GEOVANNY MARTÍNEZ
LA PATRIA | MANIZALES
La extrema derecha del Reino Unido tiene un guayabo imperial que hoy podría asestar un golpe al proyecto europeo, con el referéndum sobre la posible salida de la Unión Europea.
Esa resaca la tienen desde principios de la década del 60, cuando observaron cómo su economía se estancaba y sus colonias se iban desgajando del imperio una a una. Así que solicitaron su inclusión en la Comunidad Económica Europea (CEE) apalancada por Francia, Alemania e Italia, después de la Segunda Guerra Mundial.
Francia, comandada por Charles de Gaulle, les cerró la puerta en la cara. Tras salir del poder de Gaulle, los británicos con los conservadores al mando lograron incorporarse a la CEE en 1973, entrando al mercado único sin que la soberanía política del Estado se viera amenazada.
Al año siguiente los conservadores perdieron las elecciones generales, y el nuevo primer ministro, Harold Wilson, llegó al gobierno con la promesa de un referéndum de permanencia en la CEE, un espejo de lo que prometió el actual ministro David Cameron para hacerse elegir. En 1975 se celebra el primer referéndum de permanencia. Gana el sí, todo sigue igual.
Siempre excepcional
Margaret Thatcher optó en los 80 por permanecer en la Unión Europea, pero no a costa de la pérdida de soberanía política del Reino Unido. Las relaciones con el proyecto europeo se debilitaron ante la progresiva integración política y federal impulsada por Alemania y Francia.
En la década del 90 vuelven a intentar dar un paso al costado con el Tratado de Maastricht. En 1992 se constituye la Unión Europea (UE) con el liderazgo de Alemania y Francia con el objetivo de constituir un proyecto económico y político, un golpe al ego británico, así que condicionan su permanencia y logran cláusulas opt-out, es decir, cuatro aspectos en la que su legislación local prevalecería sobre la legislación comunitaria, de obligada aplicación en el resto del territorio de la Unión. Las más importantes, no sumarse a la moneda única, el euro, seguir con la libra esterlina, y mantener su control fronterizo. En ese Estado no se aplica la Visa Schengen.
Cameron, que hace campaña para que el Reino Unido siga en la Unión Europea, exigió a sus socios europeos que los ciudadanos de otros países no pudieran solicitar prestaciones sociales en el Reino Unido hasta cuatro años después de su llegada, el reconocimiento de otras, y no solo del euro como divisa comunitaria, además de la no obligación de los países no-euro de participar en rescates como el griego o el portugués.
Además, mejorar la estructura burocrática de la Unión Europea y dar mayores facilidades en la libre circulación de capital, bienes y servicios. Lo que intenta Cameron es evitar la obligación de todos los socios de avanzar en la integración política y federal del proyecto europeo. Mientras que para los políticos británicos que hacen parte de la extrema derecha es poco lo que ha conseguido Cameron, en Europa consideran que está yendo demasiado lejos, por eso se llegó al referéndum que se celebra hoy.
“Desde el momento que ingresó el Reino Unido a la Unión Europea no lo hizo con el mismo entusiasmo que lo hicieron los demás países que aceptaron cambiar su moneda. Los franceses sacaron de circulación el franco, los alemanes el marco, los españoles la peseta. Los británicos se comportan como un imperio. Al estar separados por el mar del Norte han generado una especie de separación cultural, ellos se perciben a sí mismos como otro continente que tiene el mismo peso que la Europa Mediterránea. Recordemos que el Reino Unido era un gran imperio. Sus territorios estaban por fuera, ellos eran el centro administrativo, desde la metrópolis administraban las colonias del lejano y medio oriente. Todavía conservan ese sentimiento de grandeza. Ellos solitos son tan grandes como el resto de Europa, así que el brexit es una jugada geopolítica”, explica Vladimir Sanabria González, magíster en estudios políticos y docente universitario.
Agrega que algunas razones que argumentan los promotores del brexit es que pertenecer a la Unión Europea les puso barreras fitosanitarias, además de reglas comerciales de muy alta calidad, que obligan a que el cliente final esté totalmente protegido, lo que implica altos costos de producción para las industrias. Eso facilitaría sus negocios con China, Rusia y América, pero no con Europa.
“Otro aspecto importante es el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) que negocia la Unión Europea con Estados Unidos. Si logran un acuerdo, esas normas o reglas comerciales serían mundiales y el Reino Unido quedaría por fuera, lo que dificultaría su acceso en el comercio mundial”, concluye.
Los ciudadanos
Diversos sondeos pronostican una victoria de la permanencia, particularmente después del asesinato de la diputada laborista proeuropea Jo Cox, que conmocionó al Reino Unido el pasado jueves.
“Hay tensión y, por supuesto, la muerte de ella la usan como argumento: todo este debate se ha dado con base en la xenofobia y el racismo de la derecha del país, que quiere recuperar el Reino Unido de los inmigrantes”, explica Victoria Sheikh, manizaleña radicada hace cinco años en Londres.
Agrega que si gana el brexit, los tratados de comercio se verían afectados entre naciones, pero por otro lado si se mantiene en la UE la inmigración se empezaría a salir de las manos. “En 1992, cuando se constituyó, eran siete países económicamente fuertes sin mayor número de inmigrantes. En los últimos 10 años, países como Slovakia, Polonia, Rumania y más naciones del Este europeo se han unido. Estas representan el número más alto de inmigrantes al Reino Unido en la última década”.
Ferhan Sheikh, de 36 años, nacido en Londres, asesor de tecnologías informáticas, considera que en el caso de que el Reino Unido deje de pertenecer a la Unión Europea, acarrearía grandes consecuencias, especialmente en lo comercial.
“En exportaciones e importaciones los aranceles subirían considerablemente. Por lo tanto, los productos de la industria tecnológica, automotriz, alimentaria, entre otros, incrementarían de precio. El Reino Unido necesita de los países europeos para retroalimentarse y mantener la burbuja inmobiliaria que se está dando particularmente en Londres con inversionistas de toda Europa".
Liliana Mesquita Yunus, portuguesa que trabaja para el Servicio Nacional de Salud, dijo: “He vivido en el Reino Unido por 17 años. Fui a la universidad, he trabajado y he criado a mis hijos en este país. Yo pago impuestos y contribuyo a la economía. No me parece justo que no tenga voz ni voto en esta decisión y que mi futuro y el de mis hijos esté en juego”.
La española Lucía Ludwig desde vive hace 5 años en Londres y trabaja en el sector inmobiliario. “Como una habitante de la Unión Europea el resultado del referéndum puede significar grandes cambios en la circulación libre de ciudadanos y en especial el permiso para trabajar en este país. Lo que empeora la situación es la incertidumbre de no saber qué va a suceder, si el divorcio es definitivo. Mi futuro y el de muchos depende de la decisión que se tome hoy”.
Omar Shaker, de 28 años, nació y creció en Londres. Es trabajador independiente y después de escuchar durante varios meses a quienes están a favor y en contra del brexit se siente desinformado, porque no cree que ninguna de las dos campañas haya ofrecido hechos claros de qué va a pasar si se salen o se quedan.
Indecisos como él serán los que definirán si el Reino Unido permanece en la Unión Europea. Las últimas encuestas de las firmas Opinium y TNS revelan que la salida obtendría el 45% de los votos, por el 44% la opción de seguir. El estudio también apunta que el 16% está indeciso o no piensa acudir a las urnas.
El Reino Unido exporta un 45% de sus bienes y servicios a la UE y la City, motor de la economía nacional, basa su dinamismo en el acceso al mercado único y la libre circulación de trabajadores.
El referéndum británico llega en el peor momento para la UE, debilitada por la crisis de refugiados, una economía renqueante y un desempleo aún elevado, pero también por un creciente populismo y euroescepticismo que puede verse agravado por un brexit, que obligaría a la Unión a reflexionar sobre su futuro.
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