Fernando-Alonso Ramírez
LA PATRIA | Manizales
A Baltasar Gracián se atribuye la manida frase: "lo bueno, si breve, dos veces bueno". Eso será lo que hace tan atractivas muchas obras de Orlando Mejía Rivera, que al tiempo que crecen en profundidad logran doble mérito por la brevedad.
Diccionario del amnésico es el libro que El Espectador y la editorial Cuadernos Negros le premiaron al médico y escritor esta semana. El reconocimiento coincide con la nueva edición de Pensamientos de guerra, ganadora del Premio Nacional de Novela en 1998 y que en esta oportunidad es editada por el propio autor. Nos habla de estas obras y de su faceta de editor.
- Ahora son haikús y microrrelatos, se está volviendo más preciso Orlando Mejía Rivera en su estilo. ¿Forma parte de una evolución o es una experimentación?
Más bien de la visibilización de mi viejo amor por las formas breves narrativas, al publicar estos libros. Desde hace muchos años he leído, estudiado y escrito minificciones. Soy un apasionado de este “cuarto género literario” que tiene unas reglas y estructuras diferentes al cuento clásico y no solo se diferencian por la brevedad. Sin embargo, tu tienes razón. En la escritura de ficción cada vez quiero ser más conciso. De hecho, de mis cinco novelas publicadas, tres de ellas son en realidad nouvelles (Pensamientos de Guerra, El enfermo de Abisinia, El médico de Pérgamo). Otra cosa es mi estética ensayística e histórica, en la que me siento cómodo en libros de mediana y larga extensión. Con relación a mi obra de haikús Reflejos de luna, duré concibiéndolos y trabajándolos 40 años y dudo que vaya a publicar algún otro poemario.
- ¿Este libro tendrá textos ya publicados o serán todos nuevos?
Todos son nuevos. Diccionario del amnésico será mi tercer libro de minificciones. El primero fue Manicomio de dioses (2010) y el segundo fue El extraño animal de los gitanos (2019), que incluyó unos pocos microrrelatos del primero.
- Le va bien con la escritura corta, como Pensamientos de guerra, esa novela casi filosófica que acaba de reeditarse.
Sí, Pensamientos de guerra ha tenido una buena aceptación entre los lectores. En esta quinta edición nuevas generaciones la han conocido y les sigue diciendo algo.
- Cuéntenos de dónde sale la idea de El fakir ilustrado.
Ediciones El fakir ilustrado es mi sueño de editor, que concebí hace 30 años y me decidí a llevarla a la realidad este año al editar Pensamientos de guerra. El próximo año publicaré la segunda edición de La casa Rosada, pero mi proyecto va más allá de mis propios libros. Por ejemplo, en mi vida académica e investigativa he realizado varias traducciones inéditas de libros clásicos literarios y ensayísticos, que nunca han sido traducidos al español o que sus traducciones ya han envejecido. Te doy un par de ejemplos: traduje los ensayos de temática médica de Francis Bacon, que son fascinantes, y nunca se han publicado en español. Este trabajo va precedido de un ensayo mío crítico que contextualiza la obra. El segundo ejemplo: Una antología de fábulas y bestiarios clásicos, vueltos a traducir por mí.
- Esta novela se la había dedicado al pintor Heniz Goll, ahora también está dedicada a la desaparecida profesora Paula Valencia. ¿De dónde viene ese gesto?
Conocí a Paula Valencia en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Caldas, en la época de su vida estudiantil, cuando yo dictaba allí seminarios sobre Borges y Cortázar. Su pasión por la literatura y la lucidez de sus interpretaciones textuales me llamaron la atención. Luego ella y su esposo, el filósofo Orlando Londoño, que también fue mi estudiante, se convirtieron en buenos amigos. Entonces, fui testigo cercano de la formación intelectual y docente de Paula durante todos estos años. Me conmovió su muerte prematura y la literatura es una forma de no olvidar a los desaparecidos de la vida. De allí mi homenaje con la dedicatoria.
- Al releer Pensamientos de guerra me da la idea de que será atemporal. Tan vigente hoy como ayer, en Colombia o en cualquier lugar en guerra. Al repasarla, ¿qué ideas le pasaron por su cabeza?
Así es. Quise escribir una novela sobre la guerra y la violencia como arquetipos de lo absurdo, sin ubicar su trama en ninguna geografía específica, aunque la mayoría de los lectores la sitúan en Colombia y eso está bien. La presencia del filósofo Wittgenstein, combatiendo como soldado voluntario en la Primera Guerra Mundial, me sirvió para contrastar al personaje secuestrado que se está muriendo y no sabe nunca por qué. Varios críticos han llamado la atención en que el silencio que atraviesa la novela es debido a que “Ante la indecibilidad del horror solo caben las metáforas, el vislumbre poético, lo inefable” (Fernando Reati). Ahora bien, el origen de la novela sigue siendo para mí un enigma y proviene de lo onírico. Durante tres o cuatro años tuve un sueño repetitivo y extraño: Iba caminando a tientas en la noche y oía unos gemidos en el suelo. En medio de la penumbra veía la cabeza de un hombre moribundo enterrado en la tierra hasta los hombros y luego me despertaba. Cuando concebí la trama de la novela, desencadenada por el episodio real del profesor de filosofía inglés Garrett Thompson que dictaba un curso sobre Wittgenstein en la maestría de filosofía en la U. de Caldas y fue amenazado de muerte en un pasquín, dejé de tener el sueño.
Diccionario del amnésico se presentará en la U. del Quindío, de Armenia, el 24 de noviembre y después estará en librerías.
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