Colprensa | LA PATRIA | Bogotá
Una vez firmado el Acuerdo Final de Paz entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las FARC, ahora la atención de muchas entidades estatales se centra en la atención integral a niños, niñas y adolescentes que se desvinculen del conflicto.
De momento, no existen cifras oficiales, o por lo menos confiables, del verdadero número de menores de edad que fueron reclutados a la fuerza por los grupos armados al margen de la ley, pero el proceso de desvinculación comenzará en pocos días, según anunciaron esta semana Gobierno y guerrilla.
No obstante, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) ha dicho que actualmente son atendidos más de 5700 niños, niñas y adolescentes desvinculados de los grupos armados ilegales.
Por ello, el reto no es de poca monta, más teniendo en cuenta que un estudio recién publicado por la Universidad de La Sabana advierte del riesgo que se corre con un proceso no adecuado de reincorporación para los menores excombatientes.
Según ese estudio, ocho de cada diez niños reincorporados podrían caer en la mendicidad, conductas violentas e ilegales y hasta ser reclutados nuevamente por bandas criminales si no son atendidos en programas estables y duraderos.
Tras ser desligados de las guerrillas, los menores tardan hasta seis meses en comenzar a presentar problemas psicológicos como consecuencia de la situación violenta que vivieron. Altos niveles de estrés, paranoia y aislamiento social serían los principales síntomas a tener en cuenta.
Según Neila Díaz, directora de la Especialización en Psicología Educativa de la Universidad de La Sabana y quien conoce de cerca la experiencia de desmovilización, desarme y reintegración a la vida civil de los niños desvinculados de los grupos alzados en armas en Ruanda, Sierra Leona y Sudan, los menores que han vivido de cerca el conflicto como víctimas o victimarios, pueden tener reacciones que van desde un retroceso en el proceso de aprendizaje, paranoia, incontinencia urinaria, hasta insomnio y falta de apetito.
Pero también pueden presentar otras conductas como pesadillas frecuentes, delirio de persecución, juegos que incluyen muerte y amenaza, apatía, falta de concentración y agresividad.
UN PROCESO COMPLEJO
Cifras del Centro de Memoria Histórica dan cuenta de que el conflicto interno ha dejado más de ocho millones de víctimas, y de ellas cerca de un millón y medio corresponden a niños, niñas y adolescentes, de acuerdo con la Defensoría del Pueblo.
Incluso, se ha hablado extraoficialmente de que más de diez mil menores de 18 años aún permanecen en las filas de grupos armados al margen de la ley.
A su turno, el ICBF confirma -según el informe de La Sabana- que entre noviembre de 1999 y marzo de 2016 fueron atendidos 5969 menores de edad que sobrevivieron al reclutamiento de los grupos alzados en armas, de estos el 60 % salieron de las FARC.
Según la experta, la recuperación integral de estos menores comprende un proceso largo y complejo, pues todo proceso de paz debe contemplar como prioridad el trabajo con los niños que fueron soldados. Se calcula, según el estudio, que la capacidad de resiliencia -recuperación ante la adversidad- de estos chicos supera el 80 %, situación que se pudo evidenciar en los conflictos internos de Ruanda, Sierra Leona y Sudan, conflictos en donde los niños afirmaban que para ser soldados tuvieron que endurecer su corazón pero que para reincorporarse a la vida civil supieron pelear para ablandar su alma.
Otro tema para tener en cuenta, según Díaz, es que el proceso de recuperación es más fácil y rápido en los más pequeños, pues estos suelen reprimir mejor que los adultos la presencia de traumas o miedos.
“Se calcula que por lo menos a los seis meses aparecen los daños psicológicos en los niños soldados. No obstante, y según estudios internacionales, cerca de 90 % se recupera siempre y cuando el conflicto haya terminado o pasado a planos diplomáticos. Solo 10 % quedaría con síntomas que amerita una intervención más profunda y los que se logran recuperarse tardarían, por lo menos, entre dos y cuatro años para hacerlo”, dice la experta.
De hecho, en el estudio de La Sabana, la psicóloga sostiene que una de las principales dificultades para este trabajo es establecer la edad cronológica de los menores, ya que el tiempo “no corre igual” en selva que en las ciudades. “Este punto es relevante si tenemos en cuenta que los niños de 15 o menos años tienen mayor resiliencia mientras que los mayores de 16 o los que están cerca de cumplir la mayoría de edad quedan con mayores secuelas como consecuencia del conflicto; además su intervención no puede ser la misma que la de los chicos más pequeños”, explica.
SER NIÑOS
Otra problemática que se puede presentar en el proceso de reintegración a la vida civil de estos niños son las barreras naturales en la sociedad: la mayoría de estos menores ni siquiera tienen familias y algunos tendrán que entrar en procesos de adopción, otros tendrán que formar sus propias comunidades y finalmente están los que deben comenzar su escolaridad desde cero, pues se estima que por lo menos el 20% no saben leer ni escribir.
Soñar, hablar, sonreír, jugar o aprender a tocar un instrumento son solo algunas de las actitudes que los niños soldados podrán adquirir en un tiempo que va entre los dos y los cuatro años, agrega Díaz, pero añade que pasarán tres a cuatro décadas para ver resultados concretos.
La docente concluye que hay que atender la intervención de cada niño, víctima o victimario de la violencia, de manera individual. “Hay menores que trabajaron en la guerrilla sólo como cocineros, otros como mensajeros pero algunos fueron reclutados para hacer favores sexuales. Los casos más difíciles seguramente serán los adolescentes de 15 años que no sólo aprendieron a disparar un arma, sino que también asesinaron e incluso comandaron un frente”, concluye el análisis.
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