EQUIPO LOCAL
LA PATRIA | MANIZALES
La Cantina, Cuna Biche, Lola Club, Move, El Dollar y Replay son los bares y discotecas más reconocidos por la comunidad LGTBI de Manizales y los más frecuentados.
Las inhibiciones quedan a la entrada, adentro se le da rienda suelta a la orientación sexual. LA PATRIA hizo un recorrido por estos sitios de la ciudad.
Fotos | LA PATRIA
Son las 9:00 de la noche de un viernes manizaleño. A lo largo del carril de subida de la avenida Centenario se ven llegar constantemente taxis que traen rumberos. Algunos ingresan directamente a las discotecas, otros evalúan las opciones. A un costado de la plaza de toros, lejos de la concurrida clientela heterosexual que arriba a ese sector está La Cantina, bar LGTBI. En la puerta, un hombre vestido de camisa blanca y pantalón negro recibe a los visitantes, lo primero que se ve al ingresar al sitio es al disc-jockey en una cabina, mientras que en la barra, el administrador marca unas botellas de licor con el nombre del establecimiento.
Solo hay nueve personas en el bar, tres hombres ocupan una de las mesas, diagonal a ellos cuatro mujeres comparten media de ron, y al lado una pareja de mujeres disfruta de unas cervezas.
La música es variada: merengue, salsa, reguetón y electrónica suenan en el lugar. A las 9:30 de la noche arriban cuatro mujeres, apenas solicitan media de ron, dos de ellas comienzan a bailar Ingenuidad, de Maia. Se abrazan, se besan, se dicen cosas al oído, se ríen y miran a sus acompañantes que brindan. Al ver a las dos mujeres bailar, dos hombres se animan a salir a la pista apenas suena el merengue A dormir juntitos, de Liz y Eddy Herrera. Uno lleva el paso, mientras el otro lo agarra de la cintura, y compenetrados disfrutan la canción.
El administrador del lugar asegura que su clientela es siempre adulta, muy rara vez llegan jóvenes. Esa noche el rango de edad que se observa es entre 28 y 45 años. En los siete años que lleva el bar, según el administrador, solo ha ocurrido una pelea, de resto todo es rumba y amor.
10:00 de la noche. La avenida Paralela está sola en inmediaciones del barrio Vélez, pero un local ubicado en el carril de bajada hacia el Centro está lleno. Parece una fraternidad femenina, ni un solo hombre está sentado en los butacos, son solo mujeres entre los 30 y 45 años. Según una rumbera, el 90 por ciento de la clientela de Cuna Biche es femenina.
El ambiente es de amistad, al parecer se conocen. La música es variada, merengue, vallenato, salsa romántica y hasta guasca. Las mujeres bailan en medio de las mesas, algunas lo hacen amacisadas y otras, por el contrario, guardan distancia; otras coquetean y algunas se dan besos apasionados, mientras que unas más tímidas le soban el cabello a sus compañeras.
El nombre del bar no tiene nada que ver con la realidad, porque las clientes son mujeres maduras que al parecer tienen muy clara su orientación sexual y allí la expresan al máximo, sin miedo a que las vayan a señalar o juzgar.
10:40 de la noche, el barrio Milán es un hervidero de gente. Los pitos de los carros que buscan salir del embotellamiento se mezclan con la música que sale de bares y discotecas. En una, en especial, hay más jóvenes afuera que en las demás. Algunos fuman, otros conversan. Es el establecimiento gay Lola Club. Es viernes, sinónimo de barra libre, que significa que por un valor determinado se toma el trago que quiera, eso si es capaz de llegar a la barra y es lo suficientemente hábil para que un mesero lo atienda.
A la entrada el portero, además de requisar a quienes ingresan, les pone una manilla en la muñeca y entrega un vaso plástico trasparente. Hay ron, aguardiente, vodka.
El público oscila entre los 18 y 25 años. El volumen de la música electrónica no permite el dialogo, así que nadie habla sino que baila.
Felipe, propietario de la discoteca, cuenta que lleva con ella apenas seis meses, después de haber tenido la experiencia de abrir antes dos locales más: San Martín y Touch Me, pero ninguno de los dos ha tenido tanta aceptación como Lola.
El 70 por ciento de la clientela es masculina y llega al lugar en grupo, algunos con pareja otros en busca de ella. En medio de la oscuridad y al ritmo de la música se abrazan, besan, se hacen bromas, se coquetean, la comunicación es corporal. La rumba allí es hasta las 2:00 de la mañana y abren desde las 5:00 de la tarde, pero la hora pico es entre las 9:30 y 10:30 de la noche.
Felipe, además de tener la discoteca, también incursionó con su marca en redes sociales y cuenta con un magacín dirigido a todo tipo de público, porque no quiere ser excluyente, pues considera que en Manizales aún hay espacios vedados para la comunidad LGTBI.
11:40 de la noche. A la entrada del parqueadero del Multicentro Estrella está Move. Allí se baila desde el San Juanero hasta un reguetón. El sitio está solo, según comenta un joven que está en la puerta, porque las personas prefieren ese día El Dollar porque es barra libre.
Solo hay 12 personas, la mayoría sentadas conversando, mientras suena una salsa romántica. El ambiente es tranquilo hasta que el disc-jockey pincha un reguetón, el público en su mayoría masculino se para de sus sillas y comienza a danzar al ritmo de: “descontrólate, dóblate no te dejes jalarte el pelo, grita duro pa' que te despejes, rebélate, la vida es una sola y uno se lleva lo que le bailó a la rola”. Un hombre mueve su trasero, mientras su compañero está atrás haciendo con su pelvis un movimiento circular, alzan las manos y sigue el “perreo” intenso hasta que finaliza la canción.
12:30 de la noche. Un sitio de referencia gay en la ciudad es El Dollar. Desde la vieja guardia hasta quienes empiezan a salir a los sitios gay saben que existe. Hace años estaba cerca al parque de Los Enamorados y actualmente frente del Multicentro Estrella. Se ingresa por un callejón lúgubre, pero adentro es alegre.
A la entrada la respectiva requisa, el portero le pone una manilla al cliente y le da un vaso plástico en el que le servirán el licor durante la noche.
Por un corredor se llega a unas escalas que llevan a los visitantes a unos bajos, allí el rumbero se topa con un centenar de personas, algunas sentadas disfrutan de un trago, otras bailan música electrónica. Afuera hay un patio semicubierto con sillas y mesas, a esa hora no hay dónde sentarse. La clientela es mixta, hombres y mujeres entre 18 y 55 años, y al parecer la edad es lo que menos importa, pues se pueden ver parejas homosexuales con rangos de edad extremos. Besos y caricias se ven por doquier, la mayoría parecen desinhibidos, el licor ya ha hecho de las suyas o el lugar les permite aflorar sus instintos. Coqueteos, hombres seduciendo a hombres, mujeres a mujeres, y grupos de amigos que corean “I´m sexy and i know it”, de LMFAO. Algunos aprovechan la canción y abrazan a sus parejas por detrás, mientras bajan lentamente las manos por el torso hasta llegar a la cintura y mover ambos la pelvis hacia adelante y hacia atrás. Parecen excitados, pero apenas finaliza la canción se sueltan y siguen bailando por separado.
1:40 de la madrugada. Se prenden las luces de El Dollar, el volumen de la música baja considerablemente y algunos clientes, más afanados que otros, buscan salir del lugar. La razón, afuera hay un bus de servicios especiales con capacidad para 40 personas que espera a los rumberos que bajarán a rematar a Replay, discoteca ubicada 100 metros abajo del hospital Santa Sofía. Ya en la calle las personas hacen fila, como cuando los operarios de una fábrica esperan subirse al transporte que los llevará al trabajo, pero acá van es en busca de más fiesta.
En la puerta del bus un hombre controla el ingreso y en cuestión de segundos se llena el vehículo. “No puedo dejar subir más gente, porque no puedo llevar pasajeros de pie, nos ve la Policía de Tránsito y nos parte”, le contesta el hombre a una joven que agarrada de la mano de su novia le insiste que la deje subir. Quienes se quedaron sin puesto salen en busca de un taxi.
El bus recorre la avenida Santander, toma la carrera 22. No faltan las chanzas, desde atrás un hombre con voz fuerte grita: “aplaudan y silben, el que no lo haga lo bajamos del bus”, se escuchan carcajadas. Llegando al parque Olaya el transporte para, un joven aprovechó el aventón, se escuchan silbidos y no faltó el grito: “¡pague taxi!”. El recorrido continúa por la avenida Centenario, quienes quedaron con licor lo consumen antes de llegar a Replay, otros le calientan el oído a la mujer o al hombre que conocieron en El Dollar y otros más lanzados ya se están besando.
1:55 de la madrugada. A la entrada de Replay se arma una fila . Se debe pagar cover y no es consumible. El portero, además de ponerle una manilla de papel marca uno de los antebrazos del visitante con un sello, según él es para controlar el ingreso de los clientes, no vaya a ser que un avispado se cuele.
El lugar es oscuro y grande. A diferencia de los otros establecimientos en este hay travestis, que se pasean, algunos solos, otros acompañados, hay total libertad y ellos se sienten en su salsa. Por momentos son la atracción del remate, por la forma de moverse en la pista de baile.
Si antes los rumberos estaban desinhibidos aquí están descontrolados. Una mujer se sienta encima de la otra, mientras se besan apasionadamente. En la pista, un hombre baila entre dos más que indiscriminadamente lo manosean, mientras él celebra cada vez que lo tocan. En una de las esquinas dos tipos sacan sus lenguas como si quisieran que estas se enredaran. Otros más avezados aprovechan para tener relaciones sexuales en los baños. Así finaliza la fiesta, ya es sábado, un nuevo día, una nueva rumba gay.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015