LA PATRIA | Manizales
Su estatura es como su casa, altiva. Tiene incontables canas y no pocas arrugas. Sabe de abrazos porque los ofrece sin reparos, también reparte sonrisas que sin mucho recato se convierten en carcajadas si quiere celebrar alguna de sus ocurrencias, muchas por cierto.
Sus manos muestran el paso de los años y hasta la huella infaltable de los descuidos en la cocina. Su mirada es profunda y sus gestos no dan espacio para que su nariz le recuerde uno de los rasgos que legó a sus hijos.
Habla por montones, aunque muchas veces por defender a sus hijos en la escuela tal vez no fue la más amable, pero sí la más sincera.
Batalladora como muchas, curtida por los años y los sufrimientos reconoce que no le gusta llorar y que al mal que no tiene cura es mejor hacerle buena cara.
Así es doña Marina, la madre, la guapa, la maestra, la heroína de Orlando Sierra Hernández, el subdirector de LA PATRIA asesinado hace diez años. No desaprovecha la oportunidad para expresar qué sería de su hijo hoy."Si en este momento Orlando estuviera vivo, mejor dicho, se habría echado tierra en los ojos con el problema que vivió Manizales por la falta de agua. Estaría peleando por decir la verdad, por ser honesto, porque no podía convenir con la injusticia".
Esto lo corrobora con historias que resultan importantes ahora que ella pasa sus días con más calma, con más tiempo para pensar y poco por hacer.
La última vez que doña Marina habló con su hijo mayor, Orlando, fue el domingo antes del atentado que le costó la vida. Esa vez ella le manifestó su preocupación por las cosas que denunciaba en su columna. "Mirá que vivimos una vida muy complicada e insegura", le dijo. Él como siempre le respondió: "mamá, es que la verdad hay que decirla así cueste la vida".
Diez años después, doña Marina emprende, de nuevo un diálogo con su hijo, esta vez él no está presente, pero sí aquella columna que le escribió el 13 de mayo de 2001, día de la Madre. Allí le decía: "Doña Marina, Soy su hijo mayor y aunque como todo hijo, soy culpable de algunas canas suyas, de algunos llantos y de pocas alegrías, de todos modos le reitero que la amo...".
Esa declaración de amor deja entrever que ella era su heroína, así no se lo hubiera dicho muchas veces, así no se lo reconociera. No obstante, esta mujer de cabello blanco, contagiosa carcajada y un excelente sentido del humor, muy en el fondo de su corazón guarda especial afecto por esas palabras. "Todo lo que escribió Orlando en aquella columna nunca me lo había dicho, él era poco expresivo, aún así yo lo entendía".
Con ese coraje tan característico en ella, reconoce que Orlando era de temperamento fuerte. "El que lo manejara tenía que tener la paciencia del santo Job. Esa inquietud tan grande no sé de dónde salió, lo que sí estoy segura es que su memoria y su gusto por la lectura sí lo heredó de mi madre".
"...Usted vieja, es una guapa, que aunque pobre, siempre pastoreó sueños para sus cinco hijos..."
Doña Marina recuerda que cuando llegaron a Santa Rosa de Cabal tuvieron bastantes problemas, pero esto no la amilanó y menos para que sus hijos estudiaran. Sin embargo, por momentos casi perdió la calma. "Una cosa es enviar a la escuela a un muchachito limpio y bien vestido, pero otra, verlo llegar como un mapa con dibujos y textos hasta en las mangas de la camisa y el pantalón".
Indica que al llamarle la atención él siempre le decía: "eso con agua y jabón sale, lo importante es que puedo recordar todo lo que escribí".
Doña Marina daba intensas luchas para que se lo recibieran en la escuela. "Él era inquieto y yo peliona, entonces ni el enfermo come ni hay qué darle", risas. "A Orlando había que comprenderlo, él se aburría y por eso molestaba y uno si se aburre en el cielo se viene" y vuelven las risas.
En quinto de primaria le tocó hacer antesala durante días hasta que lo recibieron, y fue el profesor Carlos Alberto Restrepo el primero que se interesó por entenderlo. Por eso cuando culminó quinto le dijo: "qué lástima que yo no siga en bachillerato, porque me haría cargo de él, porque Orlando no es de reprenderlo, es de entenderlo".
Aquellos rasgos que doña Marina reconoce como de temperamento fuerte y decidido en Orlando, tuvieron una prueba de fuego cuando él tenía 13 años. Cuenta que una vez se enojó con ella y estuvo casi dos años (para ella) fuera de la casa. "Aunque a veces se enojaba con razón, esta vez la situación no daba para más", agrega doña Marina.
"...¿Sabe? Quienes me conocen y saben de mis cosas como aquella de que viví seis meses entre copas y putas, piensan que por eso y tantas cosas más usted me desgració la vida. La verdad es que me enseñó a vivir. Cierto que de sólo recordarlos me duelen aún los morados que me dejó con la verbena y que de tanto huirle y aguantar hambre a veces pienso que mi primer amor platónico, antes que una mujer, fue un muslo de pollo; pero con todo y eso, usted, vieja mía, es mi ídolo...."
Así explica ella esa historia. Resulta que Orlando se fue para un cursillo a Bogotá con los hermanos Maristas y a los ocho días de haber llegado le dijo: "la necesitan en el Colegio de Jesús". Ella con temor pensó que su hijo había hecho alguna travesura. Sin embargo, el religioso le informó que Orlando había ganado un cupo para estudiar en Bogotá con la comunidad. Ella, siempre pensando en su situación económica, le planteó al religioso que no tenía recursos para todos los gastos. En ese tiempo 110 mil pesos.
"Entonces ¿no me puedo ir?", preguntó Orlando. "Posiblemente no", admitió ella. Así tomó la decisión de irse de la casa, pero nunca abandonó sus estudios.
"Estuvo trabajando en una cantina donde lo querían mucho. Una vez se volteó la cafetera y se quemó y aún así no quiso regresar a casa. Él no me hablaba ni yo tampoco, pero sí le pedí a una enfermera que le hiciera curaciones. Así continuó trabajando, hasta como embolador, es que Orlando se ofrecía hasta para curar una loca", risas.
Era tal su terquedad que volvió a la casa, a ruego de los tíos.
Si esa época fue tormentosa para doña Marina, los últimos años de bachillerato no fueron mejor. El cuarto lo hizo dos veces, la segunda en el Colegio Cooperativo Nocturno, dirigido por Hernando Garzón, quien lo recibió porque conocía la buena trayectoria de dos sobrinos de doña Marina y, como tenía buen concepto de ellos, pensó que Orlando era de esa tallita y por eso lo recibió de muy buen agrado.
Tal vez no los defraudó, pero hubo algo que sí sorprendió a compañeros y profesores cuando cursaba el último grado.
Como trabajaba en el día con su papá en una pesebrera, llegaba a las 5:00 de la tarde para arreglarse e ir a estudiar. Un día quiso comer primero antes de bañarse, para sorpresa de doña Marina salió con las botas pantaneras, el pantalón con el que había trabajado todo el día, una corbata y sin camisa. Para completar se hizo una bomba en el pelo, "parecía con una cresta".
Lo hizo para seguirle la idea a una compañera que lo tildaba de loco. Esa noche fue el hazmerreír de la clase y hasta el rector le ofreció una camisa, pero Orlando le respondió que estaba muy bien así.
Era de suponer que a su regreso a casa escuchara un buen sermón de doña Marina, pero él no se quedó atrás: "así fuera en esta facha, atendí a clase y aprendí".
Con esa franca sonrisa que la adorna la vieja de mirada sublime apunta: "le debo muchas canas a Orlando, pero hoy se lo agradezco porque los canosos somos los que sabemos y ya hasta no nos dejan hacer fila". Una estruendosa carcajada retumba en la habitación.
Sobre la relación con sus hermanos doña Marina cuenta que era buena. "Aunque era amable, no era persona de sentarse a conversar con ellos".
Se pone a hacer memoria sobre un hecho con sus hijas y añade: "Ellas estaban viendo una novela y comenzaron a llorar. Orlando, que estaba leyendo en el comedor, les preguntó qué les pasaba. La respuesta lo dejó atónito: -se murió el protagonista-. 'Mujeres sin oficio, mamá en la cocina trabajando y estas a las 11:30 de la mañana viendo televisión'. Mejor dicho les dijo hasta de qué se iban a morir".
"Yo la admiro, madre. La vi criar pollos para darme estudio; la vi aprender a motilar niños, para darnos de comer; la vi vender carbón y petróleo por apostarle a nuestro futuro; la vi doblada en una máquina Singer cosiendo los anhelos de otros con tal de poder comprar luego un tubino de hilo y darle puntadas de amor a un pantalón viejo de papá a fin de hacer uno nuevo para mí..."
Le dolía mucho cualquier cosa que a ella le pasara. "Eso le dolía en el alma. Le provocaba desaparecer del mundo. Él veía que los sacrificios que yo hacía eran grandes para poder salvar la casita, para poderles dar el estudio".
Además, porque a pesar de todo encontró en ella una cómplice, que daba la cara por él. Es por eso que doña Marina admite que en los colegios de Santa Rosa quedó con una fama mundial.
Eso de que su hijo mayor estudiara filosofía era bien contradictorio para ella. Y aunque estaba bien asesorada por uno de sus sobrinos, sí admitió: "Orlando bien loco y meterse a estudiar eso, mejor dicho se va a dobletear". Mi sobrino me dijo: "déjalo que a él le ha gustado eso y ante todo es bueno estudiar lo que a uno le gusta".
Así empezó a batallar y a sufrir, según ella. "A medias y sin zapatos le ayudé a costear la carrera". Argumenta que al comenzar el último semestre sí le empezó a palpitar el corazón. "El muchacho resultó con una demanda y no lo iban a matricular. Es que él estaba poniendo problema por el abandono del museo. Por fortuna una amiga le llevó el caso y logró terminar la carrera".
Después de regresar de Estados Unidos donde vivió por espacio de siete años, doña Marina confiesa que encontró un Orlando con los pies en la tierra, más maduro, más comunicativo, más amable. "A lo último nos entendimos muy bien, su temperamento no se le quitó, pero sí veía las cosas como de otro color". Un silencio envuelve la habitación, pero no por mucho tiempo porque la heroína de Orlando Sierra no se queda callada, igual que él. "De verdad que lo recuerdo casi a diario, lo que más me duele es que Orlando era una una persona con muchas ilusiones, decidido, honesto, que nunca le falló a la verdad, y cortarle la vida así...".
Al final y con una gran sonrisa se pone de pie y concluye: "mi hijo dejó huella, como que bastantica".
El Juzgado especializado de Pereirafijó el próximo 4 de febrero como fecha para la continuación del juicio en contra de Ferney Tapasco, Henry Calle, libre por vencimiento de términos, y otros dos lugartenientes del
exdiputado de Caldas, por su presunta participación como determinadores en el homicidio de Orlando Sierra. La vinculación de estas personas no implica su culpabilidad, será el juez quien diga si son culpables o no.
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