Mario Osava
IPS | LA PATRIA | Río de Janeiro
Los últimos actos electorales en el continente americano reflejaron el ascenso de las mujeres, decisivas y de creciente protagonismo en la política, cuya movilización tiende a crecer en la resistencia a gobiernos ultraconservadores que imponen retrocesos en la vida social y política.
El triunfo del demócrata Joe Biden se debió a una mayoría de 56% en las intenciones de voto femenino recogidas en una encuesta a boca de urna del instituto Edison Research para un consorcio de medios periodísticos estadounidenses, contra 43% a favor de Trump. Entre los varones, fue casi parejo, 48 y 49 por ciento, respectivamente.
Encuestas anteriores de otros institutos ya apuntaban una discrepancia similar entre hombres y mujeres en la evaluación del cuatrienio de Trump.
El voto femenino y el voto en general para Biden se subraya que se reforzó gracias a Kamala Harris, que será la primera vicepresidenta de Estados Unidos, además de un símbolo de la diversidad étnica y el empoderamiento femenino. Es afroamericana con ascendencia india y se destacó como fiscal, senadora y partícipe del movimiento #MeToo. Por su capacidad de liderazgo y su carisma ya se la apunta como posible candidata a presidenta en 2024.
En Bolivia y Chile
Las elecciones del 18 de octubre en Bolivia compusieron un Senado con una mayoría femenina de 55, 5%, 20 en un total de 36 bancas. En la Cámara de Diputados esa participación baja a 47%, o sea 62 diputadas entre los 130 escaños.
En Chile, el plebiscito del 25 de octubre decidió que el país tendrá una nueva Constitución elaborada por una convención en que mitad de sus miembros será femenina. Los 155 representantes serán elegidos el 11 de abril de 2021 con la meta de concluir sus labores de 9 a 12 meses, para sustituir la Constitución heredada de la dictadura militar.
Chile está lejos de los países latinoamericanos con más de 40% de participación de las mujeres en el Poder Legislativo, como México, Costa Rica y Argentina. Se limita a 22,6%, según la Cepal.
Pero las mujeres chilenas conquistaron su protagonismo en las protestas que desde octubre del 2019 estremecieron el gobierno del conservador presidente Sebastián Piñera. La violencia y la inequidad de género, los feminicidios, nuevas restricciones a los derechos sexuales y reproductivos conquistados en las últimas décadas, la pobreza y la inseguridad fomentaron la acción política femenina.
Más mujeres, más diversidad
En Estados Unidos desde el 2017 el movimiento #MeToo agita el país a partir de las denuncias sobre acoso sexual de gran repercusión. Las elecciones parlamentarias del 2018 registraron un récord de representantes elegidas y elevaron a 23,7% la participación femenina en el Congreso, sumando las dos Cámaras. Además, aparecieron las primeras legisladoras musulmanas e indígenas, aumentaron las de origen árabe y latinoamericano. Casi todas afiliadas al Partido Demócrata, que se hizo más femenino.
El cambio del poder en Washington tendrá, probablemente, su mayor impacto en Brasil, ante las “relaciones carnales” (expresión adoptada por el expresidente argentino Carlos Menem en los años 1990), que vinculan a Bolsonaro y Trump.
El gobierno brasileño profundiza su aislamiento regional y mundial. Dejará de disponer del aliado más poderoso para enfrentar el mundo con su política antiambiental, bajo fuertes presiones internacionales, especialmente debido a la deforestación en la Amazonia.
Biden ya anunció su reincorporación inmediata al Acuerdo de París, el esfuerzo mundial contra la emergencia climática y un aporte de 20.000 millones de dólares para la conservación amazónica, iniciativa de difícil acuerdo con Bolsonaro y sus generales, que siempre acusan intenciones coloniales en la preocupación extranjera por la Amazonia brasileña.
Las luchas femeninas podrán quizás ampliarse sin el riesgo de las agresiones y muertes que ya obligaron al exilio a muchas activistas y se agravan por estímulos de gobiernos extremistas.
Para América Latina una política sin el anticomunismo retrógrado y poco eficaz tenderá a evitar las confrontaciones con gobiernos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela, sin que eso signifique que Washington deje de promover la democratización en esos países, aunque con menos estridencias.
De esa forma se despejarán piedras en la convivencia regional, estimulando la cooperación y la integración olvidadas en los últimos años.
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