OVIDIO CASTRO MEDINA
EFE | LA PATRIA | BOGOTÁ
El camino de la sanación tras un episodio de violencia no es fácil de recorrer y cada víctima del conflicto armado colombiano carga con los horrores de una guerra que deja al país con millones de verdades que tratan de reconciliarse.
En cada rincón de Colombia hay personas que siguen cargando su dolor y reclaman que los nombres de sus familiares queden limpios de cualquier culpa porque los convirtieron en instrumentos de guerra.
En ese camino de construir verdad tras la firma de la paz con las Farc anda la Comisión de la Verdad, que trabaja en condensar los relatos del conflicto y dar recomendaciones para que el Estado y la sociedad los acojan, de manera que cada cual desde su arista pueda hacer su parte para que la guerra no vuelva.
En los encuentros de la Comisión con víctimas incluso han sido necesarias las intervenciones de médicos para auxiliar a quienes se desmayan al recordar los horrores vividos por sus seres queridos.
Muchas madres, padres, esposas, hermanos, hijos o abuelas ya perdonaron a sus victimarios o están en proceso de hacerlo pero recuerdan que hay relatos “mentirosos”, “inconsistentes” e “incoherentes”, por lo que les piden que no sean mezquinos porque eso es revictimizarlos.
Odiar y perdonar
La tarea de la Comisión es titánica. El conflicto dejó en el país cerca de 8,5 millones de víctimas, entre muertos, heridos, secuestrados, desaparecidos y desplazados que reclaman verdad.
Ese es el caso de Deyanira Achagua, quien perdió dos hermanos que fueron presentados como guerrilleros de las Farc en el Casanare, en casos de “falsos positivos” ocurridos en 2016 y 2017.
De las 6.402 personas ejecutadas por miembros del Ejército y presentadas como bajas en combate entre 2002 y 2008, Casanare tuvo la tasa más alta de todo el país con 12 asesinatos por cada 100.000 habitantes.
“Perdonar no es fácil, entiendo a otras familias porque es un acto personal y de corazón. Pero perdonar es sanar, liberar dolor, tristeza y rencor”, dice Deyanira, quien trabaja la tierra de una finca en Yopal, la capital del Casanare, en donde además cría pollos. Su voz se quiebra, pero sigue y recuerda que a esa terrible tragedia se sumó la desaparición de un primo.
Reconoce que lo avanzado por la Comisión de la Verdad y su hermana judicial, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), es bastante: “En 14 años prácticamente no hemos sabido nada pero ahora sabemos más cosas”.
Otra visión
En la Comisión han llegado a participar víctimas que no sienten las bondades del proceso de paz, ni las acciones de la justicia transicional, como en el caso de Antonio (nombre ficticio), para quien eso “no se ha visto reflejado” en el lugar en donde vive porque, asegura, “las Farc y el Eln siguen mandando”.
Siendo muy niño Antonio quedó huérfano por culpa de las balas que segaron la vida a su padre, un líder regional al que mató la guerrilla por pertenecer a un partido político no afín a los grupos armados.
“Dicen que están averiguando con los comandantes de la época pero (...) nada se sabe hasta el momento. Hubo otros que no se dejaron mandar por la guerrilla y también los mataron”, expresa.
Él y su familia todavía no aparecen registrados como víctimas del conflicto y la paz, al menos para él, “está lejos” porque en su zona aún persisten los atentados y los choques armados.
13.000 testimonios
En sus recorridos por las zonas más alejadas del país y de las grandes ciudades, la Comisión de la Verdad recopiló 13.000 testimonios y 400 informes que le entregaron organizaciones sociales y entidades de todo tipo.
“En general la sociedad está muy consciente de que decirnos la verdad, esclarecer lo que nos ha pasado, nos va a ayudar a todos a encontrar un camino de la reconciliación en este país”, explica a la comisionada Lucía González.
Su labor se basa en escuchar a “todo el mundo”, en un espectro que abarca desde sindicalistas a la fuerza pública. “Cada testimonio tiene una tragedia encima, un dolor y sobre todo una interpelación a la sociedad de cómo no fuimos capaces de levantar la voz antes contra estos actos bárbaros de la guerra”, dice.
González, arquitecta, con amplia experiencia en lo social y cultural, destaca que las víctimas dejan ver coraje, resiliencia, capacidad de perdón, pero llama la atención que a lo largo de los recorridos se ha escuchado 13.780 veces la expresión “abandono del Estado”.
Y es que para ella, como para muchos, el “abandono del Estado es un dolor, es un sentimiento de desprecio que tienen muchísimas personas, que sienten muchísimas comunidades por parte del Estado”.
“Yo creo que eso es un factor muy determinante para que aquí se haya extendido la violencia”, concluye.
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