MARTÍ QUINTANA
EFE | LA PATRIA | MÉXICO
Largas cadenas humanas mueven insumos básicos como agua o cobijas desde un centro de acopio improvisado en Ciudad de México hacia vehículos de distribución, un ejercicio de autogestión que muestra la enorme solidaridad en la ciudadanía que ha despertado el terremoto.
“Estoy orgullosa y se me hace un nudo en la garganta porque la respuesta que hay de parte de la población es muy buena”, cuenta Jocelyn, una veterinaria que, por primera vez, hace de voluntaria.
El terremoto de magnitud 7,1 en la escala de Richter del pasado 19 de septiembre ha dejado al menos 230 muertos en México. 100 de ellos, una triste cifra redonda, se registran ya en la capital, donde hay además cerca de 40 edificios colapsados y otros con daños muy graves.
Llegan ciudadanos con cajas de comida, agua embotellada, medicinas, sueros, cobijas, papel higiénico, y sin respiro los voluntarios los clasifican en espacios determinados para hacer el recuento.
Arriban vehículos, especialmente pequeños camiones de particulares, y se forma una cadena humana que transporta los insumos de punto a punto.
Sin descansar y con el semblante cansado, voluntarios de todas las edades llevan horas trabajando, de sol a sol.
“Se necesitan muchas manos todavía”, pide Jocelyn desde esta explanada del Gobierno de la delegación (demarcación política) Benito Juárez, donde también hay un centro deportivo convertido en albergue para la gente desalojada de sus casas.
En su módulo juntan comida para bebé, pañales y papel sanitario. Y, según explica, si bien reciben apoyo de la delegación, muchas decisiones se toman al momento, en un ejemplo de organización poco habitual en la ciudad.
En el módulo de Fernanda González se acopian alimentos básicos como frijoles, atún y pasta. Los marcan con un rotulador para, explica, evitar “que nadie se los lleve, y para que lleguen al lugar al que tienen que llegar”.
La estudiante de Sociología lleva 10 horas sin parar. “Apenas pudimos tomar agua”, afirma. Sentada en el suelo, las ganas de ayudar vencen el cansancio, y de igual manera sucede a las centenares de manos reunidas en este punto de la capital.
Es uno de entre tantos centros de recolección de productos básicos instalados tras el poderoso terremoto, que tuvo la triste coincidencia de acontecer el mismo día, pero 32 años después, del gran sismo de 1985 que dejó miles de muertos.
Símbolo
La sociedad está conmocionada y los dramas se acumulan, como el del Colegio Enrique Rébsamen, en el sur de la capital, que se derrumbó dejando al menos 37 muertos y varios niños todavía sepultados. Hasta cuatro han dado incluso señales de vida.
El símbolo más patente de esta labor lo constituye el apoyo a los rescatistas que se afanan por sacar de entre los escombros a una niña de 7 años que quedó sepultada por el colapso que sufrió la institución educativa ubicada. Su trabajo ha sido respaldado desde el primer momento por voluntarios que les llevan víveres y agua hasta lo que queda del plantel.
En este contexto, el trabajo de los voluntarios, de toda edad y género, es como una sinfonía, a veces sin compás, pero llena de sentimiento.
Ómar López tiene 18 años y, junto a tres personas más, su consigna es la de recopilar todos los sueros y productos de hidratación.
“Van a llegar como mil sueros y nos ponemos nosotros mismos de acuerdo para poder ir clasificando”, relata el joven.
Para Ómar, los motivos son muy claros: “Se trata de apoyar, como a mí me gustaría que me apoyaran cuando hay un problema así de grande”.
Desde este fatídico 19 de septiembre, que recuerda con amargura el devastador terremoto de 1985, la ciudadanía está en pie de lucha para salvar a los compatriotas.
Y los trabajos, la ayuda, no se reduce solo a los inmuebles derruidos. La solidaridad aflora más allá de las toneladas de escombros.
Herramientas tecnológicas con conexión a internet han servido para aliviar los efectos del terremoto. La liberación de redes Wifi, viajes gratuitos de las compañías de taxis, alojamiento sin costo de la empresa Airbnb o el mapa interactivo de Google para detectar edificios afectados son algunas de las facilidades aportadas a la catástrofe natural.
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