Padre Camilo Arbeláez
LA PATRIA | MANIZALES
Hoy celebra la Iglesia la Fiesta de la Ascensión del Señor, el retorno de Cristo a la gloria de los cielos.
En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, Jesús anuncia a sus discípulos que van a recibir el Espíritu Santo que los llenará de fortaleza para que sean sus testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaría y hasta en los últimos confines de la tierra (cf. Hch. 1,8).
Digamos entonces que aquí se perfila la figura del auténtico discípulo de Cristo que debe ser ante todo un “testigo”, es decir, alguien con una fe que le brinda la certeza total y lo dispone a ser capaz de entregarlo todo, hasta la vida si fuere necesario, por la causa en que se siente plenamente comprometido.
La historia de la Iglesia, en todos los tiempos, la han hecho siempre los “testigos”, que han dado el testimonio de su fe y la razón de su esperanza. Muchos merecieron la palma del martirio y otros por sus virtudes eximias fueron declarados por la Iglesia como modelos de santidad comprobada.
Sin embargo, todo creyente que tome en serio esto de “ser cristiano”, tiene que ser un testigo de Cristo en todas las circunstancias y con todas las consecuencias.
En su Encíclica “La Misión del Redentor”, el Bienaventurado Papa Juan Pablo II afirma en forma maravillosa. “El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros. Cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y en los hechos que en las teorías. El testimonio de la vida cristiana es la primera e irreemplazable forma de misión. Cristo de cuya misión todos somos continuadores es el “testigo” por excelencia y el modelo del testimonio cristiano”. (R.M.No.42).
Y pensamos que muchos maestros pueden estar tranquilos con la enseñanza que imparten, mientras los testigos al mostrar caminos, deben caminarlos, a semejanza de los primeros cristianos que al compartirlo todo “con alegría y sencillez de corazón”, daban el mejor testimonio de amor fraterno.
Nos cuentan también los Hechos de los Apóstoles que se les presentaron a los discípulos, después de la Ascensión del Señor, dos personajes para decirles: “¿Qué hacen ahí parados mirando al cielo?” (Hch. 1,11). Entendamos bien esta pregunta, porque la verdad es que tenemos que mirar al cielo donde está nuestro “tesoro” y nuestro destino final, pero sin dejar de caminar sobre la tierra en la que estamos sembrados para dar, en su momento, fruto abundante.
Recordemos al poeta clásico Jorge Manrique en sus conocidos versos:
“Este mundo es el camino
para el otro que es morada sin pesar,
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada sin errar”.
Miremos entonces al cielo pero sin dejar de caminar hacia la meta; disfrutemos de las cosas temporales pero sin darles del todo el corazón; mantengamos el alma esperanzada de lo que vendrá al encontrarnos con el Señor, pero desde el compromiso “aquí y ahora” para hacer, en lo posible, venturoso nuestro paso por la tierra.
El Evangelio nos trae las últimas palabras de Cristo antes de su retorno al cielo. Es un mandato para sus discípulos de ir por el mundo con el mensaje salvador, asegurándoles que les hará continua compañía hasta el fin de los tiempos.
Un mandamiento para todos los que estamos empeñados en vivir la “Nueva Evangelización”, que quiere volver a las fuentes actualizando métodos, entusiasmo y expresión; sabiendo, por supuesto, la necesidad que tenemos de la ayuda de Dios, siempre real y verdadera, aunque diferida muchas veces y envuelta en el misterio.
camiloarbelaez50@ hotmail.com
Marcos 16,15-20
“Vayan por todo el mundo proclamando el Evangelio”.
Palabra del Señor
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