En el certamen hay 12 equipos de banquitas de toda la comuna Ciudadela del Norte. Juegan en la calle, cerca a donde han matado a varios jóvenes.
Divertirse no tiene fronteras. Lo mejor: es visible y se logra en un pequeño y humilde espacio. 70 metros de largo por seis metros de ancho, lo que mide la calle 53B con calle 6 del barrio Solferino, de Manizales, es el escenario de integración y en un futuro, por qué no, de reconciliación.
Tres pelaos de ese sector: Fleider Soto, Víctor Quintero y Sergio González, quieren romper con ese mito de las fronteras invisibles, que tanto daño le han hecho a los habitantes de los barrios de la comuna Ciudadela del Norte. Por eso se inventaron el torneo de banquitas La paz sin fronteras, para integrar a esos muchachos en conflicto alrededor de una sana diversión. Arrancaron con seis equipos y, tras dos semana, ya cuentan con 12.
Allí juegan jóvenes que no salen de tres cuadras a la redonda para evitar encontrarse con los enemigos. A pesar de las dificultades, pudo más el ánimo. Los organizadores hablaron con la Policía del sector, que les ayuda con la seguridad. No hay patrocinador. Con los $6 mil que recogen de arbitraje tratan de sufragar los gastos hasta donde pueden, como la pintura para delinear el improvisado escenario. "Hay ganas, no necesitamos plata, solo elementos para sacar adelante el torneo. Petos, por ejemplo", asegura Víctor.
A jugar
Acá los combos se arman, pero para jugar; los corrillos son para animar a los equipos; los únicos balazos son los que se disparan hacia la diminuta cancha; las armas son las tácticas para superar al rival; los carteles en las paredes son los de la próxima fecha, las puñaladas son los goles que se reciben en los suspiros finales del tiempo reglamentario y el duelo es porque el esfuerzo no se ve recompensado con el triunfo.
El torneo se juega en ese sector donde la muerte ha metido goleadas. Seis contabilizan algunos vecinos, ocurridas en los últimos tres años en esa calle improvisada como cancha. Todos jóvenes. "Aquí hubo uno; más arriba, otro; en esa esquina, uno más. Puros chinos. Acá mataron (señala una curva) a un papá y más arribita a sus dos hijos. Un pelao de esos organizaba un torneo. Todo por el maldito conflicto". Además, hace cinco años se hizo un campeonato similar. Hoy, 15 de esos muchachos que lo jugaron no están, no alcanzaron ni a sacar la cédula. Se los llevó la violencia.
Sin embargo, esos malos recuerdos se borran las noches de miércoles y las mañanas y tardes de los domingos, cuando se juegan los partidos. Es una fiesta completa. Las gambetas elevan la adrenalina a su máxima expresión. Las escaleras de ingreso a las casas se convierten en tribunas; los niños sirven de banderines de tiro de esquina y recogebolas; las amas de casa se asoman a las ventanas; los vecinos sacan los bafles; los improvisados vendedores de empanadas, buñuelos y hamburguesas aprovechan el espacio; la luz nocturna la suministra un bombillo ahorrador que prestan en la casa de uno de los tres organizadores. Todo es integración.
Las canchas se las prestó un amigo. Ahora buscan unas propias. El balón también es ajeno, pues uno que tenían se les estalló. Sin embargo, se unieron con el rector del colegio Sinaí y el profesor de sicología de esa misma institución, que consiguieron unas canchas propias, que pronto les llegarán.
Es que en Solferino y en la Comuna hay mucha gente buena, hay mucho talentoso: Yesid, Sergio, Víctor, Pablo, Pabliño, Giorgini, Kevin, Steven y Ricardo, entre otros. Y, ante todo, sobran las ganas de demostrar que no todo es violencia, que no todo se resuelve con armas, sino también a las patadas. ¡Sí¡, patadas a un balón prestado, que se incrusta en una cancha prestada, pero que hace olvidar por momentos las tristes historias de muerte y dolor.
"Es que la vida también es prestada, por eso hay que disfrutarla al máximo", dijo una madre que veía un partido la semana pasada. Un fundador del barrio indicó: "Hacer esto es cosa berraca, pero esos muchachos son echados pa' lante, por eso los apoyamos entre todos. Es que se ve gente de toda clase y algunos ni respetan. Pero acá todos están metidos en el cuento".
Un agente del CAI resalta que, con el torneo, los jóvenes le ponen zancadilla a la violencia y olvidan los problemas, aunque sea por un momento. Es más, hasta este uniformado se animó a inscribirse y el pasado domingo debutó con un equipo de la 53.
Motivados
Los pelaos están tan motivados, que a veces los sábados prefieren no enfiestarse o entrar temprano, porque saben que al otro día deben madrugar a jugar. Puede haber roces normales, pero se controlan. Lo importante es competir e integrarse. Ellos mismos dicen: ¡Vamos es a jugar! Tanto así, que un muchacho que tiene casa por cárcel también participa, con permiso, pues vive cerca a la calle-cancha. "Hay gente que hace 4 o 5 años no va a una escenario por evitar encontrarse a los enemigos o porque no puede bajar a la del barrio", expresó Fleider.
Así rompen las fronteras en Solferino, haciendo visible su anhelo de paz y mostrando el lado amable de este sector de Manizales, donde es más la gente buena que la gente mala. Que ruede la integración.
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