Jose Fáber Hernández Ortíz*
Viene siendo costumbre en los últimos años acudir a un ejercicio de ciudad muy interesante, donde se presentan y discuten avances y retrocesos en los principales aspectos de calidad de vida de los habitantes de Manizales. Aprovechando ese marco, me referiré a uno de esos aspectos que en la ciudad se determinó como meta y motor de desarrollo: la educación. Queremos que Manizales tenga el mejor sistema educativo, que brinde la mejor formación y seamos reconocidos como ciudad del conocimiento. Desafíos retadores, veamos cómo nos va.
El balance que arroja el informe de calidad de vida del año 2017, de Manizales Como Vamos, es de luces y sombras. Lo primero es saber si estamos garantizando el acceso a la educación: los cerca de 1.400 estudiantes menos matriculados en los niveles preescolar, básica y media, dirían que no. No obstante, hay que considerar que, comparado con hace siete años, Manizales tiene cerca de 900 nacimientos menos, así que la respuesta a esta cuestión no puede ser muy contundente. En cambio, hay evidencias de mayor acceso de la población menor de cinco años y de quienes ingresan a educación superior, noticia muy positiva, dado que son los dos niveles de menor cobertura.
La otra cuestión es conocer si logramos que los estudiantes adquieran los conocimientos que de ellos se esperan. Este aspecto parece atascado en los últimos años: muchos estudiantes no alcanzan niveles satisfactorios en las diferentes pruebas que se aplican en el país, situación más generalizada en las instituciones oficiales; más ciudades nos están superando en estos resultados. La buena noticia viene de nuevo de la educación superior, la mayoría de universidades han logrado acreditación en alta calidad.
Visto así, sólo la educación superior parece ir en la senda adecuada, la cantidad de estudiantes universitarios foráneos que eligen a Manizales como destino de estudio es un indicativo de ello. Respecto a los otros niveles hay atenuantes. La menor matrícula parece obedecer más a un fenómeno demográfico, con caídas constantes en la natalidad, que a un aumento de la desescolarización o de la deserción, que de hecho baja. Aquí la reflexión debería ser cómo invertir los recursos que se liberan de cobertura y cómo gestionar la infraestructura que, con menos estudiantes, va quedando ociosa.
La ciudad es reconocida por tener una red institucional consolidada donde confluyen actores públicos, privados y de la academia, que trabajan articuladamente por la educación. Entonces, ¿por qué los pobres avances en calidad?, ¿no son eficaces los programas?, ¿es pronto para ver sus resultados? o, ¿le están apuntando a aspectos que no se miden? Un claro ejemplo de esto sucede con la iniciativa Escuela Activa Urbana, liderado por la Fundación Luker. Este modelo tiene sus más grandes bondades en el fortalecimiento de las habilidades socioemocionales de los estudiantes, aspecto que viene tomando cada vez más fuerza en el contexto del siglo XXI, pero las pruebas actuales no las miden.
Es claro entonces que el gran reto de Manizales es la calidad, es necesario un mayor esfuerzo, acordar los temas que se quieren fortalecer y enfocar el trabajo en ellos, esto implica ampliar el espectro de medición que se hace actualmente para captar los reales avances. Así que, aprovechando estos espacios, bienvenida la discusión.
Descargue el informe completo en www.manizalescomovamos.org
* Economista, Investigador, Confa.
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