NOEL CABALLERO
EFE | LA PATRIA | BANGKOK
Engañados, por desesperación, en busca de una nueva oportunidad o embarcados a la fuerza por traficantes de personas, miles de rohinyás emprenden una peligrosa travesía desde Birmania (Myanmar) a Malasia cuyos horrores relatan los supervivientes.
Una docena de hombres allanó la casa de Yasmine, una adolescente de 13 años perteneciente a la etnia rohinyá que habitaba con sus padres en la población birmana de Maungdaw, en el estado de Rakáin (oeste).
"¡Tu hermano está en Malasia, tu debes estar con él!", le decían a la muchacha mientras era arrastrada por el grupo ante la impotencia de sus progenitores.
"Un día estaba de camino a casa de mi suegro junto a mi marido cuando un grupo de traficantes nos forzó a montar en un gran barco. Estuvimos dos meses en él (...) Un día mi marido bajó a mi camarote con la cabeza, hombros y brazos sangrando. Los traficantes le habían propinado una paliza sin saber por qué", comenta Sameera, de 16 años, que fue liberada por Tailandia.
Yasmine, Sameera y otras mujeres de Birmania (Myanmar) y Bangladés forman parte de un grupo de supervivientes que fueron rescatadas de las mafias de trata humana y entrevistadas por HRW para documentar los abusos sufridos.
Escasas raciones de comida, que en muchos casos consistían de un puñado de arroz y una pizca de sal junto a un único vaso de agua al día, e insalubres condiciones sanitarias en naves que zarpaban con destino a Malasia son una constante en las narraciones de las víctimas.
Por voluntad
No todas las personas fueron obligadas a embarcarse, algunos acudían con la esperanza de un nuevo comienzo.
"Mi hermano contactó con un contratista que me llevaría a Malasia. Él me dijo que el trabajo es seguro allí. Había oído historias sobre muchas personas muriendo en el camino, pero no podía estar más tiempo en mi país", comenta la joven Hafsa, de 14 años.
Tras dos meses en la bodega del barco, fue trasladada a una pequeña isla de Tailandia donde durante dos días padeció hambre y sed hasta que fue encontrada por las autoridades tailandesas.
La adolescente destaca en su relato la pobreza y la carencia de recursos educativos que afrontan los rohinyás en su tierra a la par que sufren abusos por parte de las autoridades birmanas, quienes, por ejemplo, cobran unos 600 dólares (550 euros) por expender un permiso matrimonial exigido por el Gobierno.
Khalida, de 25 años, residía en un campamento para desplazados internos erigido cerca la ciudad birmana de Sittwe tras los enfrentamientos sectarios de 2012 y confió en unas promesas de trabajo que terminaron por convertirla en otra víctima del tráfico humano.
"Los traficantes llegaron a nuestro pueblo y nos ofrecieron llevarnos a Malasia gratis para reunirnos con nuestros maridos, que tras la violencia sectaria de 2012 habían partido hacia allí, pero cuando subimos a bordo nos reclamaron una cantidad de dinero que no teníamos. Entonces nos encerraron en la bodega", señala Raziyaa, de 18 años y procedente de la ciudad birmana de Buthidaung.
A principios de mes, Tailandia halló campamentos y decenas de tumbas en parte de la frontera con Malasia.
Malasia encontró semanas después en la misma zona 28 campamentos clandestinos y 139 tumbas. Ayer las autoridades malasias dijeron que las 139 tumbas contienen cada una los restos de una sola persona y no de varias, tal como se temía inicialmente.
Representantes de 17 países y organizaciones internacionales se reunirán hoy en Bangkok para buscar una solución a la crisis de inmigrantes y de tráfico humano que se ha destapado en la región.
Según estimaciones de Naciones Unidas, unas 25.000 personas zarparon en barcos desde Bangladés y Birmania durante el primer trimestre del 2015.
La crisis de inmigrantes en el Sudeste Asiático estalló cuando Tailandia descubrió, a primeros de mayo, campamentos clandestinos de traficantes con decenas de tumbas en la jungla del sur del país, próxima a la frontera con Malasia. Barcos con miles de inmigrantes bengalíes y rohinyás fueron descubiertos en las semanas siguientes en aguas de la región.
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