Dario Augusto Cardona Salazar
LA PATRIA\MANIZALES
El canto de un gallo a las 10:00 de la noche alerta a la población que se reúne alrededor del kiosco habilitado para las riñas de gallos.
La ansiedad se refleja en sus rostros y aprovechan la cercanía para analizar a los ejemplares que tranquilos permanecen en sus jaulas.
Cuando están en las manos de sus dueños, los emplumados cacarean. Comienza la exhibición y la pesa de los protagonistas, lo que ayuda a calentar el ambiente de los apostadores que, entre ocasionales y profesionales, se encuentran en el improvisado palenque donde los gallos se batirán a duelo.
En una habitación de la casa contigua al kiosco los galleros preparan las aves, les ponen espuelas, todo un procedimiento técnico en el que influye hasta el tamaño del espolón.
Afuera, uno de los galleros hace una lista con nombres de campesinos y amigos y apunta el valor de las apuestas que les dará la posibilidad enfrentar a su alado en competencia.
Ya en la riña, aflora la emoción de los espectadores. Gritan, aplauden y exclaman con cada salto de las aves, cuando intentan apuñalar al contrincante con sus espuelas.
Con la muerte del perdedor en esta corrida, se pone fin a la faena de los plumíferos.
Lo que dice la Corte
En la Sentencia C-666/10, la Corte Constitucional señala que “permite la continuación de expresiones humanas culturales y de entretenimiento con animales, siempre y cuando se eliminen o morigeren en el futuro las conductas especialmente crueles contra ellos en un proceso de adecuación entre expresiones culturales y deberes de protección”.
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