Como Venezuela, la Iglesia también prepara su propio proceso electoral, igualmente regido por el necesario triunfo de las mayorías, en este caso, del Colegio Cardenalicio. Y antecedido de un hecho que, a pesar de lo previsto, cayó duro como la muerte de Chávez: la renuncia de Benedicto XIV. Completos solo hasta el final de la semana pasada, los 115 cardenales definieron que el próximo martes arrancará el cónclave, durante el que se resguardarán en la Capilla Sixtina.
Es una elección particular, pues está vivo el papa que abandonó el solio de Pedro, y su sombra, sin duda, influirá en la decisión de los purpurados. Esta es una particularidad del proceso, a la que se suma la ansiedad por los Vatileaks, documentos que revelaron profundas divisiones dentro de la Iglesia y que habrían influido en la renuncia de Joseph Ratzinger.
A pesar del hermetismo que se ha intentado establecer alrededor de las congregaciones previas al cónclave, las filtraciones de información han estado a la orden del día, y es un secreto a voces que un grupo no despreciable de cardenales ha manifestado su interés de, antes de elegir, estar más informado sobre la verdadera trascendencia de los Vatileaks.
Bogdan Piotrowski, polaco radicado en Colombia, experto en la Iglesia, particularmente en Juan Pablo II, es sin embargo un hombre que mantiene una mirada benévola, de fe, sobre el proceso que pone los ojos del mundo sobre Ciudad del Vaticano. LA PATRIA dialogó con él, que también es decano de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de la Sabana.
¿Para qué sirven las congregaciones de cardenales previas al cónclave?
Para evaluar las circunstancias actuales de la Iglesia, hablar sobre los problemas más relevantes y analizar las propuestas que se plantean.
¿La coyuntura y la posición de cada uno hace que ahí se vayan perfilando candidatos?
Se buscarán formas más adecuadas para el momento histórico, pero también hay que tener en cuenta la visión de unidad de la Iglesia. Quisiera subrayar que no queda duda de que tendrán en cuenta las cuatro constituciones del Concilio Vaticano II, que es fundamental.
Pero hay grupos que no parecen muy de acuerdo con ese concilio...
Estar de acuerdo o no es como ser legítimo o ilegal. Lo aprobaron dos mil padres conciliares y solo unos pocos no.
¿Cuál es la dinámica dentro del cónclave?
Se escuchan las propuestas y razones de cada candidato. Hay que subrayar la importancia de la fe en la doctrina de la Iglesia, porque muchas veces los medios desvían la atención sobre otras cosas, pero en los cardenales prevalece una visión sobrenatural. Deben tener en cuenta que juegan su vida eterna en esos momentos históricos. Por eso, ese voto decisivo debe ser respuesta al Espíritu Santo, no a la voluntad propia ni a sugerencias de los medios.
No hay un cardenal favorito como en el 2005, cuando sí lo era Joseph Ratzinger. Además los actuales se conocen relativamente poco...
De ahí la importancia de las conversaciones previas, porque los cardenales se tienen que hacer conocer como en cualquier proceso electoral. Ellos saben qué grado de santidad tiene cada cardenal. Lo importante es esa respuesta que cada uno tiene que darse. Cabe recordar que tienen que ser los intermediarios de los fieles.
¿Qué diferencias existen con respecto al cónclave del 2005?
Benedicto XVI vive, y eso, seguramente, influirá sobre las decisiones de los cardenales, que querrán subrayar la importancia de la unidad de la Iglesia.
Precisamente se ha especulado que el sucesor será de la línea de Benedicto XVI. ¿Habrá continuidad de lineamientos o un viraje?
He ahí la importancia de subrayar la necesidad de la continuidad del Concilio Vaticano II. La Iglesia no es solamente una institución, sino la convivencia de los fieles dirigidos por una jerarquía. Puede haber recomendaciones y aportaciones, pero no creo que haya un viraje.
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