Mauricio
LA PATRIA|MANIZALES
Yagarí se ha empeñado en hacerme una serie de preguntas acerca de la Nochebuena, esa azul noche estrellada que se comba sobre la infancia como un enorme tamboril de sonajas hechas con recortes de luna.
- ¿Qué me dices de Nochebuena? -rezonga Yagarí por entre su largo tabaco.
- De todo ese aparataje para la natilla y los buñuelos, que son la síntesis de nuestra Navidad terrígena, el mecedor me encanta. Yo tengo por el mecedor un cariño profundo.
- Cuéntame la historia de un mecedor... -agrega Yagarí.
- Nada: que el agregado de la finca madrugó con el canto isócrono del primer gallo: quería hacer un mecedor. Lo cortó del árbol solariego. La rama que cae explica en su traquear una fuga de sonidos. Quitó las ramas pequeñas, las hojas, hizo la troza, y con una navaja perica después de quitarle la corteza, lo fue labrando. Bajo sus manos duras fue apareciendo el mecedor, perfumado todavía con el aroma del árbol familiar. Es lo primero que llega para la nochebuena. Lo toman, lo pesan, lo miran en la cocina sobre los aparadores de piedra y la muchacha que muele maíz dice de pronto:
- Hijue la belleza é mecedor!
- Es que yo sí soy el diablo: pues en esto me crié -responde el agregado soplando con el sombrero una astilla que crepita y suelta resinas al tocar el fuego.
Yagarí se queda pensando y dice:
- La paila es otra cosa...
- ¡Ah! la paila: todo el año estuvo colgada de un garabato. Esta vez la han lavado y ahora está sobre el hogar entre llamas que le forman una cabellera. Una lengua de fuego se dobla en ocasiones y alcanza a meterse al fondo.
- ¡Se quema la natilla! -gritan las muchachas, mientras los dedales estallantes anuncian la canción de nochebuena. Son burbujas que soplan como bombas de aire: el mecedor va y viene por entre resoplidos. Las dos orejas de la paila parece que oyen, porque la natilla comienza a estarse quieta.
- Yo creo que ya está.
El mecedor cae al suelo en un golpe de rey destronado.
- ¿Y qué más? - añade Yagarí.
- Hombre: que no hemos hecho todavía una buena pintura de nuestra fiesta regional. Cuando los platos llegan a la cocina, aquello es la invasión de la chillería.
- A mí me dejan el "pegao" -dice la vieja, la abuela que ha visto pasar tantas nochebuenas por su corazón enjuto.
- ¿Y cómo es de buena la natilla?- vuelve a preguntarme Yagarí.
- Ya Cargamundo la defendió con una frase genial: “Caliente go fría”.
La paila vino de la extranjería y no es tan autóctona como el mecedor: este fue cortado en el amanecer, junto al claro manantial donde la vaca bebe, sorbo a sorbo el alba que llena de colores los charcos: es un derramarse de anilinas sobre las fuentes que no parece sino que Dios está volcando desde la colina innumerables tarros de barnices.
¡El mecedor! Cada año vendrá uno nuevo porque durante los días sin Navidad, se pierde en el tráfago de la finca. ¿Qué árboles darán este año los mecedores para la nochebuena? Ellos dan para hacer los tiples, la guitarra que se incorpora al cantar montañero, la cuna y el ataúd: y también permite que de sus ramas, asilo de pájaros jubilosos y humorísticos, saquen el mecedor de la nochebuena. Algunos los hay pulidos como espátulas de farmacia, delgados, casi transparentes, Los hay duros y pesados.
- ¡Qué lejos están esas navidades de niño!
- Sí, Yagarí: cada año falta alguien en la mesa familiar. El mecedor que significa alegría, debería irse con el que parte para siempre. Toda nochebuena es trunca; o ha muerto el abuelo, el hermano o alguien partió hace tiempos y nunca están todos en el hogar. Para el que está más lejos debería destinarse el mecedor ya no volverá a servir durante el año.
- ¿Para quién es el primer plato de natilla? -pregunta el cronista político.
- Para la abuela que espera sentada en el sillón o en el umbral, con el nieto en el regazo. El plato es el más limpio, el más nuevo; fue comprado en una tenducha de la plaza de mercado y casi que le cabía en el carriel al nieto de dura cerviz.
- Muchas gracias- dice la abuela. Después sonríe: Je, je, je, me recuerda mi juventud. Pero ninguna natilla será igual a la de aquellos tiempos.
Los buñuelos dorados anuncian su llegada con chirridos encrespados. La abuela quiere esperarlos, pero se siente fatigada, y al ponerse de pies quisiera apoyarse en el mecedor que ahora yace en manos del último nietecillo con tendencia a servir de caballito de palo.
Un tiple llega por la talanquera donde el gallinazo atisba malicioso el festejo. A cada movimiento del mecedor, abre las alas como queriendo escapar, pero el olor de los buñuelos lo detiene en la estaca donde sus garras afirman su prosapia negra.
- El tiple...- dice Yagarí.
- Este sí que es el compañero de nochebuena. Fue cortado del mismo árbol que dio el mecedor y por eso, entre el tiple y el mecedor hay cierto parentesco. Solamente que el tiple resultó poeta y el mecedor es un burgués que revuelve la natilla y como nadie le puso cuerdas, su vida es fugaz y menos profunda.
- ¿Y a quién le dan el "pegao"? -dice Yagarí.
- Yo creo que al hombre del tiple. Como llegó último, y la siembra está muy lejos, la paila estaba vacía. Los buñuelos los toma calientes y con la boca llena canta una canción y entre el mecedor, los buñuelos y la natilla se forma un ambiente donde el tiple queda enmarcado como en un retrato señorial.
El mecedor no tiene cuerdas, pero vino del monte donde los pájaros le cantaban cuando era rama viva en flor: no tuvo el fin lírico del tiple, y, sin embargo, cuando penetra a la paila un golpe orquestal de cobres y dedales de natilla saluda su aparición clásica y regional.
- Dios mío haz que nuestro ataúd se haga con mecedores.
Al oírme, Yagarí se echa a reír y exclama:
- Yo quiero ir más bien en la paila.
Ambos nos echamos a llorar. De pronto Yagarí, cesando en sus sollozos exclama:
- Debemos encargarnos de una página de Navidad para el periódico. ¿Por qué no escribes todo esto que hemos hablado ahora?
- Enseguida. Y por tu parte, debes hacer también una página.
- Sí, sí -agrega Yagarí- escribiré un tema que tenga por base la natilla en las derechas colombianas.
- Pero hombre, hay tanto para llorar. En muchas casas no habrá natilla. Se fue alguien para nunca volver: ese alguien pedía siempre dos o tres platos. Y como ya ha muerto, ninguno en la casa quiere hacer nochebuena y todo es llanto junto a la paila solitaria.
Nuestras navidades tienen cosas muy tristes: todos recuerdan, en torno a la paila, aquel que partió; y sin embargo el tiple dice añoranzas alegres, no sin que falte el arpegio que recuerda al muerto: hace llorar en la noche, cuando la natilla está fría y los tajos de la tarde han hecho en ella taludes morenos.
- Sí, sí, Yagarí, voy a ponerme a escribir enseguida.
Meto el papel en la máquina y comienzo así:
- Toda la épica de la raza nació en torno de una paila de natilla: el mecedor fue cortado del mismo árbol de donde ha venido la madera para las ciudades nuevas.
Mecedor, ra
m. Instrumento de madera que sirve para mezclar el vino en las cubas o el jabón en la caldera, y para otros usos semejantes.
Garabato
m. Instrumento de hierro con punta en forma de semicírculo, que sirve para tener colgado algo, o para asirlo o agarrarlo.
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