EFE | LA PATRIA | PALMIRA
El escenario del teatro romano y el tetrapilón de la ciudad monumental de Palmira han pagado el precio de la segunda invasión de los terroristas del grupo Estado Islámico (EI), que dejaron su marca de odio en las milenarias ruinas grecorromanas en Siria antes de abandonarlas el pasado jueves.
Seis días después de su liberación, los caminos que llevan hasta los principales monumentos ya están limpios de minas y explosivos y algunos militares rusos se acercan a hacerse fotos de recuerdo.
Posan en la escena del teatro romano, cuya parte central fue volada por los radicales y cuyas piedras continúan desperdigadas.
En este semidestruido escenario, las autoridades rusas organizaron un concierto en mayo del 2016 para celebrar a los cuatro vientos la primera liberación de la ciudad, que durante el siglo III fue gobernada por la mítica reina Zenobia, quien pagó cara su osadía de revelarse contra Roma.
Pero solo siete meses después del sonado evento, en diciembre de ese mismo año, y mientras el Ejército sirio y sus aliados rusos se concentraban en una ofensiva contra la oposición armada en la ciudad septentrional de Alepo, los yihadistas sorprendieron al volver a ocupar estas ruinas, consideradas por la Unesco patrimonio de la Humanidad.
Hay que moverse con cuidado, sin salirse del camino que indican los militares que guardan ahora los accesos de la que fuera parada ineludible de las caravanas de la ruta de la seda.
Junto al pequeño templo de las artes, las columnas del tetrapilón, una antigua doble puerta monumental de la que se conservaban los cuatro podios con sus cuatro columnas cada uno, también fueron voladas por los aires.
Ha sido la venganza de los yihadistas, que no obstante perpetraron los mayores destrozos en su primera ocupación de la zona, cuando dañaron el emblemático arco del triunfo, uno de los símbolos de Siria y que daba acceso a los comerciantes a la imponente avenida principal de la urbe, de 1,3 kilómetros y 750 columnas alineadas a ambos lados.
Las pesadas piedras de los arcos, se amontonan ahora desperdigadas, bloqueando el acceso a la vía principal.
El templo de Bel y el de Bal Shamin, así como las tumbas en forma de torre, que se levantan a las afueras de las ruinas, también sufrieron el odio de los yihadistas durante la primera ocupación.
A pesar de los nuevos destrozos, visibles también en la ciudadela medieval, desde donde se divisa una panorámica de la ciudad y cuyo acceso se encuentra bloqueado por un trozo de muro desprendido, las autoridades arqueológicas respiran aliviadas porque se temían algo mucho peor.
Sin embargo, no creen que sea tiempo de lanzar las campanas al vuelo, por temor a que los extremistas puedan regresar.
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