No hay nada que haga saltar más la chispa del pedernal que la noticia de la muerte de un amigo. Y la quiero convertir en palabras, las que me han pertenecido hasta ahora en la jaula del pecho. Como todos sabemos, la divina masageta de la inspiración, recordando a Schopenhauer es la santísima trinidad compuesta por el amor, las mujeres y la muerte.
Las elegías pertenecían más a las tragedias griegas que a las cantigas trovadorescas, que a los tangos y a los boleros. Y como cantó Alberto Cortés: “Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo...”. Cuando un amigo se va siempre se nos quedan tantas, pero tantas cosas por decir. Por eso esta elegía es para Cristian Mejía Trujillo, mi amigo. Y nos acordamos, de igual manera, de Joan Manuel Serrat cuando cantaba Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández: “No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida”, porque se nos ha ido Cristian.
Guillermo Botero Gómez, Guillermo Bullas, decía que “uno al hacer el inventario de los amigos que le quedan vivos, se da cuenta de que le quedan pocos”. Y otra de sus célebres frases: “Cuando a uno se le están muriendo los amigos, es porque uno ya está en la cola”. “Vendamos el puesto mientras tanto”. Esta última frase le pertenece a Carlos Mario Aguirre, el del Águila descalza, pero hay que madrugar señoras y señores a celebrar el día, que tiene 24 horas, y un día es toda una vida. Una vida se compone de días, de afectos y de ausencias; y la vida no acaba con la muerte, ni es el principio, ni la muerte el final. Somos como las flores en primavera, a la que algunos se asoman sin tiempo y un otoño en el que a veces las hojas no caen, por eso celebremos por Cristian Mejía Trujillo un recuerdo permanente en primavera.
Dicen que el invierno era la vida fetal, como también dicen algunos sabios atrevidos que allí en el vientre materno nos sentíamos más cómodos y tibios, por lo que no queríamos nacer; pero todos debemos nacer, sufrir, amar, hacer sufrir y morir. Mientras tanto, convirtamos la alegría en palabras, y sigamos acumulando en la pequeña valija del olvido que es lo único que nos pertenece en un naufragio a media noche.
A Cristian, que era una completa fiesta, un “hacedor de amigos”, como lo describió su hermano Hernán, debemos recordarlo con alegría. Por eso quiero trascribir, como testimonio a su legado, uno de sus mejores cuentos, el que él llamaba: “El amor por internet”. Una vez una niña colombiana se consiguió por internet un novio alemán. Pero el alemán le dijo: “Yo no ir a Colombia hasta que yo no dominar el españolo”. El tipo se dedicó a estudiar español. Hasta que un día le dijo a su novia. “Yo ya estar prrreparrado para viajar Colombia. El alemán llegó al aeropuerto El Dorado y al salir se arrimó a un quiosco donde vendían todos los periódicos del país. Compró El Espacio y en la primera página decía: “Chiripazo de Iguarán en El Campín”. El tipo no entendió nada. Le entró un pánico enorme. Se devolvió y compró un pasaje de regreso para Alemania. Y desde allí le escribió un correo a su novia donde le decía: “Yo no haber podido llegar”. Y se dedicó a estudiar tres meses más de español. Cuando se sintió más preparado, compró el boleto para Bogotá. Y al salir del aeropuerto volvió al quiosco anterior y compró otra vez El Espacio. Y en primera página leyó: “Encanada la Kika en la Picota”. Quedó aterrado. “Pero cuál es el españolo que yo estoy aprrrrendiendo”. Compró el pasaje y regresó a Alemania y le escribió a su novia: “He intentado llegar a Colombia, pero me ha dado cuenta que aún no dominar el español. Esperar tres meses más”. Y se fue a Madrid a estudiar español. Cuando lo terminó el curso, compró un pasaje para Colombia y, como las otras veces, al llegar se arrimó al quiosco de siempre y compró El Espacio donde leyó. “Emburundagado mata tombo”. “Oh, pero que es esto. Yo sigo sin dominarrrr el españolo”. Y se devolvió y, desde Madrid, le escribió otro correo a su novia: “Ya hablo español, pero quiero dominarlo. Esperar otros tres meses para viajar”. Y efectivamente, a los tres meses volvió a Colombia, se arrimó al quiosco de siempre, compró El Espacio y leyó:”Tuquituqui a la monita retrechara”. “Oh, que horrrorrrr, sigo sin dominarrr españolo”. Regresó otra vez a Madrid, para seguir estudiando. Y viajó por quinta vez a Bogotá. Llegó al quiosco de siempre y compró El Espacio y leyó la noticia principal: “Pillao encaletado El Arete”. “Oh, no, que idioma más difícil. Imposible aprrenderlo. Jamás me podrré casar con mi novia colombiana…”.
Una cosa es escribirlo y otra era escucharlo de boca de Cristian Mejía Trujillo, ese manizaleño simpático, excelente anfitrión, magnífico contertulio, gran cantante, que enlutó con su partida, nuestra alma.
Carlos Arboleda González
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