Luis Felipe Molina
LA PATRIA | Manizales
El 13 de febrero de este año los noticieros de radio y televisión de Estados Unidos interrumpieron la programación regular para informar de la muerte del magistrado Antonin Scalia, quien por años fue una determinante voz conservadora dentro de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, última y máxima estancia de todos los enfrentamientos políticos y legales de ese país.
El mayor tribunal de los estadounidenses se compone de nueve jueces, entre quienes está el presidente de la misma. La ley de ese país establece que los magistrados son nominados por el presidente y confirmados por el Senado. Deben, entonces, ocupar sus cargos de manera vitalicia, aunque pueden renunciar o ser despojados de su investidura por el legislativo si se hace necesario.
La muerte de Scalia abrió una vacante en la Corte Suprema que hasta la fecha no ha podido ser suplida. Apenas un mes después, el presidente Obama nominó al juez Merrick Garland, de tendencia liberal, como candidato para ocupar la silla vacante. La primera parte del ordenamiento jurídico está cumplida, sin embargo, el Senado, de mayoría republicana (conservadora), se ha negado a escuchar en el Comité Judicial a Garland para confirmar su nominación y terminar con el 4-4 actual en la Corte.
Más claro no canta un gallo: el Senado quiere esperar hasta las elecciones para saber cómo actuar. Una victoria de Donald Trump los conminaría a dilatar el proceso hasta el 20 de enero del 2017, fecha de posesión del próximo presidente. Si la victoria es de Clinton, la puja entraría en saber si la candidata se queda con la nominación hecha por Obama o si prefiere otro juez.
Este, como mucho otros, es un juego político que hace que la elección de presidente de los Estados Unidos sea un evento más allá de lo electoral.
A pesar de que este martes los estadounidenses eligen a su nuevo presidente, también habrá elecciones legislativas en los distritos electorales a lo largo del país. Hay que recordar que en Estados Unidos el calendario ofrece cada dos años una nueva ronda de votaciones conocidas como las de medio término, en la que se perfilan las mayorías tanto en la Cámara de Representantes como el Senado. Este último, por ejemplo, se renueva por tercios cada dos años, otorgando seis años en el cargo a los legisladores.
Actualmente, esta corporación tiene 54 curules republicanas, 44 demócratas y 2 independientes. La Cámara de Representantes, por su parte, es el fortín de los republicanos con 246 legisladores contra 188 demócratas.
Por eso se considera que en los Estados Unidos hay balance de poder, pues el Congreso hace, sobre el papel, oposición a las ideas del presidente.
Aunque la cantidad de asientos disponibles para el cambio no son tantos en la Cámara o en el Senado, la puja electoral por reducir o ampliar los márgenes mantiene al rojo vivo esta campaña que ha pasado silente detrás del bullicio de los candidatos presidenciales.
Habría incluso dos escenarios que, aunque improbables, podrían cambiar de forma determinante la forma de vivir la política por dos años en el país de las barras y las estrellas.
Los demócratas podrían obtener un control relativo de alguna de las cámaras, posiblemente el Senado y dejar cojo el poder republicano en el Congreso. Si Hillary Clinton es elegida presidenta, tendría más fácil su camino para gobernar, no obstante debe contar con suficiente apoyo también en la Cámara de Representantes que le permita hacer el cabildeo necesario y pasar sus proyectos.
Incluso, con un Senado a su favor podría nominar al juez de su preferencia a la Corte y consignar una tendencia mayoritaria en el tribunal supremo. Haría carambola al marcar pensamiento en las tres ramas del poder.
De otro lado, una victoria de Donald Trump y un Congreso sin variaciones, tal como lo estiman los politólogos norteamericanos, otorgaría un poder impresionante a Donald Trump, quien quedaría con la bandeja completa para nominar magistrado supremo, llamar al Congreso y gobernar desde el ejecutivo. Eso sí, no se pueden ignorar las pujas de poder dentro del Partido Republicano y las peleas que él ha sostenido con muchas de las figuras de ala conservadora de EE.UU., como Paul Ryan, el presidente de la Cámara.
También, Trump podría tener un Congreso en contra pasadas las elecciones de medio término del 2018 o Hillary apuntar a recuperar la Cámara y el Senado si logra ser elegida como presidenta. Estos solo son algunos escenario.
Del 1 de octubre al 17 de octubre el gobierno de los Estados Unidos dejó de funcionar en lo que se llamó el apagón gubernamental, pues el Congreso, de mayorías republicanas, no quería aprobarle a Obama su ley de presupuestos hasta tanto no se hicieran correcciones en la deuda nacional.
Paños de agua tibia resolvieron el problema, al menos hasta el siguiente año. Pero no es la primera vez que se hace oposición irracional fundamentada en conceptos partidistas. Hegemonías o periodos cortos de control en las cámaras legislativas han marcado las agendas de los presidentes desde el establecimiento más pronunciado del bipartidismo actual del Congreso de Estados Unidos en 1855.
Desde entonces, por 84 años interrumpidos, los Republicanos han tenido control del Senado. Los demócratas, 78 años, con un periodo de hegemonía notorio de 26 años años entre 1957 y 1983.
En la Cámara de Representantes, el Partido Demócrata ha tenido el control de manera interrumpida por 86 años, con un extenso periodo de hegemonía de 40 años, entre 1957 y 1997. El Partido Republicano ha llevado las riendas de la corporación por 74 años intermitentemente, y lo mantiene hasta hoy.
Son los casos de los republicanos Ronald Reagan o Calvin Coolidge que no tuvieron un congreso dividido o de los demócratas Franklin Roosevelt o Jimmy Carter que contaron por completo con el apoyo legislativo. Barack Obama ha afrontado la mayor oposición legislativa en al menos 100 años, lo que da pie a evidenciar la división política del país del Tío Sam.
Por ello, el martes será un día definitivo, no solo por saber quién llevará la carga presidencial por los cuatro años en Estados Unidos, pero también para conocer si podrá gobernar con facilidad o tendrá que lidiar con una rama legislativa que pondrá zancadillas en cuantas iniciativas encuentre distantes.
*Datos de la Secretaría de la Cámara de Representantes de EE.UU.
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