LA PATRIA | MANIZALES
Si usted cree en superhéroes esta historia le va a gustar. La heroína es una manizaleña, de 25 años y, su héroe, un australiano. Sus nombres: Daniela Londoño Moreno y Seamus. Ambos sobrevivieron el pasado 25 de abril al terremoto de mayor magnitud en Nepal en 80 años, fue de 7,8 grados en la escala de Richter y dejó 8 mil 600 muertos, 15 mil heridos, 400 mil casas destruidas y 280 mil averiadas.
La heroína llegó el 15 de abril a Katmandú, capital de Nepal, situada a 1.317 metros sobre el nivel del mar en el valle del mismo nombre, con una población de 2,5 millones de habitantes. Su objetivo era vivir la experiencia de un voluntariado con Aiesec. 10 días después viviría hasta ahora la prueba de su vida:
Daniela Londoño Moreno, la heroína de esta historia.
10:00 a.m.
“El sábado es el único día de descanso en Nepal. Cuando me desperté esa mañana decidí ir a Thamel. Por fin desayunaría algo distinto a arroz y lentejas. Sanju (madre sustituta en Nepal) iba para la fundación en la que trabajaba, pero antes me explicó qué bus debía tomar. Le prometí que volvería temprano a la casa por temas de seguridad”.
Fotos | Cortesía | LA PATRIA
Este es el barrio en el que vivió durante su estadía en Katmandú.
“Le dije al conductor que me avisara cuando llegáramos a Thamel, pero ya nos habíamos pasado. Me bajé y empecé a preguntar cómo llegar a esa zona de la ciudad. Cuando arribé, caminé entre los almacenes… Quería comprar de todo, pero preferí hacerlo una semana antes de terminar el voluntariado sin imaginarme que esos serían los últimos días que pasaría en Nepal”.
11:00 a.m.
“Busqué un café que me recomenpdaron, pero después de muchas calles ubicándolo, decidí desistir y entrar a cualquier otro restaurante a desayunar, pero fue ahí cuando levanté la cabeza y encontré el famoso café. Quedaba en el segundo piso de una casa vieja de ladrillo. Era muy parecido a Starbucks, el mismo formato de negocio. Había mucha gente, la gran mayoría eran extranjeros”.
La zona de Thamel en Katmandú.
12:00 m.
“Pedí un café y me puse a ver unos libros. Quería comprarme The Art of Happiness, del Dalai Lama… Cuando leía la reseña, empecé a sentir cómo el suelo se movía. Después de unos segundos entendí que estaba temblando y entré en pánico”.
“Miré la puerta del café y ya la mayoría de personas estaban ahí, tratando de salir. Se me pasó de todo por la cabeza, incluso llegué a pensar en tirarme por la ventana. Al final, la casa se iba a caer y probablemente si me tiraba del segundo piso sería más probable salir viva. Las paredes y el techo se movían de un lado a otro, solo se escuchaban gritos… Salí corriendo hacia la puerta y ahí me encontré a Seamus. Él fue mi ángel”. (Seamus llevaba cinco semanas en Nepal. Hizo senderismo en Annapurna y llegó a Katmandú dos días atrás).
“Estábamos ahí parados, esperando poder salir del café… En ese momento se nos vino encima un mueble grande de madera. Como si estuviera en una película, Seamus, que mide 2 metros, me salvó la vida, alcanzó a poner el brazo y sostener el mueble, mientras me metía debajo de una mesa, después él soltó el mueble y se cayó todo”.
“Durante esos minutos no supe más de él. Quedé debajo de la mesa, con otras dos niñas que estaban ahí desde el principio. Yo temblaba y gritaba, presentía que me iba a morir. Podía ver como todo se iba cayendo, solo esperaba el momento en el que se desplomara la casa”.
“Cuando el piso dejó de moverse, Seamus volvió por mí. Me cargó en su espalda porque se me perdieron mis zapatos, y bajamos al primer piso por una puerta auxiliar. Salimos y la calle se había abierto en dos. Nos encontramos con un amigo de él, Tobby, y dos amigas más que conocieron días atrás. Yo estaba en shock. Ahí entendí que probablemente el cerebro tiene la capacidad de llevarte a un estado de inconsciencia como respuesta a una situación tan impactante”.
“Empezamos a caminar por las calles de Thamel, tratando de salir de esa zona de alto riesgo, porque es de calles estrechas, rodeada de edificios viejos. Veíamos gente herida, corriendo, gritando… Estábamos muy asustados”.
“Pasamos por una tienda que estaba cerrada en ese momento y preguntamos por unos zapatos para mí. El comerciante nepalí cogió unas chanclas de hombre talla 42 y me pidió 500 rupias ($19.000) Ni el exagerado precio, ni la talla fueron temas de discusión, soy talla 36. Me las puse y empecé a caminar con Seamus y sus amigos”.
2:00 p.m.
"Llegamos a la salida de Thamel. Era un área más segura, sin muchos edificios ni cables de luz. Nos quedamos ahí. Hubo réplicas, me estaba enloqueciendo. No le solté la mano a Seamus, lo abrazaba en cada réplica. No había caído en la cuenta que él era un completo desconocido, pero no lo soltaba”.
“Alcancé a escribirle un mensaje a mi mamá antes de que las comunicaciones se cayeran: “mami, hubo un terremoto en Katmandú, no te preocupes por mí, estoy bien, te amo. Esa fue la última vez que mi celular funcionó, pero antes, aproveché para escribirme en el brazo los números del celular de mi mamá nepalí para poder quedar en contacto con ella”.
Número del teléfono de Sanju.
6:30 p.m.
“Empezaba a oscurecer, decidimos buscar dónde dormir. Un señor nos prestó un mapa y vimos que había un parque relativamente cerca de donde estábamos. Se llama Tundikhel, ahí pasaríamos el resto de los días. El camino hasta allá fue impactante. Empezamos a ver la ciudad destruida… nubes de polvo y caras de angustia es lo que más recuerdo. Llegamos al parque, fue la primera vez en siete horas que me sentía segura y tranquila”.
“Nos sentamos y abrimos las maletas de ellos. Como hicieron senderismo tenían sleeping, ropa térmica, almohadas, incluso pastas para filtrar el agua en caso que no encontráramos el líquido limpio. Me puse pantalones, bufanda y chaqueta de Seamus. Hablamos un rato y después nos acostamos”.
“Las réplicas no paraban. No se imaginan cómo se alcanza a sentir cuando uno está acostado literalmente sobre la tierra. Parecía como si estuviera en un barco en contra de la marea”.
5:00 a.m.
“Ese domingo fue eterno. Dormimos tres horas y nos esperaba un día con temperaturas de hasta 30 grados. Me amarraba el saco en la cabeza para protegerme del sol, pero no servía mucho. Tobby y Seamus eran muy activos, caminaban por todo el parque, me sentía mareada, débil, desesperada, No me movía. Me quedaba horas sentada esperando que pasara el tiempo para salir de ahí”.
“Los niños se me acercaban a ver si necesitaba agua o comida o simplemente a acompañarme para que no estuviera sola. Lastimosamente solo pensaba: me están entreteniendo para robarme, porque quedaba encargada de los morrales de los australianos mientras ellos no estaban. ¡Increíble la mentalidad de colombiana! Me dolió mucho darme cuenta después de que ellos no tenían ningún interés, además de ayudarme. Esta fue una de las enseñanzas más importantes que aprendí en mi viaje”.
3:00 p.m.
“Las horas pasaban y las réplicas no paraban. Entendimos que teníamos que quedarnos mínimo otra noche ahí. Las familias empezaron a armar sus carpas con palos y plásticos. Incluso veíamos cómo llegaban con pipas de gas, estufas y ollas para cocinar. También arribó un carro tanque con agua, pero la sanidad empeoraba. Los baños para decenas de familias eran insuficientes. El piso estaba inundado de basuras…”.
Las improvisadas carpas que utilizaron los nepalíes los primeros días de la tragedia.
“Tobby me prestó su celular para enviar un mensaje a mi mamá. El tenía 3G y aunque no le quedaba mucha pila, entendía mi urgencia. Escribí: “mami estamos en un parque… es un lugar seguro. Estoy con dos australianos que me han ayudado, no te preocupes. Después de enviarlo quedé más tranquila”.
“La mamá de Tobby lo llamó, había conseguido dos tiquetes para que ellos se devolvieran a Sydney el lunes. Estaban felices… pero al mismo tiempo preocupados por mí. Se iban al día siguiente y me quedaría sola en el parque”.
“Esa tarde una familia nos acogió. Estaban armando su carpa y nos invitaron a dormir. Nos dieron agua y comida, incluso debíamos comer primero y repetir, para que después ellos comieran lo que quedaba. Definitivamente esa es una cultura increíble. La generosidad, humildad y paz que transmiten es envidiable. Nos cuidaron como si fuéramos parte de ellos”.
“Esa noche fue muy difícil, no paró de llover, no había espacio para tantos debajo de la carpa, así que muchos amanecieron mojados y otros ni siquiera pudieron dormir”.
5:00 a.m.
“Timbró el único celular que quedaba con batería en la carpa. Alguien contesta y me dice: Daniela is for you. Cuando cogí el celular, era Albert, mi hermana, casi muero de felicidad. Para sorpresa, mi familia llevaba tres días buscándome, nunca recibieron los mensajes que les había mandado del celular de Tobby. La pila se iba a acabar, la llamada se cortó. Qué desespero, qué impotencia, empecé a llorar".
"Minutos después entró otra llamada. Era mi mamá. Se oía más tranquila que yo, me dijo que me fuera para la embajada americana. Que allá me iban a ayudar. El papá de la familia nepalí que nos había acogido y Seamus me llevaron a tomar un taxi. No me pude despedir bien, estaba angustiada y no paraba de llorar”.
“Llegué a la Embajada y expliqué lo que había pasado. También les dije que iban a recibir una llamada desde Colombia para que revisaran si podían ayudarme, pero el portero me dijo que debía ir por mis papeles primero y que la policía debía transferirles mi caso para que pudieran dejarme entrar”.
“Traté de explicarle que no era seguro ir hasta mi casa porque quedaba a una hora de ahí. Con las réplicas, era muy peligroso irse en taxi y más caminando, al final no tuve otra opción. Me fui para una estación de policía a seis calles de la Embajada de EE.UU., convencí a un agente para que me llevara hasta mi casa por mis papeles”.
“Llegué a mi casa y el policía me dio dos minutos para empacar o sino se iba sin mí. Entré a mi habitación, empaqué mi pasaporte, el computador y algo de ropa en un morral. A la salida me encontré a Sanju, dormían afuera de la casa desde el día del terremoto”.
“Salí corriendo, no tuve tiempo de darle muchas explicaciones. El policía me llevó hasta la Embajada, pero cuando llegamos el portero revisó mi pasaporte y me dijo: no la podemos ayudar. Usted no es americana. No lo podía creer, le había dicho eso desde el principio. Me puse a llorar. Ya no sabía qué hacer, traté de que él llamara a mi mamá para que le avisara por lo menos que yo estaba afuera de la Embajada, pero fue imposible”.
“Me volteé y esperé a que pasara un taxi para volver al parque donde había dormido esos días, al final, era el único sitio donde podía estar segura. En ese momento escuché a alguien gritar: Daniela Londoño… Pensé que ahora sí estaba alucinando, quien podría llamarme por mi nombre en Nepal… Era Santiago Arrubla, cónsul de Colombia en India. No lo podía creer, lo abrazaba, estaba feliz de verlo”.
Gracias a las gestiones del cónsul colombiano Daniela pudo salir de Nepal hacia Nueva Delhi, de ahí viajar el 29 de abril a Madrid (España). El jueves 7 de mayo se desplazó a Barcelona a recoger su número de identidad de extranjería y sus maletas que había dejado en esa ciudad después de terminar un máster en administración, previo a su viaje de voluntariado a Katmandú. Ese mismo día regresó a Colombia para reencontrarse con su familia a las 11:00 de la noche en Bogotá.
Con su superhéroe sigue en contacto, después de sobrevivir a la tragedia. Los une un lazo de amistad, una experiencia heroica que ambos recordarán por el resto de sus días.
Su reencuentro con su familia en el aeropuerto Eldorado.
“Creo que no cambiaría nada de esta experiencia. Aprendí que viajar y conocer otras culturas es la mejor forma de entender la verdadera realidad que se vive en el mundo, aprendí que no hay nada más gratificante que ayudar a los demás, y entendí que esto es lo que quiero seguir haciendo el resto de mi vida”.
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