Fernando-Alonso Ramírez
LA PATRIA|Manizales
Porque no tiene ya biblioteca, pues se le ha angostado entre trasteo y trasteo, prefirió concertar la cita en otro lugar. El Banco de la República fue el sitio escogido, pero en minutos el escritor manizaleño Adalberto Agudelo Duque caminaba a la que llama su oficina: la cafetería Zigalia, a un costado de la Catedral, sobre la calle 23.
Allí, al fondo a la derecha, en una mesa plástica que dice ya tener escriturada, se siente a sus anchas. Se acomoda, pide una cerveza y habla de su trabajo. La idea es conversar de su más reciente libro, Caldensidad, historia y literatura, que publicó la Editorial Universidad de Caldas.
Parte de este trabajo se publicó antes. Ahora suma 10 ensayos y actualiza la Bibliografía general del Gran Caldas, en la que incluye un índice de todas las obras de autores caldenses, una mina para investigadores.
Muy pocos libros de los últimos años se encuentran en el análisis, pero es una decisión, no un olvido. Porque considera que la literatura nueva tiene registros y por eso privilegió obras de las que no se tienen o que, si existen, son mínimos.
"Lo otro es que el libro se estaba volviendo impublicable", bromea. Impublicable porque se estaba extendiendo sin medida. "No es una reimpresión, es un libro nuevo", no quiere dejar dudas.
Aquí hay un olvido de marca mayor, de dos obras fundamentales de Caldas, una se llama Suicidio por reflexión y la otra Toque de queda. No está don Adalberto Agudelo en este libro. ¿Cómo toma la decisión de no estar?
Cuando empecé los rodeos para la pregunta se puso serio, dejó en suspenso el trago de cerveza que se disponía a probar, y apenas escuchó los títulos de sus libros, sonrió y degustó el sabor de la Club Colombia.
"Ese mismo reclamo me hicieron cuando hicimos Caldas 75 años, y es que por dignidad no podía estar ahí, no me gusta, no, esto es para hablar de otras personas, si escribo sobre mí no solo se va a ver indecoroso, sino que les voy a quitar páginas a otros autores, pero me desquité".
Toma el libro que hasta ahora reposaba en la mesa y empieza a señalar en la carátula un detalle que yo había pasado por alto. En la nube de palabras que identifica la portada resaltan algunos títulos de su autoría. Su dedo índice se pasa de uno a otro y lee en voz alta: Quicagua... Pelota de trapo... De rumba corrida... Los papeles de Ulyses... "Es decir, estoy ahí sin estar", y se le sale el gocetas. Acaba de hacer una pilatuna.
- ¿Pero no se planteó decir algo como: hay dos obras de la literatura caldense que otros consideran fundamentales, y como son mías no me referiré a ellas? ¿Por lo menos una vez?
No, nunca. Esta obra va a ser más importante que toda mi obra, entre comillas, de ficción, y seguramente esto debe llamar la atención para los futuros lectores, si los hay, sobre mis otros libros.
Contra BAT
Existe por lo menos una decena de libros que se han escrito sobre la obra de Bernardo Arias Trujillo (BAT), pero sale mal librado en este análisis de Adalberto Agudelo. Como una relación de amor y de odio con él y con su obra. Le da durísimo a Risaralda.
"No es ni siquiera una relación de amor y odio con él, es un sentimiento de rechazo a quienes lo han entronizado sin haberlo leído, ahí está escrito. Cómo pueden hablar de Risaralda por lo que dijeron Arango Ferrer y Otto Morales Benítez si, primero, Arango Ferrer no leyó la obra, y Otto Morales, menos. Porque él nunca leyó la literatura caldense, él hablaba y escribía de política, y tal vez de sociología, pero nunca escribió nada de un autor caldense, absolutamente nada. De pronto, escasamente de algún riosuceño".
Se asoma el Adalberto cáustico, sin pelos en la lengua, que dice las cosas con criterio. Hace 51 años que publicó su primera novela, Suicidio por reflexión. Abrió las puertas de la modernidad.
Lamenta que quienes se han enfocado en la obra literaria de Arias Trujillo desconocieron, lo que llama, "lo otro": que fue un gran político, tal vez el más destacado de los años 30. Aprovecha para recordar que cuando el Concejo de Manizales tenía apenas seis escaños, BAT logró poner allí a seis de sus seguidores, en lo que han llamado el Concejo de los negros. "Eso indica mucho de su talante, de dónde estaba parado, iba con un movimiento grandísimo".
Se fue de diplomático para Argentina, de donde regresó siendo otro. "Ya no había Bernardo en su cerebro", escribe Adalberto en su libro, para mostrar cómo el opio que había conocido en Manizales lo consumió a él en Argentina. Falleció dos años después de su regreso. "Si no se va para Argentina y no abandona a sus concejales hubiera hecho mucho más que todos sus contemporáneos".
- ¿Que Gaitán?
Creo que sí, -BAT- hubiera llegado hasta más lejos que Gaitán, porque este era más consecuente. Es que Gaitán hablaba mal de los ricos en público, pero se iba a tomar whisky al Gun Club, fue el abogado de un sindicato de Bavaria que hizo una huelga grandísima y lo traicionó, lo vendió, eso está escrito.
Pura arquitectura
Ha sido un crítico del llamado grecocaldensismo, que él denomina grecomanizaleñismo. De hecho reitera que no es un grupo de escritores, que esa obra no existe, y es ese el punto de partida de esta investigación. "¿Cómo así que cultura grecolatina?, el cuño se lo aplicaron creo que más por el aspecto arquitectónico, que por el literario. Cuando empecé a leer literatura de Caldas me di cuenta de que no existía, ni poesía, ni ensayo, ni novela, ni cuento".
"Era un grupo de políticos, los llamaron Los Leopardos porque eran fogosos, malucos como políticos, pero no dejaron nada". Era una sociedad conservadora y por eso a Caldas lo llaman el departamento modelo, el modelo que le gustaba al régimen bogotano, que era conservador, católico, de ahí viene, sostiene.
Como si fuera poco, eso ayudó a que se exaltaran los que no lo merecían. En el libro lo expresa sin ambages: "Ediciones oficiales, homenajes y monumentos fueron consagrados a los prohombres de cierta clase social dejando en el anonimato a los verdaderos escritores". Por eso, esta historia incluye los nombres de autores olvidados, marginales y de municipios que no lograron entrar en el círculo de la autodenominada intelectualidad manizaleña. Como Héctor Ángel Álvarez, de Pácora, de quien dice: "ya ni siquiera su sombra es reconocida en los aleros del pueblo". Y pasa a demostrar la calidad de este poeta. Toma el libro, va a la página 199, Oficio de poeta, y lee un aparte:
Puertas semiderruidas que dan gritos de hambre,
desmesuradas puertas que nunca se abren,
encubridoras de fantasmas.
Bocas frías, color ocre,
de lugares en donde la vida va desvaneciéndose
a golpes de martillo.
Puertas rozagantes y pletóricas
protectoras de la fastuosidad vacua y delirante...
"Ese poema me encanta", celebra. Se le nota. En el libro compara la poesía de Ángel con la de César Vallejo, nada menos. Y se pregunta: "¿Cuántos más se quedan en la trastienda de la memoria?"
Para él, hacerse escritor en esa época era una una forma de entrar en el círculo social manizaleño y por eso muchos empezaban por ser periodistas con el anhelo de demostrarse y demostrar ser escritores. Dice en el libro: "Hasta la frontera de 1968 podría considerarse que la crónica es la literatura mayor del departamento porque enlaza el pasado con el presente, la tradición oral con la escrita".
El generoso
Trata de generoso a Roberto Vélez Correa, escritor y crítico en Papel Salmón, fallecido hace 13 años, de quien dice que le reconocía una mención así fuera mínima a trabajos que no significaban nada. Lo curioso es que, a pesar de hacerse el duro, a él también se le sale la generosidad. Se lo hago notar, y lo reconoce, pero eso sí, anota: "la primera condición para estar en el libro es que a pesar de ser silvestres, tuvieran un mínimo de calidad". Ese fue el rasero que se puso con su esposa, a la que exalta como gran lectora y con un criterio que le ayudó a solucionar los dilemas que se le presentaban frente a lo que debía incluir o no.
El reportero gráfico lo hace salir de su oficina para buscar una foto en medio de la ciudad. Cuando cae en la cuenta de que está en una manzana bien conservada del Centro Histórico, a tono con las épocas que pasan por su libro, pide que le tomen una en la Casa Estrada, que le encanta.
Antes se presenta para un video: "Los invito a leer Caldensidad, historia y literatura, una investigación de cerca de 50 años tomando notas, metiéndome a bibliotecas, sufriendo de rinitis y demás, en donde intento hacer un panorama, más que un análisis, de lo que fue la literatura caldense desde 1851 hasta la época actual. Lo pueden conseguir en la Universidad de Caldas y en Zigalia, los vendo en el restaurante".
Es cierto, allí vendió 48 libros de Pelota de trapo, su novela de las laderas de Manizales y la carretera a Bogotá. Porque esa es su oficina.
Hay que aprovechar a esta autoridad en la literatura caldense para que recomiende las obras de caldenses que deben leerse primero.
- ¿Por dónde empezar?
Pues ya hablamos de la omisión, entonces que empiecen por mí -ríe de nuevo-. Este trabajo es un punto de partida y los puede llevar a otros autores. O Suicidio por reflexión, que tiene ya 50 años o Toque de Queda, que tiene ya cinco ediciones o una obra juvenil, Javier Carbonero con editorial Magisterio, que ha vendido 20 mil ejemplares.
Claro, volvió a lo suyo, hablar de otros y enumeró cantidad de autores desde los más conocidos hasta jóvenes, por eso, lean el libro y busquen en las 227 páginas de las 530, que son el índice de nombres de escritores y de obras, las que quisieran leer para adentrarse en la Caldas literaria.
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