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La región del Catatumbo pareciera estar maldita. Después del acuerdo firmado en el 2016 entre el Gobierno Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), los habitantes de esta zona de Norte de Santander creían que por fin iban a poder vivir en paz. Nada más lejos de la realidad.
Hoy, dos años después de aquella firma, esta región vive una espiral de violencia en la que la guerra entre la guerrilla del Eln y Los Pelusos (Epl), se roba el protagonismo. Aunque otro actores, como la aparición cada vez más notoria de una disidencia del Frente 33 de las Farc, el aumento de los cultivos de uso ilícito, el asesinato de líderes sociales y la llegada de emisarios de carteles mexicanos para negociar la droga en terreno, hacen de esta zona una de las más difíciles en materia de seguridad para el gobierno colombiano.
Eln vs Pelusos
Después de que las Farc entregaron sus armas, en el Catatumbo se empezó a dar una reconfiguración del poder criminal que desembocó en una guerra a muerte entre la guerrilla del Eln y la disidencia del Epl bautizada por el Gobierno como los Pelusos.
Este enfrentamiento, que se agudizó a inicios de este año, ha dejado como resultado bajas en ambos grupos, imposibles de contabilizar con certeza por la crudeza misma de la disputa y porque, como es sabido, en la guerra los muertos se los lleva cada bando.
Al sol de hoy, esta guerra parece haber posicionado al Eln como el actor armado con más poder en la región. Prueba de ello es que espacios que antes eran ocupados por las Farc y que en su momento fueron pretendidos por los Pelusos, hoy están bajo su control. Además, porque los Pelusos han tenido que replegarse en el corregimiento Luis Vero, de Sardinata, e incluso, han intentado llegar a Cúcuta, como quedó evidenciado esta semana cuando aparecieron varios pasacalles y grafitis en algunos barrios de Atalaya anunciando su presencia en estas zonas de la periferia.
Según Inteligencia de la Policía, los Pelusos han tenido que salir de varios puntos del Catatumbo y estarían buscando posicionarse en zonas más fronterizas como Puerto Santander, donde han buscado el apoyo de los Rastrojos que, bajo el mando de alias Becerro, han hecho de este municipio del área metropolitana de Cúcuta, su fortín para mover gasolina de contrabando, ingresar precursores químicos para el procesamiento de cocaína y establecer nuevas rutas para el tráfico de estupefacientes.
Tibú, epicentro de la violencia
Este municipio fronterizo ha vivido durante el año un incremento desmedido en sus niveles de violencia, al punto de que, sin acabarse el 2018, los homicidios (74) ya sobrepasan los del año pasado, cuando se registraron 69.
Según las autoridades, las muertes obedecen a la disputa que se está dando entre ‘elenos’ y ‘pelusos’. Sin embargo, otras voces de la zona apuntan a que algunas de las muertes también estarían vinculadas a una especie de ‘limpieza social’ por parte de las disidencias de las Farc que buscan apoderarse de este territorio por su cercanía con Venezuela y La Gabarra, donde los cultivos de coca se han disparado.
‘Tarrakistán’
La masacre del 30 de julio pasado, en la que perdieron la vida 10 personas, puso al descubierto cómo se están tranzando los negocios de droga en el Catatumbo, pues aunque en un principio no se pudieron establecer móviles ni responsables de la misma, con el pasar de los días se pudo establecer que esta fue perpetrada por los Pelusos y sus víctimas principales eran unos disidentes de las Farc que estarían controlando el negocio de la coca en la región.
Según pudo establecer este medio, el ataque armado se presentó por la diferencia de precios que se estaría dando en la compra y venta de coca, lo que no le gustó a los Pelusos, quienes enviaron a Belsaid Carrascal Ortiz, alias JJ, hoy capturado y preso, para que verificara qué estaba pasando en ese municipio del Catatumbo.
Supuestamente, algunos de los muertos estaban pagando mejor lo que en el mundo del narcotráfico se conoce como harina de coca. La diferencia de los costos sería de 100 mil pesos, pues mientras que el reducto del Epl compraba a $2,4 millones, los otros lo hacían a $2,5 millones, llevándose gran parte de la producción.
Ante esto, JJ intentó hablar con sus víctimas antes de asesinarlas para convencerlas de que dejaran de pagar la coca por encima del precio que ellos habían impuesto, pero ninguna le copió. Y como no logró ningún acuerdo, Belsaid tomó la decisión de matarlos a todos, una decisión que a la postre le terminaría costando el ser declarado como objetivo por los mismos pelusos, quienes no le perdonaron que haya ‘calentado la plaza’ con la masacre.
Cultivos de coca disparados
Según el Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci), de las Naciones Unidas, en el 2017 el número de hectáreas cultivadas con coca en Norte de Santander llegó a 28.244, cerca de 4 mil más que en 2016, cuando habían 24.831, y 16.717 más que en 2015, cuando se contabilizaban 11.527.
Este aumento desmedido, obedeció en gran medida a que, tras la firma del Acuerdo de Paz con las Farc, muchos campesinos del Catatumbo duplicaron sus cultivos con el fin de lograr ser beneficiarios de los programas que se creía llegarían cargados de dinero para promover la sustitución voluntaria.
Sin embargo, lo que hoy se ve es que dichos programas no despegan y la región se ha inundado de coca, al punto de que se han abaratado los costos de la misma, generando disputas entre los grupos armados ilegales que hacen presencia en la zona, que buscan hacerse a la mayor cantidad de mercancía posible para venderla a los emisarios de los carteles mexicanos que ya han empezado a llegar al Catatumbo.
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