea y logró convencerlos de hacer un libro, aunque ellos se especializan en libros del medioevo.
Vendría después una paradoja tecnológica: Para escribir, Martha Cecilia aprendió a usar, con mucha dificultad, un programa de computador dedicado a textos científicos. La editorial le dijo que únicamente usaba Word. Convertirlo no era posible.
Logró seguir adelante con su programa, entregar el texto sin necesidad de ninguna edición, en papel para libros clásicos, pasta dura, una portada con fotos de los manuscritos y un bello título: “En los albores de la teoría cuántica”.
Además lo firmó con un segundo apellido, De La Ossa, y no con el Bustamante que usaba habitualmente, como un homenaje a su madre.
"Era una mujer inteligente y de mucho carácter. Todos los días me preguntaba por el libro. ¿Ya casi acaba? Y yo, sí mami, ya casi. No alcanzó a verlo publicado. C´est la vie…"
-¿Para qué sirve esto que usted ha hecho?- le pregunto.
"Si me hubiera formulado esa pregunta, no habría hecho nada en la vida", responde.
Pero explica: "Todo el mundo habla de cuántica y de relatividad. Y todo el mundo conoce a Einstein. Pero ¿qué sucedió mientras pasamos de Newton a Einstein? Hay en ese interregno grandes revoluciones y grandes pasos para la humanidad".
Lo dice una persona dedicada a estudiar esa historia y ese contexto histórico. Aunque es consciente de que muchas veces no es fácil entenderle. Porque hay temas casi imposibles de explicar en términos comunes.
"Hace unos días, mi esposo y yo estábamos en París con un pintor colombiano aficionado a la física. Mirábamos una estrella, que obviamente es una información que viene del pasado. Nos preguntó. ¿a qué distancia está? Hicimos un cálculo, pero después concluimos: la pregunta no tiene sentido. Para dar un dato de distancia, hay que medirla".
-Si hoy volviera al Instituto Calarcá y hablara ante las estudiantes ¿Qué les diría?- Pregunto para cerrar.
-Que no se rindan.
Foto | cortesía | LA PATRIA
La científica quindiana la entrada de la Academia de Ciencias de Francia.
Foto | cortesía | LA PATRIA
Portada del libro en el que la colombiana rescató un saber clave para la física cuántica.
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