ENRIQUE RUBIO
EFE | LA PATRIA | PARÍS
A sus 39 años, Emmanuel Macron echó abajo las puertas del Palacio del Elíseo para convertirse en el octavo presidente de la V República francesa, algo impensable hace solo un año y todavía difícil de creer si se atiende a su recorrido vital y a sus ideas políticas.
Europeísta en tiempos de eurofobia rampante, liberal en la poco liberal Francia, cerebro económico del vapuleado presidente, François Hollande, banquero de inversión en un país receloso con las finanzas, joven en una clase política añosa... Macron, pese a todo, consiguió tocar una tecla en los franceses.
Su fulgurante transformación de semidesconocido ministro de Economía a presidente francés se explica por su éxito en presentarse como un reformista al margen del sistema, pero también por las circunstancias que lo han rodeado.
En unas elecciones que parecían confeccionadas para el triunfo de la derecha, la caída en desgracia del conservador François Fillon y la guerra civil en el Partido Socialista le abrieron una oportunidad de oro para aglutinar votos a ambos lados del espectro político.
Y, sobre todo, dentro de la lógica de un modelo electoral que propicia la bipolaridad, Macron consiguió posicionarse como el antídoto perfecto contra el populismo nacionalista de su rival, la ultraderechista Marine Le Pen.
Si algo buscó Macron desde su entrada en el Gobierno socialista de Hollande en agosto del 2014, fue hacerse con una voz propia.
Su continua búsqueda de un perfil diferenciado, a la derecha de los socialistas, pero con tintes sociales y cosmopolitas que lo alejan de los conservadores, convirtió a Macron en un ente extraño.
Ni es el orador más dotado ni cuenta con el carisma de otros políticos, pero siempre da la sensación de saber bien de qué habla. Ha conseguido que esa imagen algo atildada -para sus críticos, más bien de "niño repelente"- no empañe el fondo de sus propuestas.
Aunque toma sin rubor elementos prestados de la derecha y la izquierda, no cede a la tentación de prometer cosas irrealizables, lo que, a su juicio, fue el gran error que lastró el mandato de Hollande.
Perfil
Hijo de dos médicos de Amiens (norte del país), Macron se formó en el gran vivero galo de cargos públicos, la ENA (Escuela Nacional de Administración), donde coincidió con una promoción que hoy copa importantes puestos en el Estado.
Tras completar sus estudios comenzó a trabajar como inspector de finanzas, antes de desembarcar en la empresa privada de la mano de la banca de negocios Rothschild en 2008, de la que llegó a ser socio.
Allí se le apodó "Mozart de las finanzas" por su precoz habilidad para trabar acuerdos, apoyado en una buena red de contactos con el mundo político, como el que cerró Nestlé para comprar la división de leches infantiles de Pfizer por 9.000 millones de euros.
También fue en Rothschild donde pudo conocer bien España y a sus élites, gracias al trabajo que realizó en la reestructuración financiera del grupo mediático PRISA.
Aunque sus rivales lo etiquetan de "amigo de las finanzas", él insiste en que su carrera es precisamente lo que le distingue de los políticos profesionales que han vivido toda su vida del dinero público.
Como banquero, ya compaginaba su labor con la colaboración con el entonces candidato a la Presidencia Hollande.
Convencido de que "la política es una droga dura", entró en el Palacio del Elíseo en 2012 junto a Hollande como secretario general adjunto, donde fue el arquitecto de las primeras reformas económicas impulsadas por el presidente socialista.
Su pecado original, no haber sido nunca elegido para un cargo en unos comicios, le privó de ser ministro del Presupuesto en el primer Gobierno de Manuel Valls, con quien entonces tenía una relación muy estrecha.
Cinco meses después, en agosto del 2014, le llegó el turno de asumir la cartera de Economía de manos de Arnaud Montebourg, cabecilla del ala izquierda de los socialistas.
Su intención de cabalgar en solitario quedó clara hace un año con el nacimiento del movimiento político En Marcha, plataforma inspirada en la campaña de Barack Obama en EE.UU. desde la que lanzó su candidatura presidencial, tras dimitir del Gobierno en agosto.
Avezado músico (ganó premios como pianista en el conservatorio de Amiens) y lector de filosofía, su ubicuidad en los medios franceses se amplió a la revistas de farándula por la peculiar historia de amor que le une a su esposa, Brigitte Trogneux, antigua profesora suya en el instituto y 24 años mayor que él.
Con ella celebró ayer su victoria ante sus seguidores y subrayó que lo conseguido desde que lanzó su movimiento político no tiene precedente ni equivalente y pidió a los que votaron por él que lo vuelvan a respaldar en las legislativas de junio para construir una mayoría de gobierno.
"Todo el mundo decía que era imposible. ¡Porque no conocían Francia!", subrayó en la Explanada del Louvre, en un discurso cargado de emotividad ante decenas de miles de personas.
El joven político prometió a los franceses que les dirá la verdad, que les protegerá y que su objetivo es unir y reconciliar.
Con el 90 % escrutado, Macron lidera el recuento con el 64,84 % de los votos. Se estima que el presidente electo rondará el 65% de los votos, 30 puntos más que su rival, Marine Le Pen, que lograba anoche el 35,18%.
Es la segunda victoria más holgada en una segunda vuelta de las presidenciales francesas desde tiempos de Charles de Gaulle. La primera la obtuvo el conservador Jacques Chirac en 2002 precisamente contra el papá de Le Pen, cuando se impuso con el 82% de los sufragios.
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