Sebastian Giraldo
LA PATRIA | Manizales
Mi comandante puso su AK-47 detrás de mi cabeza y me dijo: "Lo mata o se mueren los dos". Yo estaba apuntando a mi primo con un revólver y lo veía llorar y suplicarme para que no lo matara (en el comando se decía que mi primo era un soplón del Ejército Nacional). Yo no quería matarlo. Llevaba varios minutos desobedeciendo la orden de mi comandante hasta que me dio un ultimátum: él iba a contar hasta cinco y si yo no había disparado me mataba. Empezó: uno, dos, tres... cuando llegó al cuatro disparé. Cayó mi primo. Maté a mi primo.
A mí me habían reclutado a la fuerza en el caserío de Barbacoas, en Nariño. Yo tenía diez años. Ya había pasado los ocho meses de entrenamiento obligatorio en el que me golpearon con palos en todas las partes del cuerpo para hacerme resistente, me hicieron subir y bajar montañas más de 50 veces al día con maletas llenas de piedras y, por último, me hicieron "La prueba". Yo acababa de pasarla. Mi comandante me dijo: "Su primo no era ningún soplón. Lo que usted acaba de hacer es una prueba por la que todos tienen que pasar cuando entran a la organización. Es para demostrar lealtad". Me dijo que todo estuvo muy bien hecho, me felicitó.
Para mí fue muy duro adaptarme a la vida civil. Primero estuve en un instituto para jóvenes desvinculados en Cali y luego me mandaron a un hogar sustituto en Manizales. En esos dos lugares fui agresivo, quería pelear con mis compañeros todo el tiempo. Los retaba y pocos aceptaban porque me tenían miedo. Y los que aceptaban les iba mal. Yo no podía parar, los golpeaba y golpeaba, los golpeaba hasta que caían, los golpeaba en el piso, no me podía controlar.
Tenía mucho odio dentro, mucha frustración, mucho remordimiento, mucha rabia.
Mi familia sustituta estaba muy preocupada porque no solo maltrataba a mis compañeros sino que tenía comportamientos propios de un lunático. Me subía a la terraza de la casa y empezaba a gritar: "Soy guerrillero, soy guerrillero del Eln", y amenazaba con matarme.
El psicólogo del CEDAT (la organización que acompañó mi proceso de reinserción en Manizales) intentaba entender por qué me comportaba así. Yo hacía todo eso porque estaba realmente poseído por el alma de mi primo. Recordaba y soñaba mucho con ese episodio. Me levantaba muchas veces gritando. Nunca les conté que todo era porque me habían obligado a matar a un familiar.
Me devolví al instituto en Cali con la idea de que, estando con muchachos como yo, desvinculados, me iba a sentir más a gusto. Tenía la esperanza de encontrar a los primeros amigos que tuve allí. Pero apenas llegué me arrepentí de haberme devuelto. En Manizales tenía mi propio cuarto, podía estar solo, pero en el instituto había unos 250 muchachos y todos dormían en el mismo lugar, en camarotes. Además no encontré a mis antiguos compañeros.
Pronto hice un grupo de amigos y me convertí en el líder del lugar. Yo decía: "Los elenos se hacen en esta esquina, los de las farc se hacen allá en el fondo y los paracos se hacen allá en la otra esquina", y empezaba la guerra de zapatos en la noche, a la hora de dormir. Nosotros les tirábamos zapatos a los de Farc y a los paracos, los de Farc nos tiraban zapatos a nosotros y a los paracos y estos últimos nos tiraban zapatos a todos. Seguí comportándome muy mal, incluso llegué a hacerme cortadas con un pedazo de vidrio en la pierna que me herí cuando el Ejército me capturó (en mi último enfrentamiento, una granada explotó muy cerca mío y que me mandó a volar el puto infierno y me dejó la pierna derecha lastimada).
El padre del instituto quiso ayudarme, me tenía en muy buena estima, nunca creía las acusaciones que me hacían los otros educadores. Me dijo que me sincerara con él, que abandonara esa carga que llevaba dentro, que le contara qué tenía. Esa fue la primera vez que conté lo de mi primo. El padre me dijo que tenía que perdonarme a mí mismo, pero ¿cómo? Dejé que me bautizaran en el instituto, pero con la condición de que el padre fuera mi padrino. Él aceptó y desde ahí empecé a cambiar, a aceptar mi vida como civil, a dejar el odio.
49 mil
En Colombia son 49 mil personas las que se han acogido de forma voluntaria a la reintegración.
Hoy, la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) certificará en Bogotá a 200 desmovilizados que cumplieron con los requisitos y las etapas del proceso de reintegración, y quienes recibirán diploma.
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