Carlos Julio Ramírez es indigente desde su nacimiento, de su madre no tiene muy buenos recuerdos… “esa señora era drogadicta y borracha” –dice-. Es más, si de hablar de alguien o de algo, un grupo de cristianos es el referente. No en vano ellos fueron quienes de niño le enseñaron a leer y a escribir…, y lo cuidaron. “Eso era Biblia y culto al piso”, dice 'Popeye' como también es conocido Carlos Julio en las calles del centro de Bogotá.
A pesar de tener tan solo 54 años de edad, su contextura delgada, el acentuado modo de cojear, la ausencia de dentadura superior y el pésimo estado de la inferior lo hacen ver mucho mayor. La vida para él no ha sido para nada fácil. “Yo nací en el barrio Santa Inés, que tiempo después se conoció como ‘El Cartucho’”, señala... “de allí, de la basura, sacaba libros”, añade.
‘Obras completas de José Enrique Rodó’… dice de un momento a otro con total certeza… “es un libro de un uruguayo, grande viejo y amarillo, me lo encontré en la basura”. Ese -recuerda- fue el libro que le abrió las puertas a la historia del país; “con ese libro me empapé de la historia de la Colonia, de los españoles, supe de Barreiro, de la forma como los jesuitas establecieron colegios y universidades… tiene los pensamientos de Bolívar”, así recita de memoria los títulos de varios libros que dice haber leído y entre los que están varios de filosofía, algunos de arte, unos de economía y otros de política.
La calle, su oficina
Ya en su papel de ‘historiador de la calle’, como él mismo se denomina a pesar de no haber pisado un aula, empieza a recitar una brevísima historia de cada uno de los edificios que enmarcan la Plaza de Bolívar, iniciando por la Casa del Florero, habla de Llorente, de lo que motivó el enfrentamiento que terminó con la independencia y claro de sus consecuencias. De la misma manera, habla de los chapetones y de los sucedido mientras la casa que se ubica en la esquina nororiental de la Plaza de Bolívar sirvió como lugar de refugio para los sobrevivientes del Holocausto del Palacio de Justicia en noviembre en 1985.
“Ya viendo que conocía algo y que podía recitarlo, un buen día me pare y abordé a los turistas y a los estudiantes de las universidades para comentarles lo que sabía”, dice Carlos Julio e inicia cual culebrero su relato, girando en el sentido de las manecillas del reloj, y usando un bastón cargado de muñecos como eje.
Señala uno a uno los edificios iniciando por la Catedral Primada con detalles, habla de las puertas que dirigen al campanario, de la casa de las hermanas Clarisas, la Capilla del Sagrario, de los Papas que han venido a Colombia y de los que se han hospedado allí, en la sede del clero en el país, del Tribunal Superior Eclesiástico del Colegio Mayor de San Bartolomé y de sus ilustres estudiantes como Camilo Torres y Antonio Nariño, “hay más, pero usted los puede buscar”, agrega dejando la responsabilidad del contexto en quien lo escucha.
“A ese le llamaban el enfermo de piedra o la piedra enferma”, dice al referirse al edificio del Congreso de la República, ubicado en el costado sur, y complementa su monólogo afirmando que “ese nombre obedece a que tardó 85 años en ser construido, debido a las guerras civiles entre liberales y godos”. Y añade “en 1848, el presidente de la República Tomás Cipriano de Mosquera lo inaugura”… “ah… -añade- a él le decían 'Mascachochas'”, agrega apresurado como si se tratara de un dato imprescindible para su relato, o como una manera de poner algo de jocosidad.
En seguida, con el índice derecho, bastante torcido y maltratado, señala el Palacio Liévano donde hoy queda ubicada la Alcaldía Mayor de Bogotá, “ese era un palacio francés al que se le llamada Edificio de los Arruble y en él en algún momento fueron galerías en las que vendían las telas traídas de Europa”.
Al llegar al Palacio de Justicia, ‘Popeye’ recuerda las dos destrucciones que sufrió la edificación y dice: "La primera se dio en la época del Bogotazo en 1948; y la segunda, el 6 de noviembre de 1985 cuando el M-19 se toma la Corte, y no falta en su relato la retoma del 7 de noviembre cuando la Fuerza Pública ingresó al edificio".
“Cada mes me actualizo con folletos en la Casa de la Cultura”, responde ante las dudas acerca de si su comportamiento es o no el de un culebrero.
Más por contar
Pero el discurso de Carlos no se que en el marco de la Plaza de Bolívar, ni en sus alrededores, a los que también hace referencia. La vida de este hombre quien hoy vive en un inquilinato en el centro de Bogotá, se paseó por departamentos y municipios de Colombia como Tomachipán, a 160 kilómetros de San José del Guaviare, donde –dice- hacerse desempeñado como raspachín para “gente que decía ser de las Farc”.
“Cerca de los 18 años arranqué para Ecuador, estuve en Perú y Bolivia…” dice mientras recuerda nombres de poblaciones como Piura, Lima, en Chiclayo, Chimbote, La Paz, el lago Titicaca, etc, recorrido que inició con la intención de conocer América Latina.
“Viajamos con un artesano, en esa correría preguntamos un día por dónde se iba a Chile, y como no nos dijeron bien resultamos en la zona donde se unen las fronteras de Perú, Bolivia y Ecuador donde nos sacaron corriendo porque creyeron que éramos narcotraficantes”, recuerda entre risas, y para completar agrega… “un buen día; borracho, un carro lo atropelló y me jodió la rodilla… lo que es de Dios”, añade mientras toma aire y duda acerca de la razón que lo mantiene vivo.
Hoy Carlos se levanta a las 5:30 de la mañana para adelantárseles a las demás personas -15 familias- quienes viven en el mismo lugar, y tras un baño con agua fría, se recuesta de nuevo, para luego, hacia las 7:00 de la mañana, pasar a desayunar en una panadería cerca de su casa, las otras dos comidas las toma en la calle, otras veces en su casa..., todo depende de cómo le va en el día que por lo general ronda los 30 mil pesos.
“Hoy el único trabajo que tengo es la palabra, gracias a ella me gano la vida, no vivo en la calle. Yo amo la Plaza de Bolívar”, dice y ante la pregunta acerca de qué piensa de quienes lo pueden llamar Loco, responde: “A esa 'chimbada' no le pongo cuidado”… ríe a carcajadas mientras se despide.
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