JAVIER PASCUAL GONZÁLEZ
EFE | LA PATRIA | MANAGUA
El sandinismo promulgado y liderado por el exguerrillero Daniel Ortega se tambalea por primera vez desde que perdiera las elecciones en 1990 y recuperara el poder en 2006.
La multitudinaria e histórica manifestación del pasado lunes con la participación de cerca de 10 mil personas que salieron a las calles para pedir la paz y condenar la represión y la violación de los derechos humanos, se convirtió en un grito prácticamente unánime para pedir la salida del poder del presidente Ortega y su mujer y vicepresidenta, Rosario Murillo.
La corrupción, los supuestos fraudes electorales, las alzas de los combustibles, la impunidad de la Policía, las muertes sin explicación de campesinos opositores, unida a una reforma de la Seguridad Social, incomodaron al pueblo.
La violencia utilizada por los antidisturbios y las fuerzas de choque del gobierno, denominadas como "turbas", la muerte de al menos 30 personas y 428 heridos que reportan las organizaciones humanitarias, colmaron el vaso de la paciencia de los nicaragüenses.
El discurso oficial de "paz y reconciliación" había saltado por los aires.
"Para conocer el presente hay que comprender el pasado", decía el historiador Pierre Vilar.
El sandinismo, un movimiento de izquierda socialista, tiene su bautismo en la lucha antiimperialista de Augusto César Sandino, su confirmación en 1961 con el nacimiento del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), y su culminación en la lucha y derrocamiento de la dictadura de Somoza.
Entre sus principios, según reconoció el propio Ejecutivo en un documento ante la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en 2012, destaca "la realización de los seres humanos", "la superación de la pobreza", "la inclusión" y "el igualitarismo".
Su representación de amplios sectores de la sociedad le hizo gobernar a Ortega de 1985 a 1990, pero fue entonces cuando de forma sorpresiva, Violeta Chamorro ganó las elecciones y derrocó al FSLN, lo que provocó su primera gran derrota.
"La revolución no trajo la justicia anhelada para los oprimidos, ni pudo crear riquezas y desarrollo, pero dejó como un mejor fruto la democracia...", señaló en 1999, el actual Premio Cervantes y exvicepresidente de Nicaragua, Sergio Ramírez, en la presentación del libro Adiós Muchachos.
Ya en aquel momento, el propio Ramírez alertó que "tras el triunfo de la revolución fallaron las bases ideológicas, ahora el caso es más dramático porque fallan las ideas".
Sin embargo, tras una travesía por el desierto de 16 años, Ortega logró el poder nuevamente en 2006.
En estos años, pese a continuar con un discurso revolucionario, aprendió de los errores que le hicieron perder las elecciones de 1990 y puso en marcha el denominado como "modelo de alianzas, diálogo y consenso", una especie de matrimonio de conveniencia con la Iglesia y con la empresa privada, los sectores que le habían castigado en su derrota de 1990.
El resultado, una Nicaragua "cristiana, socialista y solidaria", según rezan los eslóganes del Gobierno, y una política capitalista con los empresarios, lo que nada tiene que ver con los principios e ideales de la corriente sandinista.
Tras las elecciones presidenciales del 2016, los resultados fueron calificados como "farsa electoral y fraude constitucional" por parte del Frente Amplio Democrático (FAD), principal coalición opositora de Nicaragua.
Su exaspirante a la Presidencia, Luis Callejas, advirtió que "el pueblo está cansado de farsa, el pueblo quiere elecciones libres, transparentes, competitivas y observadas", tras una participación del 65% de la población según los oficialistas y de poco más del 30% de acuerdo a los opositores.
Según revalidó su poder por tercer mandato consecutivo, Ortega designó a su mujer Rosario Murillo como vicepresidenta, lo que se unía a la entrega a sus hijos de la dirección de los principales medios de comunicación oficialistas realizada años antes.
División
La acumulación de actos autoritarios, el desgaste gubernamental y este nepotismo produjeron importantes escisiones dentro de las filas del sandinismo, lo que provocó que en amplios sectores de la sociedad se empezara a diferenciar entre sandinistas y orteguistas.
"Cuando un Gobierno controla el poder Legislativo, Judicial y Electoral, como es el caso de Nicaragua, y cuando no hay oposición política porque el Gobierno la destruyó, es muy evidente que ese régimen político dejó de ser una democracia liberal para convertirse en un gobierno autoritario", señaló el Premio Nobel de la Paz 1987, Óscar Arias.
"Desde el regreso del sandinismo, en enero del 2007 hasta hoy, la democracia nicaragüense se ha ido desdibujando para convertirse en un régimen cada día más autoritario", agregó el también expresidente de Costa Rica.
Mientras tanto, aliados como Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, alentaron la teoría de la conspiración.
"Están enfrentando una emboscada violenta de grupos que lamentablemente le han hecho ya mucho daño, como le hicieron daño a los venezolanos, le están haciendo daño a Nicaragua", indicó.
Este caldo de cultivo estaba latente, pero el vaso rebosó tras unas protestas que comenzaron contra las reformas de la Seguridad Social y han acabado en una clara moción de censura de la población contra Ortega.
El presidente y su vicepresidenta viven sus momentos más bajos.
La violencia mostrada contra las manifestaciones pacíficas, la represión sufrida principalmente por los jóvenes, la presión internacional, la pérdida de aliados con los que parecía contar y no respondieron, y sobre todo el divorcio con la Iglesia y los empresarios, parecen abocar al Gobierno al principio del fin.
Las próximas semanas, como si fuera un tablero de ajedrez, marcarán el triunfo de esta revolución popular o la defensa numantina del "orteguismo" para aguantar en el poder.
De momento, la situación de la partida es clara: el pueblo ha puesto en jaque al Rey, ha dado su jaque a Ortega.
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