Bernardo José Jiménez Mejía
LA PATRIA | Pensilvania
Por pura goma; es decir, por amor, por pasión, por el deseo incontenible de observar aves y disfrutar de la naturaleza cinco pajareros del Oriente de Caldas emprendimos durante cuatro días una aventura en las montañas de Pensilvania (Caldas).
Óscar Giraldo, Sergio Adrián Murillo, Andrés Martínez, Maikol Mendoza y yo, Bernardo José Jiménez, realizamos la expedición del 22 al 25 de junio para llegar a la vereda Samaria, en límites con Antioquia.
Un pequeño poblado que fue golpeado por el conflicto armado, con la presencia del Frente 47 de las Farc, liderado por alias Karina. El 7 de enero del 2004 masacraron a ocho campesinos. La vereda quedó casi desierta por el desplazamiento forzado.
Para llegar allí se requiere viajar cuatro horas en carro desde Pensilvania hasta el corregimiento de Arboleda; luego otros treinta minutos más hasta la vereda La Torre y, desde allí, caminar cuatro horas hasta Samaria, que a paso de pajarero se convierten en una larga jornada.
Las vías tortuosas, el clima impredecible y los caminos difíciles, plagados de precipicios y cuestas pronunciadas, anuncian la generosa recompensa que otorga la belleza del trópico.
Arboleda, un caserío a 1.500 msnm, está en una cuchilla que separa las cuencas de los ríos Dulce y Samaná Sur. En esta travesía llegamos hasta la quebrada Brujas, a 1.717 msnm, en el sector de La Rivera, por un antiguo camino devorado por la selva, que conectaba con San Félix y Aguadas.
La zona alberga bosques húmedos y nublados, como el Parque Natural Nacional Selva de Florencia y los bosques alto andinos que van desde las cabeceras del río La Miel hasta el Páramo de Sonsón.
Día uno
En Arboleda nos recibieron el anfitrión y expedicionario, Sergio, y un aguacero torrencial, un clima lluvioso para una época que debería ser seca. El último en llegar fue Óscar, mojado y helado hasta los huesos, a quien por poco una quebrada crecida no lo deja pasar en su motocicleta. En el camino, por los lados de Río Dulce, el canto de Micromonacha lanceolata nos hablaba de lo biodiversa que es la región.
Día dos
Madrugamos para pasar cerca de la enorme piedra de La Torre, una roca ígnea que cuenta la leyenda se le cayó de un canasto a Juan Galvis, echó raíces y siguió creciendo hasta su tamaño actual de 340 m.
De entrada un plumazo (término empleado cuando se ve por primera vez un ave, Pionus chalcopterus, o Mochas, una belleza de loras negras. También una pareja de Cercomacroides tyrannina, más adelante Ixothraupis guttata, muchas más tángaras, saltarines, cucaracheros, colibríes, palomas, atrapamoscas, gavilanes, semilleros, trepatroncos y mirlas.
Pasamos por las veredas El Sandal, Alejandría, y al atardecer llegamos a Samaria, a 1.470 msnm, donde nos recibió una bandada bulliciosa de Hypopyrrhus pyrohypogaster, con juveniles a bordo, ave endémica y emblema de Pensilvania. Cerca confluyen las quebradas del Volcán, del Medio, y La Borrascosa, y el río Samaná Sur.
En las profundas cañadas cubiertas de espesa vegetación, vimos Habia Cristata y Pharomachrus auriceps, o Toro de Monte, además pequeños grupos de Psarocolius angustifrons, de la subespecie salmoni, conocidos localmente como Guaicos.
Guaico (Psarocolius angustifrons de la subespecie salmoni).
Samaria la conforman 11 familias, allí el verde se vuelve intenso, y las zonas abiertas disminuyen tanto que por momentos solo se observa la imponente selva abrigando los abismos. Está tan bien conservada que debería ser un Parque Nacional. En la noche el estupendo guía Juaco, jovial y gran conocedor del territorio, nos entretuvo con historias de sustos y espantos.
Día tres
La pajariada transcurrió con buen clima por la ruta La Rivera. Por el camino Peugophedius spadix fue plumazo para varios, algunos Rupícola peruvianus machos, que aquí llaman Gallo de Monte, fueron la sensación. También pudimos apreciar macho y hembra de Masius Chrysopterus, Myrmotherula schisticolor, el raro Conopias cinchoneti, Premnoplex brunnescens, en grupo, Cacicus uropygialis, entre muchas aves; y la joya de la corona, Turdus flavipes, ya descubierto en Samaná por Juan Manuel Buitrago. En la noche nos llevamos un susto pasando la quebrada La Borrascosa que estaba como un verdadero demonio de aguas embravecidas por un aguacero descomunal. Pasando por ese frágil puente, a oscuras y en medio de la lluvia, se nos murieron las lombrices.
Día cuatro
Lo ocupamos regresando, bajo un sol radiante, al mediodía estábamos de nuevo en La Torre, recogiendo la camioneta pajarera, un poco más tarde almorzamos en Arboleda y hacia las 7:00 p.m. llegamos a Pensilvania.
En este primer intento de inventario, registramos en total 154 especies de aves y todos sin excepción nos trajimos muchos plumazos. Sobre todo quedamos gratamente sorprendidos por la hospitalidad de los lugareños y por la majestuosidad del paisaje. Sin duda fue una aventura excepcional.