CARLOS HERNÁNDEZ
LA PATRIA | MANIZALES
El papa es humano, demasiado humano. Es para los católicos el representante de Dios en la tierra, pero al fin y al cabo un mortal que se cansa e, incluso, renuncia cuando la fatiga lo doblega, como acaba de ocurrir con Joseph Ratzinger, quien oficiará como Benedicto XVI hasta el próximo 28 de febrero. Tan humano, que además de los asuntos espirituales debe lidiar con algunos tan terrenales como los escándalos del Vaticano, que van desde las inconsistencias en las cuentas bancarias de ese microestado hasta el horror de la pederastia.
El saliente pontífice dio pistas al afirmar la semana pasada que es necesaria una renovación. Por eso, quien sea el designado en el cónclave que comenzará la segunda semana de marzo deberá asumir dos agendas: una relacionada con lo propio de la fe católica, y sobre todo su fortalecimiento alrededor del mundo, y otra tendiente a depurar ante la comunidad internacional el nombre de la Iglesia como institución, para lo que se requieren acciones contundentes.
Esto se desprende del análisis de dos estudiosos que consultó LA PATRIA. El primero es Hernán Olano, profesor de la Universidad de la Sabana, doctor en derecho canónico y experto en derecho constitucional. La segunda es la uruguaya Laura Gil, internacionalista que reside en Colombia y colabora con medios de comunicación como El Tiempo, Canal Capital y Blu Radio.
Por el Año de la fe
Desde el 11 de octubre del 2012 comenzó el Año de la fe, que Benedicto XVI convocó, entre otros, con los siguientes argumentos, plasmados en una carta dada a conocer el 11 de octubre del 2011: "Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas". Y agregó: "Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia".
El profesor Olano considera que el gran reto para quien ocupe la silla de Pedro es continuar con esa empresa, "seguir explicando que la fe es aquello en lo que creemos aunque no veamos", puntualiza.
El nuevo papa, dice el experto, deberá estar por lo tanto en un estado de misión permanente, "volver a un catecismo de primera comunión para todas las personas, reforzando cada día el conocimiento de los misterios del rosario, de los mandamientos, sacramentos y virtudes".
Al preguntarle si esto obedece al análisis de quienes indican que el catolicismo ha ido perdiendo fieles paulatinamente, responde que, más que una pérdida, lo que se evidencia es estabilidad en el número. Argumenta que para provocar un crecimiento es necesario que las personas relacionadas directamente con la Iglesia se alejen de caminos partidistas y políticos "que han hecho daño en algún momento porque hace que los fieles solo vean la humanidad y no la trascendencia de aquellas". Por eso cree que el nuevo Sumo Pontífice debe dedicarse a inculcar este aspecto.
Buscar transparencia
Laura Gil prefiere no sentar al papa en la silla de Pedro, sino en el solio del gobernante y líder político que es. Plantea entonces que en la agenda del nuevo jefe de Estado del Vaticano debe estar la búsqueda de más transparencia en las finanzas y la aplicación de prácticas de buen gobierno, que se evidenciaron, de acuerdo con ella, con el escándalo de Vatileaks.
El término se refiere a la filtración de documentos secretos del Vaticano desde febrero del 2012, que incluían desde correspondencia con intrigas hasta un supuesto complot para matar a Benedicto XVI, y sacaban a flote las diferencias entre subalternos del papa del más alto nivel. Es algo que la Iglesia ha debido aceptar, al punto que el propio Ratzinger, en su última misa multitudinaria el miércoles pasado, admitió que el rostro de la institución católica aparece frecuentemente desfigurado por "las divisiones en el cuerpo eclesial".
La internacionalista añade que a la pederastia, muchos de cuyos líos salieron a flote durante el actual papado, también se le debería aplicar buen gobierno, y procurar una mejor relación con el Islam, religión con la que se distanció desde un comienzo debido a que apeló a una cita que cuestionaba al profeta Mahoma.
La Iglesia, argumenta Gil, "es una institución que se aferra a ciertas tradiciones para rechazar el cambio, pero también tiene que responder a las demandas del tiempo", y ese, concluye, es un objetivo que se debería trazar el sucesor de Benedicto XVI.
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