EFE | LA PATRIA
Moscú - Kiev
El jefe del Kremlin había comenzado el año paladeando las mieles de las exitosas gestiones ejercidas por Moscú a finales del 2013 para neutralizar las intenciones del presidente de EE.UU., Barack Obama, de intervenir en Siria.
Su "rating" internacional estaba alto. Los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, en febrero, fueron impecables a pesar de las predicciones de muchos agoreros y de la campaña mediática desarrollada por muchos medios occidentales sobre la homofobia que supuestamente enturbiaría ese evento.
Todo iba bien, excepto que en Kiev, la capital de Ucrania, las protestas del Maidán aumentaban en intensidad y magnitud, hasta que el 22 de febrero el prorruso presidente del país, Víktor Yanukóvich, era derrocado en lo que Rusia califica aún ahora como "un golpe de Estado inconstitucional".
A partir de ahí comenzó el ascenso de la popularidad del presidente ruso a los ojos de sus conciudadanos en la misma proporción en que se iban deteriorando las relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea, principales apoyos de las nuevas autoridades de Kiev.
La anexión de Crimea, en marzo, tras un referéndum en el que la mayoritaria población de esa península, en medio del despliegue militar ruso, respaldó la "reunificación" con Rusia, disparó el apoyo popular a Putin hasta niveles sin precedentes, al igual que la confrontación con Occidente.
El G8, el Grupo de las mayores economías del planeta, que debía celebrar su cumbre anual en el balneario de Sochi, expulsó a Rusia poco después alegando que la ley internacional prohíbe la integración del territorio de otro país mediante la coerción o la fuerza.
Y llegaron las sanciones y las contrasanciones, y el desplome de los precios del petróleo, factores que comenzaron a hacer mella en la economía rusa.
A medida que aumentaba el tono de las acusaciones de las cancillerías occidentales contra Moscú por el supuesto apoyo prestado a la rebelión separatista prorrusa del este de Ucrania, también se elevaba la exigencia de Rusia de ser tratada como una gran potencia, con sus propios y respetables intereses.
"El oso (ruso) no va a pedir permiso a nadie", exclamó Putin en un discurso en foro de debate de Valdai en el que exigió un nuevo orden mundial sin el dictado de EE.UU. y esgrimió toda una lista de agravios como las intervenciones de los aliados en zonas de influencia rusa y, sobre todo, la ampliación de la OTAN hacia el este de Europa.
"Debemos seguir desarrollando tranquilamente nuestra propia agenda... Sólo porque Rusia dice que quiere proteger a sus ciudadanos y sus intereses la intentan convertir en criminal", dijo recientemente Putin en una entrevista con la agencia Tass, coincidiendo con los desplantes sufridos por el presidente ruso en la cumbre del G20 en Brisbane.
Rusia acaba el año a las puertas de la recesión económica, lastrada por los efectos perjudiciales de las sanciones internacionales y la caída de los precios del petróleo, su principal fuente de divisas, que ha llevado al rublo a perder casi el 50% de su valor desde enero.
"Este año hemos pasado juntos por pruebas que sólo son capaces de soportar las naciones maduras y consolidadas, los Estados verdaderamente fuertes y soberanos", subrayó Putin el 4 de diciembre en su discurso sobre el estado de la nación, en el que dedicó una gran atención a la "sagrada" reunificación de Crimea.
Sin embargo, algunos expertos y politólogos ya han advertido que la enorme popularidad interna de Putin comienza a decaer, con el alza de los precios de los productos, la bajada de los salarios y la ausencia de un acontecimiento capaz de generar otro estallido emocional como el regreso de la península a la madre patria.
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Putin puede tener un año complicado. La economía le pasa cuenta de cobro y la comunidad internacional parece haber agotado su paciencia.
En el ojo del huracán
Desde su independencia de la URSS, Ucrania se debatía, sin tomar una decisión definitiva, en un largo coqueteo con Bruselas y Moscú. Esta dualidad, dictada por la voluntad política de sus gobernantes y por la fractura étnico-lingüística entre el este nacionalista ucraniano y el oeste rusohablante, fue el caldo de cultivo de su crisis.
La súbita decisión de Víktor Yanukóvich en noviembre del 2013 de renunciar, en el último momento y bajo la presión de Rusia a la firma del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, desató en Kiev protestas que en febrero concluyeron con su derrocamiento y exilio en Rusia y la muerte de un centenar de manifestantes y policías.
El 27 de febrero, cinco días después de la caída de Yanukóvich, hombres armados toman las sedes del Gobierno y el Parlamento de la República Autónoma de Crimea, poblada mayoritariamente por rusos, e izan la bandera de Rusia.
Tres semanas después, Crimea, donde Rusia tenía desplegado un contingente militar de más de 25.000 hombres, celebra un referéndum de independencia y reunificación con Moscú, declarado ilegal por las nueva autoridades de Kiev, en el que el "Sí" obtiene el 96,7 %.
Alentados por el éxito en Crimea, los prorrusos de las regiones orientales de Donetsk y Lugansk, fronterizas con Rusia, se alzan contra las nuevas autoridades de Kiev, que esta vez lanzan una "operación antiterrorista".
Un misil tierra-aire derribó un Boeing 777 Malaysia Airlines, con 298 personas a bordo, el 17 de julio. Cuando creían que el avión era un aparato de transporte de las Fuerzas Aéreas ucranianas, jefes militares prorrusos se atribuyeron la acción en las redes sociales, pero nada más aclararse que se trataba de una aeronave de pasajeros, se retractaron.
Ucrania eligió a su nuevo presidente, Petró Poroshenko, y al nuevo Legislativo, de marcada vocación europeísta, y firmó el acuerdo de asociación con la Unión Europea, aplazado por Yanukóvich.
El 5 de septiembre, con la mediación de la OSCE y Rusia, las autoridades ucranianas y los separatistas anuncian en Minsk un acuerdo de alto el fuego, y dos semanas más tarde firman un plan de arreglo al conflicto. Sin embargo, las hostilidades continúan y cobran nuevas víctimas.
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