Luis Felipe Molina R.
LA PATRIA | Manizales
Los más recientes dos meses de Donald Trump le cobraron sus imprudencias y descuidos. El presidente de Estados Unidos pasó de ser contagiado por covid-19 a imponer una magistrada en la Corte Suprema, dejar su rol de mandatario a un lado para su campaña de reelección y, finalmente, fallar en la última milla de su intento por permanecer en la Casa Blanca.
La sorpresa tras la victoria proyectada de Biden (aún falta el recuento), vino por la pérdida de compostura del presidente desde el miércoles en la madrugada. Paulatinamente se ganó el silencio del Partido Republicano y seguirá haciendo todo lo posible para impugnar las elecciones en las que más de 70 millones de estadounidenses le cobraron tres años y 10 meses de un Gobierno polémico.
Se suma a un manejo controversial de la pandemia de la covid-19, que esta semana dejó sus récords de contagio por encima de 100 mil nuevos casos en un solo día.
La derrota de Trump también recae en acciones del pasado que le pasan factura como si estuviera pagando un crédito a un interés demasiado alto.
La última victoria de un demócrata en Arizona data de los comicios de 1996, con la reelección de Bill Clinton. Desde entonces, el estado sureño se ha teñido de rojo.
Que este año Arizona hubiera estado inesperadamente como campo de batalla entre republicanos y demócratas, es resultado de la relación de Trump con este estado que sufre gran parte del drama migratorio, endurecido en estos cuatro años.
No obstante, un hijo de Arizona, fallecido el 25 de agosto del 2018, marcó la diferencia desde la ausencia. John McCain, candidato presidencial en el 2008, y líder republicano indiscutible, tuvo una tensa relación con su partido por la forma en la que le permitían acciones a Donald Trump.
Los votos contra el denominado ‘Obamacare’, las palabras públicas de Trump y la petición de McCain para que el presidente no asistiera a su funeral, reveladas por USA Today, marcaron la diferencia. Era la oportunidad para que Joe Biden y Kamala Harris cosecharan. Y, aunque apretado, la huella de Biden en Arizona es de las más grandes en un feudo republicano.
John Lewis, congresista demócrata que estuvo en la Cámara de Representantes desde 1987, murió por cáncer de páncreas el pasado 17 de julio y su ausencia se determinó en que en las ciudades clave de Georgia el voto demócrata emergió hasta desbalancear la historia de que allí, en lo que va de siglo, siempre se tiñó de rojo republicano. El periódico The Atlanta Journal Constitution reseñó cuando Trump le pidió a Lewis que “arreglara su horrible distrito de Atlanta”. En la elección de esta semana, Atlanta fue desequilibrante y el irrespeto de Trump le pasó factura.
El norte fue lugar de protestas y disturbios por la violencia racial durante la primavera y el verano. Trump hace cuatro años había ganado Wisconsin. Minnesota ha sido un cuartel demócrata e intentó conquistarlo, pero falló. La muerte de Jacob Blake, en Kenosha (Wisconsin) y de George Floyd en Minneapolis (Minnesota) le cobraron su incoherente política para la igualdad racial.
En Michigan, Trump se jugaba una ruleta. Ganó el estado en 2016 con una ventaja de solo 0,3% por primera vez para un republicano desde 1988. Trump falló en los suburbios de las ciudades más importantes, como Detroit, y le cobraron que la recuperación económica que tanto promovió, nunca llegó allí. Esta vez Biden hizo una intensa campaña en casi todo el alto Midwest: Minnesota, Wisconsin, Illinios y Michigan se colorearon del azul de Biden.
La derrota de Trump en estados clave diferentes a Ohio o Florida, donde ganó desde temprano en la noche electoral, también fueron un plebiscito a su forma de ver el país, a la manera en la que quiso atropellar en los debates presidenciales y el querer dominar siempre la retórica.
Es necesario entender que en una democracia compleja como la estadounidense, donde el voto popular nacional no tiene peso, pero sí marca el resultado de cada estado, todo sufragio cuenta. Conquistar condados terminará por inclinar un estado y agregar delegados electorales para el candidato del caso. Existen decenas de estrategias para ganar electorado de manera focalizada y así se ganan elecciones. Por eso, los candidatos celebran sus reuniones de campaña en pequeñas poblaciones, en lugar de las grandes metrópolis. Sin embargo, cuando la cuenta falla en un estado, suele desatar un efecto dominó que puede terminar por arruinar el camino a la Casa Blanca.
¿Por qué este año tomó tanto tiempo? La ausencia de un organismo federal que coordine las elecciones llevó a que diferencias tan pequeñas y tantos votos por correo por procesar, alargaran el drama, sobre todo, en Pensilvania, Georgia, Nevada y Arizona.
Cada estado es soberano de procesar los datos como quiere y pone una ventana temporal para contar votos. Incluso, algunos recibieron tarjetones tras el día de elecciones, como en Pensilvania, que lo hicieron hasta el pasado viernes 6 de noviembre a las 5:00 p.m. Por eso, Donald Trump llamó por Twitter a parar el conteo, pues con el paso del escrutinio, sus victorias mermaron y se voltearon a favor de Biden.
Probablemente, la campaña de Trump demande los resultados y llegue a la Corte Suprema, tribunal amigo, al que le impuso una nueva magistrada hace menos de un mes. El alcance de todo esto puede ser desconocido. Aún faltan más de 70 días para el 20 de enero, día de la posesión.
Donald Trump es el cuarto presidente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial que no alcanza la reelección. El caso más reciente fue el también republicano George H.W. Bush, quien perdió ante Bill Clinton. 12 presidentes en la historia de EE.UU. no han logrado reelegirse.
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