MARTHA LUCÍA GÓMEZ
LA PATRIA | MANIZALES
Si escasea el efectivo y la necesidad es de calzado, en la Plaza Alfonso López puede encontrar la zapatería ambulante de José Camilo Franco.
Sale todos los días entre 9:00 y 10:00 de la mañana con un oxidado carrito de mercado que en su mango todavía tiene la marca de fondo azul y letras blancas de Colsubsidio.
Dice que lo compró barato, pero por más que se le pregunta no confiesa a quién ni cuánto le costó. Es su vehículo para movilizar, desde el barrio Los Agustinos hasta la Plaza, la mercancía que exhibe en el espacio público.
Decenas de pares de zapatos que ubica en una de las largas bancas de cemento de la Alfonso López, de lejos parecen olas de concreto con una base en tabletas, formando una pequeña montaña de calzado.
Su historia
José Camilo asegura que esto lo hace por necesidad, porque no hay otra cosa que le resulte para subsistir. Tiene 75 años y a esta edad, donde vaya, no va a encontrar trabajo y por eso se rebusca los ingresos en cualquier oficio. El suyo era trabajador de fincas, pero hace 30 años tuvo que dejarlo para convertirse en comerciante de la calle.
Cuando no está vendiendo zapatos, le jala a los relojes, a las memorias USB, a las frutas, en fin a lo que le compren en la calle.
Asegura que los inspectores de Espacio Público de la Alcaldía de Manizales no lo molestan porque hace 25 años tuvo una venta de frutas por la carrera 21 y la vendió para irse a trabajar a una finca. Perdió el puesto, y como tampoco logró quedarse en el campo, hacia el año 2000 se vio obligado a regresar a Manizales. Por ello dice ser un informal conocido.
Rebusque
Sus clientes son personas de la tercera edad, porque los jóvenes no arriman. Un par de botas negras para hombre, cuya suela se ve limpia, sin rastro de pasos por las calles, las ofrece en $30 mil o $40 mil. “Son nuevas”, sostiene, “pero hay gente a la que le gustan de segunda. Mire tengo estos”, y señala unas botas beige para mujer con la punta despegada.
En la zapatería ambulante de José Camilo no hay malos olores ni se ven pares sucios. Todos, a pesar de que ya trasegaron en los pies de otros mortales, tienen un brillo, como buscando seducir y cautivar nuevos dueños. Estos, los usados, valen en promedio $10 mil. “Lo que me ofrezcan”, dice. “Los de mujer pueden darse hasta por 5 mil”.
De este almacén de calzado no se sale con pares dentro de cajas de cartón y en coloridos empaques. José Camilo, a veces, ni siquiera tiene que envolver en las bolsas negras arrugadas que guarda en el carrito. Muchos van, compran, y salen “estrenando” de una vez.
El negocio le da para comer, aunque hay días en que tiene que pasar en “blanco”. “He comprado zapatos a $20 mil y me toca darlos a $8 mil”.
Con un radio negro con puerto USB, pegado a su correa del pantalón, y de donde salen sonidos de arrabal, pues lo que más le gusta es escuchar tangos, espera toda la mañana, sentado en un pequeño cojín, a que lleguen compradores de zapatos.
Dónde compra
Los zapatos que vende José Camilo en la Plaza Alfonso López, dice que se los ofrecen por este mismo lugar. “Gente necesitada, que debe vender hasta los zapatos para comprar panela y llevar a su casa”.
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