Manizales a las 6:00 a.m. todavía tiene sueño. La habitan algunos buses llenos de madrugadores. De uno, descienden 10 personas sobre la carrera 23 con calle 18. Tres de ellos caminan con cajas bajo el brazo y otros tres siguen de largo con canastas rojas en las que cargan termos. La calle empieza a contagiarse del aroma de la panadería y del café de la esquina.
Algunos trabajadores de EMAS barren, mientras un hombre toma por el hombro a un señor de camisa a cuadros. Lo saluda y señala un lugar sobre el andén. Allí empieza a armar su toldo de medias. Este mismo hombre sigue su camino con otras dos personas a quienes también les indica un lugar. Montan sus ventas callejeras. A las 7:30 a.m. están listas.
A las 10:30 a.m., María Gladys Gómez saca una llave plateada de su bolso. Sus manos ágiles giran la chapa, levantan la tapa y muestran el interior de un módulo atestado de medias, calzones y camisetas para niños. Dos horas antes, los otros 39 comerciantes de la calle 19, quienes trabajan en módulos, ya habían abierto. Ella llega tarde, y explica por qué: “yo arreglo la casa y hago la comida antes de venir”. Vive con sus dos hijos y nietos. “Mis hijos son independientes, pero tengo que llevar la comida a mi casa”. A lo largo del día vende lo suficiente para “sobrevivir”.
Ellos hacen parte de los cerca de 2 mil trabajadores que, según la Secretaría de Medio Ambiente, laboran en el espacio público de Manizales.
El espacio del comercio
La historia de María Gladys se repite en Chipre, la carrera 23, el Centro de Comercio Informal, El Cable, La Estrella, Milán, entre otros. En estos lugares el comercio sobre el espacio público abunda. Desde terrazas hasta cafés móviles, pasando por parqueaderos y artistas callejeros.
Miguel Restrepo es el culpable de que la calle séptima en Chipre huela a café tostado. Es propietario de Café de nuestra tierra. Su producto antes estaba en un yip. “Pero un día llegó la Inspección de Espacio Público y me hizo quitar todo”, dice. Ahora, su local se encuentra en una terraza.”Si a mí me toca pagar algún impuesto tendré que cerrar mi café”. En su establecimiento comercializa cafés especiales de 35 familias de Caldas. “Si lo cierro, serán varios caficultores los afectados”.
En Chipre, no solo las terrazas y vendedores ambulantes ocupan espacio público. Al costado del mirador, en Los Colonizadores, cuatro autos repletos de mercancía cubren la vista hacia el occidente caldense. Allí se reúnen en un pequeño bulevar improvisado, cafés ambulantes, vendedores de artesanías y comerciantes de empanadas.
La 23
Caminar por la 23 es atravesar un juego de obstáculos. En cada cuadra hay alrededor de 15 vendedores estacionarios y cinco ambulantes. Desde la calle 15 hasta la 32 hay 262. Además, cada local tiene afuera maniquíes, asaderos, bafles y neveras. Los peatones se deben cruzar a la calzada para circular.
Carlos Múnera es vendedor informal de dulces, los compra en distribuidoras al por mayor. A diario vende entre $10 mil y $20 mil, de los cuales debe reinvertir la mitad. Vive en el barrio El Nevado y desde allí se desplaza desde hace 3 años por la 23. “Aquí hay mucha competencia, pero tengo mis clientes, sobre todo al mediodía, porque les vendo los chicles”.
La Galería
En medio del aroma a frutas podridas, Carmenza Orozco cuenta las monedas que tiene en su canguro: $100, $200, poco menos de $1.000. Está en su puesto desde hace ocho horas bajo el sol que quema las mejillas. “Llego muy temprano, antes que empiece la competencia”. Su venta diaria no pasa los $12 mil y en los mejores días llega a $20 mil. “Me quiero ir de aquí, no me alcanza”. Dice que se siente hostigada por funcionarios, por personas de adentro de la Galería y por gente que se cree dueña de la calle.
En esta zona, en noviembre del 2017, se generó una disputa entre vendedores formales de la Plaza de Mercado y los informales a los que reubicaron allí con la intención de recuperar “el 85% del espacio público”, de acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente. Una acción popular en trámite ordenó suspender la adjudicación de nuevos módulos en ese sector.
El Cable
La noche de El Cable es ruidosa. Los bares con sus terrazas extendidas sobre la acera dominan el panorama visual y auditivo. Los eucoles, los vendedores estacionarios y los ambulantes llenan los andenes, y los espacios dejan de ser caminables. A esta hora son para beber, conversar o vender.
Una vendedora es Carolina Vallejo. Es nueva en el sector y por eso se ha ganado problemas, “La gente que lleva varios años me echa, pero cambio de zona y no me ha ido tan mal”. Antes de estar aquí trabajaba en una peluquería que cerró. “En ferias empecé a trabajar en la calle vendiendo cigarros, chicles y otras cosas”. Narra que en el día circula por la 23 y en las noches, sobre todo viernes y sábados, en El Cable.
La Enea
La carrera 35 es una plaza de consumo. Son unas 15 calles donde los antejardines están llenos de ventas. Comparten espacio garajes y peluquerías, cafés y supermercados. Los vendedores ambulantes también completan el panorama.
Édgar Pinzón vende dulces en su puesto desde hace 35 años. Él ha visto cómo la carrera 100 se llenó de comercio. “Empezamos poquitos, ahora hay almacenes y otras cosas por todas partes”. Afirma que los funcionarios de espacio público no lo han molestado, pero sí conoce muchos casos de personas afectadas. “Si me quitan este puesto no sabría qué hacer”.
De la suma de dinero que gana, Pinzón emplea $15 mil diarios para comprar verduras y carnes para su hogar.
El espacio de las autoridades
La regulación de los espacios que ocupan personas como Carolina Vallejo, Édgar Pinzón o Miguel Restrepo es compleja, explica el arquitecto Gustavo Arteaga. El término espacio público “tiene zonas grises que han llevado a malas interpretaciones”. Por esta razón, “cuando se debe regular de manera precisa, los instrumentos no existen”. Precisa el arquitecto: “Perdimos la capacidad de nuestros líderes de tomar decisiones con instrumentos técnicos”.
Arteaga presentó un informe en el 2014, en el que planteó herramientas para regular el espacio público, relacionadas con el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de la Administración de Jorge Eduardo Rojas. Sin embargo, este texto lo usa la Secretaría de Planeación como Plan Maestro de Espacio Público, “el cual definió el sistema de espacio público, los criterios generales de actuación, la acciones y proyectos estratégicos”.
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