COLPRENSA | LA PATRIA
Los nuevos estilos en la música vallenata tienen delirando a una serie de seguidores nuevos, que bailan y se extasían con sonidos y ritmos vanguardistas, muchos de ellos producto de avances tecnológicos. Pero esa misma música causa un efecto contrario en los ortodoxos, en quienes vieron nacer este ritmo en medio de corrales y patios caseros, con una carga discriminatoria que no les permitía la entrada a los grandes clubes sociales.
Ese trasegar progresivo, sin respetar los parámetros raizales de esa música, el que fue asimilado por los primeros evolucionistas, fue cayendo en una especie de ‘desobediencia civil’, con el auspicio de generaciones emergentes que se han dejado influenciar por el consumismo masivo sin sentido de pertenencia.
De acuerdo con expertos, estos fueron los puntos fundamentales para que la Unesco le tirara una especie de salvavidas a este folclor gestado por juglares de comienzo del Siglo XX en el llamado Magdalena Grande, hoy segregado en los departamentos del Cesar, La Guajira y Magdalena, para que no colapse ante los atentados a su estructura métrica y de contenido inspirativo.
Tres son los flancos clasificatorios tenidos en cuenta para salvaguardar un patrimonio de acuerdo a la Unesco: la de patrimonio representativo, la de mejores prácticas de salvaguarda y la de patrimonio cultural que requiere medidas urgentes de salvación, y en esta última es en la que encajó la suerte del vallenato, al que le quedan muy pocos juglares del pasado, y que además su obra ha venido siendo transformada en versiones de poco contenido estructural por los nuevos músicos.
Celso Guerra Gutiérrez es un versado programador de la emisora Radio Guatapurí, de Valledupar, la más tradicional de la región y en la que dirige el programa Clásicos del Vallenato. Él dice que lo que se ha hecho con el vallenato al declararlo Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, estaba en mora, pues desde hace tiempo ya ellos, los locutores de experiencia, venían sintiendo la transformación, y lo que es peor, dice, “se estaban contaminando hasta los puros ejecutores, quienes movido por el pálpito comercial, se arriesgaron también a conformar grupos alternativos”.
“Esto ha sido una tabla de salvación, y ojalá tenga el seguimiento respectivo, toca ahora la unión de todos, que se acaben las divisiones territoriales y que la lucha por la preservación sea mancomunada, que los festivales incentiven la pureza, y que la radio coadyuve en el freno a los impostores”, manifestó Guerra Gutiérrez.
Aseguró también que le cabe responsabilidad a los mandatarios de turno para que construyan establecimientos de enseñanza autóctona y que muestren a través de iniciativas, monumentos que hablen de los cultores del pasado.
Por su parte, Efraín Quintero Molina, vicepresidente de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, fue uno de los más efusivos con esta declaratoria, pues según él la pureza está en las raíces, que es lo que ellos en ese certamen tratan de conservar, lamentó la pobreza en la que vivieron y murieron las primeras generaciones de la música vallenata, quienes llegaron a la tumba sin saber lo que habían descubierto, por eso pidió para que con esta designación, se les rindiera tributo, enderezando el camino los nuevos ejecutores.
“En alguna oportunidad pedí jocosamente que debía crearse una policía folclórica, y vean que la Unesco me da la razón con este plan de salvaguardia, porque es menester que no mueran las iniciativas de: Fulgencio Martínez, Rafael Escalona, Leandro Díaz, Chico Bolaño, Emiliano Zuleta, Tobías Enrique Martínez y tantos otros que a base de naturalidad pintaron las más hermosas páginas de este folclor”, recalcó.
Para William Rosado Rincones, periodista, investigador y escritor de música vallenata, el concepto tampoco es diferente, dice que la rimbombancia mediática de este acontecimiento que hoy celebra la vallenatía, debe ser por igual un orgullo para todos los nacionales, pues según expresa, en estos momentos todos esos cultores del ayer merecen que se les recuerde en todas las latitudes, y no se sigan llevando a las tumbas, esas riquezas orales que necesitan las nuevas generaciones.
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